CRISTÓBAL COLÓN Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS JUDÍOS EN EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA

CRISTÓBAL COLÓN Y LOS JUDÍOS PARTE 1 DE 3



     Meyer Kayserling (1829-1905) fue un rabino e historiador judío nacido en Alemania, especializado en la literatura e historia de los judíos sefardíes, y autor de unos 20 libros, entre los cuales está "Christoph Columbus und der Antheil der Juden an den spanischen und portugiesischen Entdeckungen" (Cristóbal Colón y la Participación de los Judíos en los Descubrimientos Españoles y Portugueses) de 1894, la cual presentamos en esta primera parte los capítulos 2, 3 y 4, obviando algunas de sus numerosas notas.

Esta obra, clave por la cantidad de datos, es el resultado de una investigación en archivos españoles, que muestra que los “MARRANOS” O “CRIPTOJUDÍOS” JUDÍOS SECRETOS, que en esos tiempos sufrieron la embestida de la Inquisición española (y naturalmente empatizando con ellos el autor), fueron parte esencial de la colonización europea de las Américas.

CRISTÓBAL COLÓN Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS JUDÍOS EN LOS DESCUBRIMIENTOS ESPAÑOLES Y PORTUGUESES POR MEYER KAYSERLING 1894




CAPÍTULO II



Colón en Lisboa y sus Relaciones con los Judíos de Aquella Ciudad — Su Equipamiento Científico — Sus Negociaciones con el Rey João — Joseph Vecinho — La Expedición Portuguesa a India; Abraham de Beja y Joseph Zapateiro — Colón en España.


     En 1472 un joven genovés, de veintiséis años de edad, se dirigió a la capital de Portugal, esperando encontrar allí la mejor salida para su afán náutico y el progreso más rápido en una carrera marítima. Se trataba de Cristóforo Colombo, o, para usar la forma latina, Christophorus Columbus, quien, después de instalarse en España, se llamo a sí mismo Colón.

     Nacido en 1446, Colón era el hijo de un tejedor pobre de Génova. Él pasó su juventud en Savona, una pequeña ciudad marítima, en la cual, como en Génova, varias familias judías moraban en un aislamiento medieval. Él y sus hermanos ayudaron a su padre en su trabajo, pero pronto Colón siguió su inclinación natural y se dedicó a la navegación. Acerca de sus días de niño y su educación tenemos poca información auténtica; no hay ninguna evidencia histórica de que él hubiera disfrutado de las ventajas de la enseñanza superior o de que él asistiera a la Universidad de Pavia.

     En 1472 lo encontramos en Lisboa. Allí, unos años más tarde, se casó con Felipa Moñiz, cuyo abuelo no era, como algunos afirman, de origen judío. Colón era un hábil cartógrafo y dibujante. Él se ganó la vida dibujando mapas, los cuales también comerciaba, tal como más tarde, en Andalucía, comerció con libros impresos. Él no era ningún desconocido para los judíos de Lisboa. Si él tuvo cercanas relaciones comerciales con ellos, o si en sus frecuentes problemas financieros él obtuvo la ayuda de alguno de ellos, es difícil determinar. Pero sabemos que en su testamento él solicitó que se le diera a "un judío que moraba a la puerta de la Judería en Lisboa, o a quien mandare un sacerdote, el valor de medio marco de plata". Mucho antes de que Colón escribiera su testamento los judíos habían desaparecido de Lisboa.

     "He tenido constantes relaciones", él mismo dice, "con muchos hombres cultos, clérigos y laicos, judíos y moros, y muchos otros" [1]. Él tuvo una relación personal con Martin Behaim, que era casi de la misma edad que Colón, y también con Joseph Vecinho (el matemático y médico Real), y con otros doctos judíos de Lisboa. Vecinho preparó una traducción de las tablas astronómicas de Zacuto, y dio una copia a Colón, quien, como veremos, la llevó en sus viajes y la encontró de muy gran servicio [2].

[1] Cristóbal Colón, Libro de las Profecias, fol. IV.
[2] Fue encontrada después en su biblioteca. Biblioteca Colombina con notas del doctor D. Simón de la Rosa y López, Sevilla, 1888, I, 3.

     Durante su estadía de varios años en Lisboa, que fue interrumpida por viajes a la costa de Guinea, Colón trabajó de manera muy laboriosa y perseverante para aumentar su escaso conocimiento de matemáticas y geografía. A fin de realizar los ambiciosos planes que él había formado, dedicó su atención a la cosmografía, la filosofía, la historia y temas similares; varios de sus biógrafos dicen que él estudió a Aristóteles y Duns Scoto, Plinio y Estrabón, Josefo y el bíblico libro de Crónicas, a los Padres de la Iglesia y las escrituras árabes de los judíos. Somos naturalmente llevados a preguntarnos cuáles eran sus obras favoritas, y qué libros estaban realmente en posesión suya.

     Los tratados que él estudió con mayor celo fueron Historia Rerum Ubique Gestarum de Aeneas Sylvius, e Imago Mundi del obispo Pierre d'Ailly. Esta última obra, puede ser observado de paso, había sido ya traducida ya al hebreo en siglo XIV. El conocimiento que tenía Colón de Aristóteles, Estrabón, Séneca y otros clásicos latinos y griegos fue sacado del libro de Pierre d'Ailly; la Imago Mundi fue su constante compañero de viaje, y su copia de ese libro está llena de sus propias anotaciones marginales. Además de las tablas astronómicas de Zacuto él poseía algunos trabajos escritos por o atribuídos a Abraham ibn-Esra; por ejemplo, el pequeño libro sobre los "días críticos", Liber de Luminaribus et Diebus Criticis, y el De Nativitatibus (Venecia, 1485).

     Ibn Esra era un eminente hombre de conocimiento; su nombre era honrado tanto por cristianos como por judíos. Zacuto sin duda llamó la atención de Colón hacia De Nativitatibus durante la residencia de éste en Salamanca; él compró una copia de ese libro en aquella ciudad, según una nota de su propia letra, por cuarenta y un maravedíes. Más tarde, en España, él leyó con celo religioso el tratado sobre el Mesías, que fue escrito (originalmente en árabe) por el prosélito Samuel ibn-Abbas de Marruecos con el propósito de convertir al rabino Isaac de Sujurmente; había sido traducido al castellano en 1339, y al latín cien años más tarde. Ese libro interesó tanto a Colón, que copió tres capítulos enteros. Él era también muy aficionado a la lectura de la Biblia y el [apócrifo] Cuarto Libro de Esdrás, que fue probablemente escrito por un judío que vivió fuera de Palestina. Según su propia aseveración, el incentivo que lo impulsó a planear sus descubrimientos no fue un amor por la ciencia sino su interpretación de las profecías de Isaías.

