CRISTÓBAL COLÓN LOS JUDÍOS Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA

CRISTÓBAL COLÓN Y LOS JUDÍOS PARTE 2 DE 3




      Continuando con el libro de Meyer Kayserling, Cristóbal Colón y la Participación de los Judíos en los Descubrimientos Españoles y Portugueses (1894), presentamos en esta parte los capítulos 5 y 6, donde el autor se refiere a los acontecimientos previos al viaje de Colón, principalmente al fin de la guerra contra los moros y la expulsión de los judíos de España, y del viaje mismo, a los judíos que participaron y la hipótesis de un origen hebreo de los indios que había en América.


CRISTÓBAL COLÓN Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS JUDÍOS EN LOS DESCUBRIMIENTOS ESPAÑOLES Y PORTUGUESES POR MEYER KAYSERLING 1894



CAPÍTULO V



Colón en Santa Fe — La Caída de Granada — La Posición de los Santángel; Su Persecución por la Inquisición — Intercesión de Luis de Santángel a Favor de Colón — Las Joyas de la Reina, y el Préstamo de Santángel para el Equipamiento de la Expedición.

     No sabemos por qué Colón fue llamado a Málaga o durante cuánto tiempo se quedó allí. Él pronto regresó a Córdoba, donde se hizo íntimo con Beatriz Enríquez, una muchacha pobre, a quien han llamado erróneamente la hija de un judío. Él poco después fue ignorado nuevamente por el rey y la reina, quienes gradualmente dejaron de concederle subvenciones. Él vivía en la mayor pobreza con su amante Beatriz, la cual le había dado un hijo. Cansado de prolongadas tardanzas, él reanudó las negociaciones con el rey de Portugal que habían sido discontinuadas varios años antes; pero esas nuevas propuestas tampoco fueron exitosas, y él entonces determinó presentar su proyecto ante el rey de Francia.

     Él primero fue al monasterio de La Rábida cerca de Palos, para ver a su hijo Diego antes de dejar España, o, más probablemente, para informar a su protector, el prior Juan Pérez de Marchena, acerca de sus planes y despedirse. Tiempo antes, Colón había llamado a la puerta de ese monasterio cuando era un pobre peregrino a su llegada a España, y había pedido pan y agua para su pequeño hijo. El prior, que se interesó considerablemente en los proyectos de Colón, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir la ahora propuesta salida de España de Colón, y fue secundado en sus esfuerzos por García Fernández, el médico de Palos.

     Pérez de Marchena, que había sido confesor de la reina, y era muy estimado por ella como un buen astrólogo, escribió una carta urgente a Isabel, recomendando al genovés y su empresa en los términos más amistosos. Esa carta fue llevada a la reina, que estaba entonces en Santa Fe, por Sebastián Rodríguez, un marinero de Lepe. La vecina ciudad de Granada ya había sido obligada a capitular. En esa espléndida ciudad mora acababa de estallar una rebelión entre los musulmanes, pero ellos habían sido de algún modo pacificados por la promesa de Fernando de que todos los moros y judíos disfrutarían de libertad religiosa, y que ellos podrían marcharse sin ningún impedimento [1].

[1] El manuscrito original de la capitulación de Granada (en El Escorial, MS 7 del siglo XV) contiene lo siguiente: "Otrosí suplicamos a vuestras Altezas manden dar sus cartas de seguro para los judíos, y licencia para llevar lo suyo, e que sin culpa de alguno por no haber navío alguno quedaren en la costa que haya término para se partir". En el margen están las palabras: "Que se haya".

     Después de deliberar con el rey, Isabel escribió inmediatamente al prior diciéndole que él debía ir cuanto antes al campamento Real, y llevar con él a Colón, quien estaba todavía en el monasterio, esperando una respuesta. Ella también envió dos mil maravedíes a fin de que el navegante pudiera aparecer ante sus majestades decentemente vestido. En compañía del prior Colón entonces partió para Santa Fe, y llegó allí, en medio del tumulto de guerra, en Diciembre de 1491, poco antes de que la media luna desapareciera de la torre occidental de la Alhambra. En Santa Fe él encontró a su patrocinador más influyente, Pedro González de Mendoza, el cardenal primado, o, como él es llamado por Pedro Mártir de Anglería, "el tercer rey de España" (Epistolae, lib. 8, epist. 159), quien presidió una reunión de hombres distinguidos convocados para examinar el proyecto del descubrimiento. Colón abogó confiadamente en favor de su plan, y pronto convenció al primado de que sus aseveraciones eran verdaderas. No fue difícil para éste inducir a la reina a dar su aprobación al plan de exploración.