     En Portugal Colón concibió seriamente la idea de hacer descubrimientos marítimos por vía del Oeste. Él deseaba encontrar una nueva ruta oceánica hacia las regiones de Catay y Cipango, que eran reputadas por ser ricas en oro y especias, y también hacia el reino del sacerdote-rey Juan, cuya carta al Papa Eugenio IV, o al Emperador Frederick III, se dice que un judío había publicado primero a mediados del siglo XV. Enrique el Navegante había concebido ya un plan similar, y los reyes portugueses nunca lo perdieron de vista. Esa atrevida concepción tomó firme raíz en la mente de Colón, principalmente gracias a una carta que el gran médico y astrólogo florentino Toscanelli envió al rey João [Juan II de Portugal] por medio del monje Fernando Martínez. Colón solicitó a Toscanelli una copia de esa carta, y la recibió mediante Girardi, un genovés, que vivía entonces en Lisboa.

     Colón procedió de manera prolija a llevar a cabo su proyecto. Él hizo ante el rey João una proposición para conducir una escuadra a lo largo de la costa africana, y de allí a través del océano a la tierra cuya riqueza Marco Polo había descrito de manera tan desorientadora. El malhumorado y desconfiado monarca consideró a Colón como un parlanchín visionario, y, sobre todo debido a las enormes demandas del navegante, vio en su plan más orgullo que verdad. Pero João planteó dicho asunto ante su junta náutica, compuesta por Diogo Ortiz, obispo de Ceuta, y los médicos de la corte Joseph y Rodrigo. Ellos consideraron el proyecto como quimérico, y dijeron que el plan entero se basaba en la visionaria concepción de Colón de la isla de Cipango de Marco Polo.

     Sin embargo, el rey consideró dicho asunto de tal importancia que lo presentó para una consideración adicional a su consejo de Estado, en el cual Pedro de Meneses, conde de Villa-Real, ejercía una dominante influencia. Meneses pensó que la exploración de la costa africana sería más conducente para los intereses de Portugal, y de ahí que él aconsejó que el rey no fuera engañado por las visiones de Colón. En un largo discurso el conde se extendió en sus razones para dar ese consejo. Sus argumentos estaban basados principalmente en las opiniones de Joseph Vecinho, que era su médico así como del rey, y a quien él consideraba como la autoridad más alta en materias náuticas.

     El gobernante de Portugal finalmente rechazó apoyar a Colón en sus proyectos de exploración, o, como Colón lo expresó en Mayo de 1505, en una carta a Fernando de Aragón, Dios había golpeado tanto al rey con ceguera que durante catorce años éste no pudo percibir lo que se deseaba de él. El explorador se exasperó enormemente por la respuesta negativa de João, y su cólera fue particularmente dirigida contra "el judío Joseph", a quien él atribuyó la culpa principal en el aborto de sus planes. Sus notas manuscritas en la Biblioteca Colombina en Sevilla mencionan a Vecinho dos veces. En esos pasajes Colón declara que el rey de Portugal envió a su "médico y astrólogo" Joseph para medir la altitud del Sol a lo largo de Guinea, y que "el judío Joseph" dio al rey razón de esa misión en presencia del hermano de Colón, Bartolomé, y muchos otros; probablemente el propio Colón estuvo también presente.

     Portugal no abandonó, sin embargo, la esperanza de encontrar una ruta oceánica hacia India, incluso sin ayuda externa. El astuto y tacaño rey deseaba poner a prueba los planes de Colón sin conceder ninguna de las demandas de éste. De ahí que en Mayo de 1487 él envió al Levante a dos caballeros de su corte, Alfonso de Payva y Pedro de Covilhão. Ellos partieron de Lisboa con órdenes de buscar información acerca de India y el reino del Preste Juan, y se les entregaron cartas para ese monarca de parte del gobernante portugués. Alfonso de Payva tomó la ruta a Etiopía, y navegó a lo largo de la costa africana hasta Sambaya, en compañía de un comerciante judío que él encontró en el camino. Los dos pronto se hicieron amigos íntimos, y Payva confió a su compañero el objeto de su viaje. Poco después de su llegada a Ormuz él fue golpeado con una enfermedad fatal, para gran pena de su amigo judío, quien solemnemente prometió al hombre agonizante volver a Lisboa y dar al rey una descripción exacta de todo de lo que ellos se habían enterado en su viaje. El judío cumplió fielmente su palabra.

     Pedro de Covilhão, para quien, por orden del rey, Vecinho y Rodrigo habían preparado un globo terrestre, visitó Goa, Calicut y Adén, y siguió adelante tan lejos como hasta Sofala, en la costa Este de Sudáfrica. Él entonces volvió a El Cairo, donde él y Payva habían acordado encontrarse. Allí él encontró a dos judíos de Portugal que lo esperaban, el erudito Abraham de Beja y Joseph Zapateiro de Lamego. Ellos llevaban para el caballero cartas y órdenes del rey. Zapateiro había visitado antes Bagdad, y cuando él volvió a Portugal informó al rey João de lo que él había aprendido acerca de Ormuz, el principal emporio para las especias de India. João solicitó que él y el lingüista Abraham fuera en busca del errante Covilhão, y le informaran que debía enviar a Lisboa, por medio de Zapateiro, noticias acerca del éxito de su expedición; y a partir de entonces, en compañía de Abraham de Beja, asegurar información exacta sobre los asuntos de Ormuz. En consecuencia, Joseph Zapateiro se unió a una caravana cuyo destino era Aleppo, y llevó a Portugal toda la información que Covilhão había reunido de marineros indios y árabes. El caballero informó al rey que, navegando a lo largo de la costa Oeste, los portugueses podrían sin dificultad alcanzar el extremo Sur de África. Pero antes de que Joseph llegara a su destino, se sabía ya en Lisboa que Bartolomé Díaz no había simplemente descubierto sino que también había dado la vuelta al Cabo Tormentoso, el Cabo de Buena Esperanza.

     Después de que sus ofertas habían sido rechazadas por el rey, Colón resolvió abandonar Portugal, esperando asegurar ayuda en otra parte para la ejecución de sus proyectos, en Génova, en Venecia, o del rey de Francia. Su situación era en efecto muy desgraciada. Él había perdido a su esposa; él estaba pobre, y era diariamente presionado por sus acreedores, de modo que tuvo que marcharse de Lisboa en secreto, por la noche, con su pequeño hijo Diego. Él dejó Portugal en 1484, y se dirigió hacia Huelva, donde tenía la intención de dejar a su niño a cargo de la hermana casada de su esposa. Después de intentar en vano inducir a Enrique de Guzmán, el duque de Medina-Sidonia, para que cooperara con él en sus proyectos de descubrimiento, se puso al servicio de Luis de la Cerda, el primer duque de Medina-Celi, uno de los príncipes más ricos de Andalucía. Éste lo recibió hospitalariamente, lo alojó en su palacio durante mucho tiempo [3], y pareció inclinado a emprender la expedición a su propio costo, especialmente ya que Colón exigió sólo tres mil o cuatro mil ducados a fin de equipar dos carabelas. Para equipar barcos era necesario, sin embargo, obtener el consentimiento de la corona, pero el permiso fue rechazado. Entonces el duque escribió desde Rota a la reina, y por recomendación de él, Colón, después de una larga espera, se aseguró el acceso a los soberanos españoles, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla.

[3] No hay ninguna prueba de que Colón fuera el invitado del duque durante dos años, como sus biógrafos afirman. En la carta del duque al cardenal de España, él dice: "Yo tuve en mi casa mucho tiempo a C. Colón".





CAPÍTULO III

Colón en España — Condición Política de Aragón y Castilla — Fernando e Isabel — Abraham Senior — Status e Influencia Política de Judíos y Marranos — La Inquisición y Sus Víctimas.

     Colón buscó su fortuna en la corte española durante un período de violentas revoluciones políticas. Aquél no era un tiempo oportuno para que él asegurara la ayuda para su empresa de los gobernantes de España. La discordia prevalecía en Castilla y Aragón, en Cataluña y Navarra, y la guerra arreciaba a lo largo de la frontera sur de la península ibérica.

     Bajo el afable pero impotente rey Enrique IV, Castilla había estado en una condición de anarquía. En cada lado se formaban complots por los turbulentos Grandes señores, descontentos con el rey y con su gobierno. La corona estaba empobrecida; incluso en el palacio Real las necesidades más apremiantes a menudo permanecían insatisfechas. La conducta de la reina amante del placer evocaba toda clase de rumores. Beltrán de la Cueva era su favorito, y la gente llamaba a su hija La Beltraneja. El rey, que había sido durante mucho tiempo un constante objeto de burla, fue destronado después de mucho tiempo, y su hermano Alfonso fue proclamado como su sucesor (1465).

     La situación no era mucho mejor en las tierras sobre las cuales gobernaba Juan II de Aragón. Cataluña estaba en armas; Aragón estaba amenazado con el inicio de una rebelión; Navarra era la escena de sangrientos conflictos ocasionados por el propio hijo del rey, Carlos de Viana, que reclamaba el derecho de gobernar a causa de que él era el heredero de su madre. Después de la muerte de su primera esposa, que era una princesa francesa, el rey Juan, a la edad de cincuenta años, se casó con Juana Enríquez, la hija de Fadrique Enríquez, el Almirante de Castilla. Ella era nieta de la hermosa Paloma, una judía de Toledo, y ella le dio al rey un hijo, Fernando, a quien los historiadores llaman el Católico [1].

[1] De Vita y Scriptis Eliae Kapsali... acced. Excerpta ad Judeorum historiam pertinentia ex MS, Kapsalii Historia, Padua, 1869, p. 58. El manuscrito de la crónica de Kapsali está en la Biblioteca Ambrosiana en Milán.

     Para asegurar a su hijo la sucesión al trono, la reina Juana, una mujer de fuerza varonil y espíritu intrépido, hizo todo lo que estaba en su poder para influír al rey contra Carlos de Viana, de quien la gente era muy aficionada. En efecto, Juan, conforme al deseo de las cortes catalanas, intentó declarar a Don Carlos como su sucesor, pero Juana persuadió al rey de que el príncipe estaba confabulando contra su vida y su corona, y que, casándose con Isabel de Castilla, él pretendía formar una coalición con el hermano de ésta, Enrique IV. De Don Carlos se deshicieron pronto por medio de veneno, y entonces estalló una rebelión abierta contra la corona.

El Príncipe Don Carlos de Viana

     Los adherentes más leales del rey Juan eran los judíos, y ellos le prestaron importantes servicios. Por ejemplo, la habilidad de Abiatar aben-Crescas, su médico y astrólogo de corte, restauró su vista. El rey exhibió tanta liberalidad y buena voluntad hacia los judíos que su muerte les causó una pena profunda. Varias comunidades judías del reino se reunieron en Cervera para celebrar un servicio conmemorativo; ellos cantaron salmos hebreos y canciones fúnebres españolas, y Aben Crescas pronunció un elogio del carácter del buen monarca [2].

[2] Balaguer, Historia de Cataluña, lib. 17, cap. 27.

     La muy acariciada esperanza de Juan de unir Aragón y Castilla fue prácticamente realizada antes de que él muriera. En 1469 su hijo Fernando se casó con Isabel de Castilla, la hermana de Enrique IV, la cual, después de la muerte de su hermano Alfonso, había sido reconocida como su sucesora, y había sido proclamada gobernante de Castilla, aunque ella realmente no accedió al trono sino hasta después de la muerte de Enrique IV en 1474. La realización de ese matrimonio fue materialmente promovida por judíos y marranos, ya que se suponía que Fernando, tal como su padre, sería amistoso hacia los judíos, especialmente ya que él mismo había heredado sangre judía de su madre. Abraham Senior fue particularmente prominente en esas negociaciones matrimoniales. Él era un rico judío de Segovia, que, debido a su sagacidad, sus servicios eminentes, y su posición como el principal recolector de impuestos del rey, ejerció gran influencia. Él instó a los grandes señores de Castilla a apoyar el matrimonio propuesto entre la princesa Isabel, que tenía muchos pretendientes, y el distinguido Fernando de Aragón, que era ya rey de Sicilia, y que incluso en su juventud temprana había mostrado mucho valor.

     Aunque Abraham Senior se encontró con la violenta oposición de una parte de la nobleza castellana, él indujo al príncipe a hacer un viaje secreto a Toledo. Isabel, que estaba favorablemente inclinada hacia su primo de Aragón, fácilmente estuvo de acuerdo con una reunión. Fernando comenzó el viaje sin tardanza. Estando carente de medios, él aseguró un préstamo de veinte mil sueldos de su "amado criado" Jaime Ram, hijo de un rabino y uno de los juristas más distinguidos de su tiempo.

     Fernando entonces cruzó la frontera de Castilla disfrazado, y encontró refugio en la casa de Abraham Senior, quien lo llevó silenciosamente por la noche donde la expectante princesa [3]. A Pedro de la Caballería, un joven marrano muy rico y distinguido de Zaragoza, miembro de una familia con muchas ramas, se le confió entonces la tarea de persuadir a personas de rango que se oponían al proyecto de matrimonio: a Alfonso Carrillo, el voluble arzobispo de Toledo; a Pedro González de Mendoza, obispo de Sigüenza, quien más tarde llegó a ser cardenal de España; y a otros. Gracias a su poder de persuasión, y por los extensos recursos que estaban a su disposición, él, de hecho, logró que Fernando fuera preferido al rey de Portugal, el duque de Berri, el rey de Inglaterra, y todos los otros pretendientes de Isabel. Pedro de la Caballería también tuvo el distinguido honor de presentarle a la novia Real, como el regalo nupcial de Fernando, un costoso collar valorado en cuarenta mil ducados, y de pagar el todo o una gran parte de su precio. La corona de Aragón estaba, de hecho, tan empobrecida en aquel tiempo que, en la muerte del rey Juan, en 1479, las joyas de la tesorería tuvieron que ser tomadas y vendidas, a fin de sepultarlo con exequias tales como eran apropiadas para la realeza [4].

[3] Kapsali, op. cit., 60 seq.; Mariana, De Rebus Hispaniae, lib. 24, cap. I.
[4] Zurita, Anales de Aragón, IV, 165.

     Abraham Senior, el amigo íntimo del influyente Andrés de Cabrera, de Segovia, permaneció como el adherente más leal de Isabel. Él y Cabrera tuvieron éxito en lograr una reconciliación entre ella y su rey hermano Enrique. Abraham estaba tan alto en la estima de la reina y de los grandes señores que, en 1480, las cortes en Toledo, en reconocimiento a sus eminentes servicios al Estado, le concedieron un estipendio anual de diez mil maravedíes de los ingresos de los impuestos Reales.

     En Castilla, así como en Aragón, ciertos judíos, y sobre todo muchos marranos, manejaban una considerable influencia. El nombre "marrano" era aplicado a personas de ascendencia judía cuyos padres o abuelos habían sido llevados por desesperación y persecución extrema a aceptar el cristianismo. La conversión era, sin embargo, sólo externa, o fingida; en el fondo ellos adherían lealmente a su religión ancestral. Aunque en apariencia cristianos, ellos observaban en secreto los principios de la fe judía; eso era con bastante frecuencia verdadero incluso en el caso de aquellos que habían llegado a ser dignatarios de la Iglesia. Ellos celebraban el sabbath y las fiestas judías, reunidos en secretas sinagogas subterráneas u otras, y practicaban ritos judíos en sus casas. Ellos así siguieron siendo judíos, y finalmente sufrieron tortura y tormentos por su adherencia al judaísmo. La gente y los gobernantes sabían todo eso, pero durante mucho tiempo los marranos no fueron molestados, porque, aunque ellos generalmente se casaban entre sí, sus alianzas de familia se extendían a los estratos más altos de la sociedad. Sus servicios eran, además, considerados como indispensables. Por su riqueza, inteligencia y capacidad, ellos obtuvieron los cargos más importantes y posiciones de confianza; ellos fueron empleados en los gabinetes de los gobernantes, en la administración de las finanzas, en los tribunales superiores de justicia, y en las cortes.

     Aunque Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla estuvieran unidos por el matrimonio, cada uno tenía la dirección de un reino separado, de modo que ellos vivían como dos monarcas aliados. Ellos no tenían simplemente reinos separados, sino también administraciones separadas y consejos Reales separados. Las posiciones más importantes en esos consejos estaban a cargo de marranos, miembros de las familias De la Caballería, Sánchez, Santángel, y otros. Tal como Luis de la Caballería, el hijo de don Bonafós [*], había sido el confidente del rey Juan de Aragón, del mismo modo Jaime de la Caballería, el hermano de Luis, era el amigo confidencial de Fernando. Jaime lo acompañó en su primer viaje a Nápoles, y constantemente lo asistía con el aire y la pompa de un príncipe. Alfonso, otro hermano de Luis, ocupaba la alta posición de vice-canciller de Aragón, y Martín de la Caballería era el comandante de la flota en Mallorca. Luis Sánchez, un hijo del rico Eleasar Usuf de Zaragoza, fue designado presidente del tribunal más alto de Aragón; Gabriel Sánchez era el tesorero principal, y su hermano Alfonso era el sub-tesorero. Guillén Sánchez, copero de Fernando, fue promovido más tarde al cargo de tesorero Real, y su hermano Francisco fue hecho administrador de la casa Real. Fernando también designó a Francisco Gurrea, yerno de Gabriel Sánchez, como gobernador de Aragón. Siempre que Fernando necesitaba dinero, él lo pedía a los Santángel, los cuales tenían casas comerciales en Calatayud, Zaragoza y Valencia; de esa familia más será dicho luego. Los marranos Miguel de Almazán y Gaspar de Barrachina, el hijo de Abiatar Xamós, eran los secretarios privados del rey.

[*] Bonafós de la Caballería fue un escritor anti-judío, hijo de Salomón ibn-Labi de la Caballería, de Zaragoza, y que tomó el nombre de "Micer Pedro" después de convertirse al cristianismo. Tempranamente se dedicó al estudio del hebreo, el árabe y el latín, y del derecho civil y canónico. Él obtuvo el favor de la reina María, la que lo designó comisionado para las cortes de Monzón y Alcañiz (1436–1437). Se casó dos veces, primero (antes de su conversión) con la ex-esposa de Luis de Santángel, y luego con Violante, una hija del rico Alfonso Ruiz de Daroca, quien, al igual que él, era un convertido al cristianismo. En el año 1450 Micer Pedro comenzó su Zelus Christi contra Judæos et Sarracenos, un libro lleno de malevolencia contra sus antiguos correligionarios, que fue publicado posteriormente en Bologna en 1592. Poco después de completar su obra, en la que acusaba a los judíos de todos los vicios imaginables, etiquetándolos como una raza hipócrita, pestilente y abandonada, Bonafós fue asesinado en 1464, se cree que por instigación de los marranos. Todos los hijos de Bonafós ocuparon altas posiciones en Aragón: Alfonso fue vice-canciller, Luis fue consejero confidencial del rey Juan, y Jaime fue consejero confidencial de Don Fernando (Wikipedia) [NdelT].

     En las ciudades, en la administración de las rentas públicas, en el ejército, en la judicatura y en las cortes, los marranos, como ha sido dado a entender ya, tenían importantes e influyentes cargos. Ellos eran particularmente prominentes en Zaragoza; aquélla era la ciudad más rica de Aragón, debido a sus extensas industrias, que eran en gran parte conducidas por judíos y marranos. En Zaragoza, el marrano Pedro Monfort era vicario general del arzobispado; Juan Cabrero era el arcediano; y los priores de la catedral eran el doctor López, nieto de Mayer Pazagón de Calatayud, y Juan Artal, nieto de Pedro de Almazan. Uno de los principales alguaciles de Zaragoza era Pedro de la Cabra, un hijo del judío Nadassan Malmerca. No menos influyente que en Aragón y en la corte aragonesa eran los marranos que disfrutaban de la confianza de la reina Isabel. Sus consejeros de Estado y secretarios privados eran hijos y nietos de judíos; incluso su confesor, Hernando de Talavera, era nieto de una judía.

     El hecho de que los marranos, cuyo número en toda España era muy grande, poseyeran gran riqueza y fueran en todas partes estimados por su inteligencia, despertó la envidia y el odio. El hecho de que ellos también lealmente adhirieran a su religión ancestral y tuvieran una relación activa con los judíos, molestaba a la parte fanática del clero español.

     En 1478, el mismo año en el cual Muley Abul Hasan recibió al embajador español por última vez, en la cámara más magnífica de la Alhambra, y renunció al tributo español, se reunieron en Sevilla varios clérigos, la mayor parte de ellos dominicanos. Isabel estaba residiendo temporalmente en aquella ciudad, y presidió la reunión. Su objetivo era determinar lo que podría hacerse para fortificar y vigorizar la fe cristiana, sobre todo entre los marranos. El clero trató de convencer a la reina de que los medios ordinarios de conversión, recomendados por ella, eran ineficaces en el caso de los cristianos nuevos, quienes no creían en las doctrinas fundamentales del cristianismo, sino que tenazmente se aferraban al judaísmo. De ahí que la asamblea recomendó la introducción de la Inquisición en la forma que ya existía en Sicilia. Fernando, que en su ilimitada avaricia e insaciable codicia siempre era guiado por consideraciones de interés propio y egoísmo, aceptó de buena gana la proposición.

     Ha sido conocido durante mucho tiempo, y los historiadores españoles del día presente libremente lo admiten, que la introducción de la Inquisición no se debió tanto al celo religioso como a consideraciones materiales; ella fue usada como un instrumento de avaricia y de absolutismo político. Un objetivo del rey amante del poder era humillar y someter a la nobleza castellana, que poseía grandes privilegios, y entre la cual había mucho marranos. Su objetivo principal era, sin embargo, apropiarse de la riqueza de los marranos. Un conflicto con los moros era inevitable; la señal de guerra ya había sido dada. La tesorería Real estaba vacía. La gente estaba ya sobrecargada con impuestos, y hasta al clero se le cobraban impuestos, una cosa que nunca había sucedido antes en España. El rey consideró la introducción de la Inquisición, y la confiscación de la propiedad de sus víctimas, como el único método disponible para mejorar la desesperada situación financiera.

     Ya en las cortes de 1465 ciertos extremistas habían propuesto perseguir a los judíos secretos, y usar sus propiedades para emprender una guerra de exterminio contra los moros. Ese proyecto fue ejecutado quince años más tarde por Fernando. Tan pronto como el primer tribunal de la Inquisición fue establecido, a Fernando Yaños de Lobon (con el cargo de adelantado de la corte) le ordenaron transferir a la tesorería Real la propiedad de todos los judíos condenados. La Inquisición permitió al rey satisfacer su ambición totalmente. Así como Fernando, que era un disimulado intolerante más bien que un cristiano devoto, siempre hablaba de religión, del mismo modo él siempre alababa la paz, aunque realmente deseaba conquistar a los moros, y declarar la guerra contra Francia después de la muerte de Louis XI. Él, el gobernante de un pequeño reino, deseaba convertirse en el jefe de un gran Estado; el nieto de una judía toledana se envolvía con la capa de la piedad a fin de elevarse a la posición del rey más católico.

     La piadosa Isabel, a quien le disgustaba glorificar la religión a costa de la compasión, durante mucho tiempo se opuso a la introducción de la Inquisición, pero ella finalmente cedió a las exhortaciones de sus exaltados prelados y a las solicitaciones urgentes de su marido. Ella era el dócil instrumento de consejeros espirituales, que ejercían un dominio sin restricción sobre ella, y que prácticamente la hicieron su esclava. Cuando, por ejemplo, ella solicitó a su confesor, Hernando de Talavera, quien más tarde se convirtió en el arzobispo de Granada, que le permitiera confesarse o bien de pie o sentada, él rechazó ambas alternativas, e insistió en que ella, la reina, debía arrodillarse a sus pies. Ella cedió a su demanda sin una palabra de protesta. Fue completamente debido a ella que la Inquisición no comenzó su trabajo horrible sino hasta dos años después de que el permiso para su establecimiento en Castilla había sido concedido por el Papa.

     No es nuestro objetivo considerar detalladamente la historia de esa institución con sus crueles torturas, su escandaloso procedimiento, y sus miles de víctimas. Al componer tal historia la pluma debe sumergirse en sangre y lágrimas, y el escritor debería sacar provecho de la gran masa de material no impreso conservado en los archivos estatales en Alcalá de Henares, la mayor parte del cual nunca ha sido utilizado. Tenemos que examinar simplemente las tempranas actuaciones de la Inquisición, y llamar la atención brevemente hacia las víctimas que pertenecían a aquellas familias cuyos miembros figuran destacadamente en los capítulos posteriores de este libro.

     El primer tribunal fue establecido en Sevilla. Los primeros inquisidores entraron en aquella ciudad al comenzar Enero de 1481, y unos días más tarde las primeras víctimas murieron en la hoguera. Varios de los hombres más ricos y más respetados de Sevilla fueron entregados pronto a las llamas: Diego Susón, que poseía una fortuna de diez millones de sueldos, y que tenía alguna reputación como talmudista; Juan Fernández de Albolasya, que había estado durante varios años a cargo de la aduanas Reales [como arrendador]; Manuel Saulí, y otros. Varios miles de personas, principalmente marranos ricos, perecieron en la hoguera en Sevilla y Cádiz en 1481. Incluso los huesos de aquellos que habían muerto mucho antes fueron exhumados y quemados, y la propiedad de sus herederos fue despiadadamente confiscada por el Estado. Los tribunales fueron establecidos pronto en Córdoba, Jaén y Ciudad Real. La bula publicada por el Papa Sixto IV el 17 de Octubre de 1483 designó al [presbítero Tomás de] Torquemada [confesor de la reina Isabel] como Inquisidor General, y permitió que Fernando extendiera la Inquisición a las tierras hereditarias de su casa: Aragón, Cataluña y Valencia. En esta última provincia se había comenzado un año antes, por orden especial del rey, a confiscar la propiedad de los marranos.

     En las ciudades, la introducción del Santo Oficio se encontró con una violenta oposición. Los ciudadanos de Teruel no permitirían que los inquisidores realizaran su nocivo trabajo. Cuando ellos se acercaron a Plasencia los miembros del consejo municipal dejaron la ciudad. Barcelona temió que el nuevo tribunal fuera perjudicial para el comercio. Los aragoneses, celosos de sus antiguos derechos establecidos, observaron con profunda consternación que la Inquisición estaba haciendo su país dependiente de Castilla; ellos comprendieron que esa institución causaría la destrucción de su antigua libertad.

     En Aragón se llegó, para su introducción, a un arreglo con las cortes [organismo legislativo], cuyo consentimiento era necesario. El acuerdo de aquel organismo fue asegurado por la influencia directa de Fernando e Isabel, quienes ambos se habían dirigido a Zaragoza para aquel objetivo. Pero apenas los dos inquisidores, el canónigo Pedro de Arbués y el dominicano Gaspar Juglar, habían comenzado su trabajo, se encontraron con una fuerte resistencia. La oposición aumentó después del primer Auto de Fe y después de que habían comenzado procedimientos contra Leonardo o Samuel de Eli, uno de los hombres más ricos de Zaragoza. De ahí que la asamblea de los estados generales del reino, que había sido convocada por Alfonso de la Caballería, resolvió enviar una delegación al rey, la cual, en nombre de los marranos, le ofreció a él y al Papa una considerable suma de dinero a condición de que el trabajo de persecución y confiscación fuera abandonado. Pero Fernando persistió en su determinación, y la Inquisición continuó su trabajo con redoblado celo.

     En su desesperación los marranos recurrieron a medidas extremas. Ellos determinaron asesinar a uno de los inquisidores. Un plan de acción fue formado en la casa de Luis de Santángel, casa que todavía [1894] está de pie en el mercado de Zaragoza. Los conspiradores eran Sancho de Paternoy, el tesorero principal de Aragón, que tenía su propio asiento en la sinagoga de Zaragoza; Alfonso de la Caballería, canciller de Aragón; Juan Pedro Sánchez, hermano de Gabriel y Francisco Sánchez; Pedro de Almazán, Pedro Monfort, Juan de la Abadía, Mateo Ram, García de Moros, Pedro de Vera, y otros compañeros de desgracia de Zaragoza, Calatayud y Barbastro. El complot fue ejecutado en el tiempo designado: durante la noche del 15 de Septiembre de 1485 Pedro de Arbués fue mortalmente herido en la catedral de La Seo, en Zaragoza, por Juan de Esperandeu y Vidal Durango, este último un francés empleado como un curtidor por Esperandeu. Dos días más tarde Arbués murió [5]. Cuando la reina, que resultó entonces estar en Córdoba, escuchó del asesinato del inquisidor, ordenó que rigurosas medidas fueran instituídas sin piedad contra todos los marranos, no simplemente en Zaragoza sino en cada ciudad del reino, y que sus inmensas posesiones fueran confiscadas por el Estado [6].

[5] Henry C. Lea, The Martyrdom of S. Pedro Arbués, Papers of the American Hist. Assoc., vol. III. Nueva York, 1889. El verdadero asesino fue Vidal Durango, como es evidente de un recibo manuscrito conservado en los archivos de la catedral de Zaragoza.
[6] Pulgar, Reyes Católicos, Zaragoza, 1567, fol. 184a.

     Un terrible castigo fue dado a los conspiradores. Juan de Esperandeu, un rico curtidor, que poseía muchas casas en el Calle del Coso (donde el viejo baño judío para mujeres todavía existe), fue obligado a mirar mientras su padre, el curtidor Salvador de Esperandeu, era quemado en la hoguera. El propio Juan, después de que sus manos habían sido cortadas, fue arrastrado al mercado el 30 de Junio de 1486, junto con Vidal Durango, y descuartizado y quemado. Juan de la Abadía, que había intentado suicidarse en la prisión, fue sacado, descuartizado y entregado a las llamas. Las manos de Mateo Ram fueron cortadas, y él también murió en la hoguera. Tres meses más tarde las hermanas de Juan de la Abadía, el caballero Pedro Muñoz, y Pedro Monfort, vicario-general del arzobispado de Zaragoza, fueron quemados como adherentes del judaísmo. El hermano de Pedro Monfort, Jaime, vice-tesorero de Cataluña, junto con su esposa fueron quemados en efigie en Barcelona. La sentencia del tesorero jefe, Sancho de Paternoy, fue conmutada por cadena perpetua, a petición de su pariente Gabriel Sánchez. En Marzo y Agosto de 1487 el notario García de Moros, Juan Ram, yerno de Juan Pedro Sánchez, Juan de Santángel, y el caballero Luis de Santángel murieron en las llamas. El banquero Juan Pedro Sánchez, la verdadera cabeza de la conspiración, que había tenido éxito en escapar a Toulouse, fue allí reconocido por los estudiantes aragoneses y detenido, pero nuevamente aseguró su libertad. Gaspar de Santa Cruz, que había huído con él de España, murió en Toulouse. Ambos fueron quemados en efigie en Zaragoza, además de los otros miembros de la familia Sánchez: el comerciante Bernardo Sánchez, Brianda su esposa, y Alfonso Sánchez, un literato; igualmente el comerciante Anton Pérez, y García López. La esposa de López permaneció en España y murió en la hoguera [7].

[7] Libro Verde de Aragón, en Biblioteca Colombina, fol. 78 sq.; en parte impreso en Revista de España, XVIII, 547-578, y en Amador de los Ríos, Historia de los Judíos, III, 616 sq. Véase también Revue des Études Juives, XI, 84 sq.

     La Inquisición difundió el terror y la alarma por todas partes. Miles de marranos sufrieron el martirio por su religión. Mientras más terriblemente ellos fueron perseguidos, mayor se hizo su amor por su fe ancestral. Dalman de Tolosa abiertamente declaró que él, su madre, sus hermanos Gabriel y Luis, y sus esposas, a pesar de todos los obstáculos, observaban la ley judía. Un miembro de esa familia vivió en Nápoles a principios del siglo XVI, y era conocido como el "famoso mercader catalán". El rico Jacob de Casafranca, que había sido el vice-tesorero de Cataluña, y cuya madre murió como una judía en la prisión de la Inquisición, admitió francamente que el rabino de Gerona lo había proveído de carne y todo lo que él necesitaba para la celebración de las fiestas judías, y que en su casa, en la Plaza de la Trinidad de Barcelona, él había vivido de acuerdo con los preceptos de la religión judía y había leído la ley de Moisés. Los concejales de la Inquisición declararon que todos sus descendientes eran judaizantes.

     Entre aquellos que fueron conducidos al gran Auto de Fe en Tarragona el 18 de Julio de 1489, vestidos con el tradicional traje de penitentes, estaban Andreu Colom, su esposa Blanca, y su suegra Francisca Colom. Todos ellos admitieron que habían observado los ritos, ceremonias y fiestas de los judíos. ¿Cuáles deben haber sido los sentimientos de Cristóbal Columbus, o Colón (él era llamado también Colom) cuando oyó que miembros de la raza judía llevaban su apellido y habían sido condenados por la Inquisición?


CAPÍTULO IV

La Primera Aparición de Colón en la Corte Española — La Junta de Córdoba y la Conferencia en Salamanca — Abraham Zacuto — Isaac Abravanel.


     El ambicioso plan que Fernando e Isabel se esforzaron enérgicamente por realizar era establecer un gran reino, reforzado por la unidad política y religiosa. Ellos deseaban, por sobre todo, acabar con el dominio de los moros en España, y expulsar a los mahometanos de la Península.

     Cuando Colón fue a España, la guerra con los moros ya había comenzado. La sistemática confiscación de la propiedad de los judíos "secretos" que habían sido condenados por la Inquisición llevó enormes sumas de dinero a la tesorería estatal, y proporcionó a Fernando e Isabel los medios para continuar la guerra. Las victoriosas tropas españolas ya habían avanzado y capturado Zahara, Ronda, que había sido durante mucho tiempo llamada "la ciudad de los judíos", Setenil, y varias otras ciudades fortificadas.

     Fue después del final de la campaña de 1485 que el rey y la reina fueron primero informados de la presencia de Colón en España, y de su proyecto. Ellos recibieron esa información de Luis de la Cerda, el valiente duque de Medina-Celi. Hacia el final de aquel año él escribió desde Rota a Isabel que él estaba alojando en su palacio a un genovés llamado Cristóbal Colón, que había llegado desde Portugal, y que afirmaba que él podría indudablemente encontrar una nueva ruta oceánica a India. El duque también escribió que él habría colocado de buena gana los barcos requeridos a disposición de Colón para el viaje propuesto, y habría provisto la expedición a su propio costo, si no fuera contrario a la ley, y contrario a la voluntad de la reina. Al duque se le solicitó que indujera al planificador extranjero a presentarse ante ella.

     Con cartas de presentación del duque para la reina y para Alonso de Quintanilla, jefe supervisor de las finanzas de Castilla, Colón se dirigió a Córdoba en Enero de 1486, y allí, en Mayo, le fue concedida una audiencia con los gobernantes españoles. A fin de ganar el favor de la piadosa reina, él se envolvió con la capa del fanatismo religioso. Él afirmó que su tarea era principalmente por el interés de la Iglesia, que él deseaba diseminar el cristianismo en las tierras recién descubiertas, y que, con el oro encontrado en la antigua y muy renombrada tierra [bíblica] de Ofir, el Santo Sepulcro podría ser arrancado de manos de los infieles.

     La confiada y fanática Isabel lo escuchó con entusiasmo, y su alma se llenó de alegría por anticipado por hacer conversos al cristianismo. El rey estaba motivado por motivos totalmente diferentes. Él estaba pensando en la adquisición de territorio más bien que en la difusión de la religión. Él también tenía en cuenta el costo de la empresa y los peligros del fracaso, así como las posibles ventajas. Por naturaleza desconfiado, calculador y receloso, Fernando fue muy reservado hacia Colón, quien, con su gastada ropa, había dado al rey la impresión de que se trataba de un oportunista. Fernando pensó que debía ser tanto más cauteloso porque el genovés había sido rechazado por el rey de Portugal, el gobernante de un Estado renombrado sobre todo por sus descubrimientos marítimos. Fernando e Isabel pronto estuvieron de acuerdo en que ése no era un tiempo oportuno para aceptar la proposición hecha por Colón. Tal como el rey de Portugal, ellos determinaron mandar el plan para que fuera examinado por una comisión experta. Ellos nombraron como su presidente al prior de Prado, el noble Hernando de Talavera, que como confesor de la reina disfrutaba de su plena confianza, y que, como arzobispo de Granada, fue perseguido posteriormente de manera tan escandalosa por la Inquisición.

     Esa comisión, que estaba compuesta por cosmógrafos y otros eminentes eruditos, sostuvo varias reuniones, y ante ella Colón presentó un plan exacto de su empresa, que él explicó e interpretó. Pero él o no logró ser explícito o los comisionados no quisieron entenderlo, ya que éstos llegaron a las mismas conclusiones que la Junta de Lisboa tres años antes, a saber, que las aseveraciones de Colón no podían ser posiblemente verdaderas, y que no había ninguna tierra desconocida para ser descubierta.

     Ellos aconsejaron firmemente que el rey y la reina no se arriesgaran en una empresa tan vaga, ya que ello no causaría ninguna ventaja sino sólo una pérdida de dinero y prestigio. Fernando, que en medio de la guerra no podía encontrar tiempo para examinar cuidadosamente los argumentos de Colón, logró inducir a la reina para que desilusionase al navegante con palabras amistosas. Colón fue informado de que mientras la guerra estuviera pendiente, una materia tan importante no podía ser resuelta, pero que debería ser considerada tan pronto como la paz fuera establecida. Eso equivalía a un rechazo del proyecto. Colón se vio obligado, además, a soportar el odio y el acerbo escarnio de los cortesanos y de todos aquellos que habían oído hablar de sus planes. Todos ellos lo consideraban como un intrigante y un aventurero, y en Córdoba ellos burlonamente lo llamaban "el hombre con la capa llena de agujeros".

     La desfavorable respuesta de Fernando e Isabel fue un golpe aplastante no sólo para Colón sino también para sus amigos y patrones, para Alonso de Quintanilla, que lo había alojado compasivamente durante algún tiempo bajo su techo, y sobre todo para Diego de Deza, un sabio teólogo de ascendencia judía, al cual el propio Colón cuenta entre sus patrones y partidarios más influyentes. Diego de Deza tenía una buena reputación y era muy estimado. Él tenía a cargo la educación del heredero forzoso, el príncipe Don Juan, y era el obispo de Salamanca, así como profesor de teología en la universidad de aquella ciudad, en ese entonces la sede de aprendizaje más famosa en el mundo entero. Para disminuír la fuerza del veredicto de la Junta él quiso enviar el plan de Colón del descubrimiento a destacados cosmógrafos y matemáticos para un examen adicional. Eso él realmente lo hizo sin tardanza. Él hizo que Colón fuera a Salamanca, y convocó a una conferencia a los profesores más distinguidos de la universidad, matemáticos, astrólogos y cosmólogos.

     En sus sesiones, que fueron sostenidas en Valcuevo, cerca de Salamanca, Colón presentó y defendió su proyecto. Entre otros, allí participó en esa conferencia el astrólogo fray Antonio de Marchena, quien siempre defendió la causa de Colón, y el astrólogo [y rabino] judío Abraham Zacuto, quien, por medio de sus importantes contribuciones a su rama del conocimiento, promovió materialmente el proyecto de Colón.

     Abraham Zacuto nació en Salamanca aproximadamente el año 1440, y era comúnmente llamado Zacuto de Salamanca. Sus antepasados habían llegado desde el sur de Francia, y, como él mismo nos informa en su famosa crónica, ellos permanecieron rotundamente leales a su religión a pesar de todas las persecuciones. Él se dedicó al estudio de las matemáticas, y sobre todo de la astronomía, y ganó el favor del obispo de Salamanca, quien permitió que él asistiera a la universidad de aquella ciudad. Allí él llegó a ser profesor de astronomía, y muchos discípulos cristianos y mahometanos lo reverenciaban como su profesor. Su principal obra astronómica era el Almanach Perpetuum con tablas del Sol, la Luna y las estrellas, que, como nos informa su alumno Augustin Ricci, fueron preparadas entre 1473 y 1478, a petición de su patrón, el obispo, a quien le fue dedicada dicha obra. Fue traducida del hebreo al latín y al castellano por su alumno Joseph Vecinho, o Vizino, y fue impresa en la imprenta de Samuel d'Ortas en Leiria. Debido a su amplia circulación fue editada varias veces durante la vida del autor.

     Colón reconoció totalmente la importancia de las contribuciones de Zacuto a la ciencia. Él valoró en particular el Almanach de Zacuto y sus Tablas, con el cálculo cuadrienal mejorado, el uso del cual era mucho más simple que cualquiera hasta entonces conocido, incluyendo las Ephemerides del astrónomo alemán Johannes Müller, comúnmente llamado Regiomontanus. Las Tablas de Zacuto siempre acompañaron a Colón en sus viajes, y le prestaron un inestimable servicio. A ellas, de hecho, él y su tripulación una vez le debieron sus vidas.

     En su último viaje Colón había visitado la costa de Veragua, cuyo nombre todavía es perpetuado en el título de su actual descendiente, el duque de Veragua. En sus ricas minas él encontró mucho oro y piedras preciosas. Después de dejar Veragua un terrible huracán dañó enormemente sus dos únicas carabelas sobrevivientes, dejándolas incapaces de navegar. Después de que llegó a Jamaica él estaba en una desesperada grave situación. El desagradecido Francisco de Porras había instigado una conspiración contra él; el propio Colón estaba postrado por una enfermedad; los naturales eran hostiles a él y amenazaban su vida; y los pocos marineros que le permanecían leales estaban desalentados y agotados por el hambre. El almirante y sus seguidores esperaban la cierta muerte.

     Por lo tanto él recurrió a un expediente que es característico de él y de su época. Por medio de las Tablas de Zacuto él averiguó que habría un eclipse de Luna el 29 de Febrero de 1504. Él entonces convocó a ciertos caciques, o jefes nativos, y les dijo que el dios de los españoles estaba muy enojado con ellos porque ellos no le daban a él y a sus marineros suficiente comida, y que Dios los castigaría privándolos de la luz de la Luna, y sometiéndolos despiadadamente a las influencias más perniciosas. Cuando la noche llegó, y la Luna se hizo invisible, los caciques y sus seguidores dieron tristes gemidos, y, lanzándose a los pies del almirante, ellos prometieron proveerlo de muchas provisiones, e imploraron que él apartara de ellos el mal inminente. Colón entonces se retiró dando el pretexto de ir a conversar con la Deidad. Cuando la gruesa oscuridad comenzó a desaparecer, y la Luna comenzó a aparecer, él nuevamente apareció, y anunció a los expectantes caciques que su contrición había apaciguado la ira divina. Toda la luz de la Luna pronto alumbró, y el objetivo de Colón fue alcanzado; él no encontró más hostilidad, y obtuvo abundante comida.

     "El Jueves 29 de Febrero de 1504", dice Colón, "estando yo en las Indias, en la isla de Jamaica, en el puerto que se dice de Sancta Gloria, que está casi en el medio de la isla, de la parte septentrional, hubo eclipse de la Luna, y porque el comienzo fue primero que el Sol se pusiese, no pude notar salvo el término de cuando la Luna acabó de volver en su claridad, y esto fue muy certificado dos horas y media pasadas de la noche. La diferencia del medio de la isla de Jamaica en las Indias con la isla de Calis en España es siete  horas y quince minutos, de manera que en Calis se puso el Sol primero que en Jamaica con siete horas y quince minutos de hora" (Libro de las Profecías, 59 seq.). Colón luego se refiere al Almanach de Zacuto, la declaración del cual en cuanto al eclipse de la Luna concuerda exactamente con la observación de Colón.

     No puede haber duda de que Zacuto, quien estableció una relación personal con Colón en Salamanca, llamó la atención de éste a sus tratados, y que él también comunicó oralmente a Colón su teoría acerca de las tormentas en las regiones equinocciales, una teoría que era de valor para los navegantes. Zacuto, al igual que el protector de Colón, Diego de Deza, fue uno de aquellos que declararon a favor del genovés y su empresa, y afirmó que "las distantes Indias, separadas de nosotros por grandes mares y enormes extensiones de tierra, pueden ser alcanzadas, aunque la empresa sea arriesgada".

     La conferencia de Salamanca, en la cual el comportamiento resuelto de Colón le ganó la admiración de muchos y la simpatía de todos, determinó el destino de aquél, aunque su acción no fuera de un carácter oficial, como la de la Junta de Córdoba. Las presentaciones hechas por Diego de Deza y otros hombres entendidos indujeron a Fernando e Isabel a tomar a Colón a su servicio, y el 5 de Mayo de 1487 ellos ordenaron que el tesorero Real entregara tres mil maravedíes al pobre genovés. Hacia fines de Agosto otra suma de cuatro mil maravedíes le fue asignada, con la orden expresa de ir a Málaga, que había sido capturada por el ejército español unas semanas antes. Allí él trabó relación con los dos judíos más distinguidos de España, que estaban entonces en la corte del rey: el principal recaudador de los impuestos, Abraham Senior, de quien hemos hablado ya, y su amigo Isaac Abravanel. Ellos estaban a cargo de aprovisionar los ejércitos Reales, y haciendo grandes sacrificios ellos habían hecho eso para satisfacción especial de la reina Isabel. Ellos hicieron un extraordinario servicio al reino, ya que no simplemente dedicaron sus enormes propias fortunas a la compra de armas y provisiones sino que también indujeron a otros judíos ricos a seguir su ejemplo [1].

[1] Amador de los Ríos, Historia de los Judíos de España y Portugal, III, 296 sq.

     Isaac Abravanel pertenecía a una antigua y distinguida familia. Su abuelo, el "gran" Samuel Abravanel, el judío más rico y más influyente en Valencia, temporalmente cambió su religión a consecuencia de la gran persecución de 1391, y se hizo llamar Alfonso Fernández de Vilanova, a partir del nombre de una de sus tierras. El hijo de Samuel, Judá Abravanel, se estableció en Lisboa, y llegó a ser el tesorero del príncipe Fernando, quien, antes de su campaña contra los moros de Tánger, dispuso el pago sin falta de más de medio millón de reis que él había pedido prestados a Judá. Isaac Abravanel disfrutaba de la completa confianza del rey Alfonso V de Portugal, y estaba en los términos más amistosos con los miembros de la casa de Braganza. Pero después de la muerte de Alfonso él se vio obligado a huír, dado que era un amigo del poderoso duque de Braganza, a quien el rey João II había condenado a muerte. Él fue a Castilla y pronto ganó el favor del rey y la reina [2].

[2] Acerca de la vida de Isaac Abravanel y sus obras, véase Kayserling, Geschichte der Juden in Portugal, 72 sq.

     Es probable que Colón, durante su residencia en la capital de Portugal, hubiera entablado relación ya con ese hombre honrado y competente. Isaac Abravanel fue uno de los primeros que proporcionó ayuda financiera para el cometido de Colón.–

SHALOM A TODOS
ATENTAMENTE RICARDO ANDRES PARRA RUBI
MALKIYEL BEN ABRAHAM