     Después de un conflicto de siete años, comparable sólo con la guerra de Troya, Granada cayó en poder de España. El viernes 2 de Enero de 1492 el estandarte español flameó en la torre más alta del viejo palacio moro, y los dos soberanos ceremoniosamente entraron en la conquistada capital mora. Durante el mismo día Fernando anunció a todas las ciudades de su reino que, después de muchos grandes conflictos que habían costado mucha sangre noble, le había complacido a Dios permitir que los ejércitos cristianos vencieran a los moros. Desde la conquista de Granada la gratitud papal ha permitido al gobernante de España llevar el título de Su Muy Católica Majestad.

     En todas las ciudades de España la caída del dominio moro y el triunfo de la religión cristiana fueron celebrados con canciones de alegría. Los judíos estaban entristecidos y con sus cabezas gachas, ya que la conquista de los musulmanes también decidió su destino, a pesar de la importante parte que ellos habían desempeñado en asegurar la victoria; desde el palacio de la Alhambra los reyes católicos pronto publicaron el cruel edicto de la expulsión de los judíos. En el pomposo espectáculo de la entrada de los ejércitos cristianos en Granada estaban presentes dos hombres de extraordinaria importancia, dos hombres totalmente disímiles, con cuyos actos la posterior grandeza de España así como su caída, todo su conflictivo destino, estuvieron estrechamente relacionados: un orgulloso sacerdote y un sombrío mendigo.

     El sacerdote era el cardenal Jiménez de Cisneros, el muy docto Gran Inquisidor, que deseaba convertir a todos los moros y judíos en cristianos, y que persiguió a los marranos con rigor sumo. El mendigo era Cristóbal Colón, con quien los dos soberanos ahora comenzaron a negociar en serio. Al alcance del objeto de sus largamente apreciadas esperanzas y deseos, Colón fue impulsado por su ambición y avaricia insaciable a hacer enormes demandas; él deseaba ser designado almirante, virrey y gobernador de por vida sobre todas las tierras que él pudiera descubrir. Fernando no estuvo inclinado a conceder tales demandas o a conceder tales privilegios de gran alcance. De ahí que las negociaciones con Colón fueran suspendidas, y en Enero de 1492 éste dejó Granada con el propósito definido de ir a la corte francesa.

     Entonces, cuando su causa parecía perdida, varias personas se involucraron resueltamente en su favor; ellos eran Juan Cabrero, Luis de Santángel, Gabriel Sánchez y Alfonso de la Caballería, todos hombres de extracción judía. Cuando Luis de Santángel oyó que las negociaciones con Colón habían sido definitivamente rotas, sintió mucha pena y angustia como si él mismo hubiera sufrido con alguna gran desgracia (Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32).

     Hagamos una pausa para indagar quién era Luis de Santángel. En los siglos XV y XVI la familia Santángel o Sancto Angelo era una de las más ricas, más influyentes y más poderosas en Aragón. Cuando, a consecuencia de grandes persecuciones y de los sermones anti-judíos de Vicente Ferrer, muchos judíos en Calatayud, Daroca, Fraga, Barbastro y otras ciudades cambiaron su religión a fin de salvar sus vidas, los Santángel también adoptaron el cristianismo. Al igual que los Villanueva, cuyo antepasado era Moisés Patagón [2], y los Clemente, quienes descendían de Moisés Chamorro, los Santángel también habían venido de Calatayud, la antigua Calat-al-yehud, que en el siglo XIV tenía una de las comunidades judías más ricas en Aragón.

[2] También llamado Pazagón. Los miembros de esa familia también residieron en Portugal. Isaac Pazagón era el presidente de la comunidad judía en Coimbra hacia el año 1360. Véase Kayserling, Geschichte der Juden in Portugal, 24.

     Se dice que el antepasado de los Santángel fue el sabio Azarías Ginillo, cuya esposa no pudo ser inducida a abandonar el judaísmo, ni siquiera en apariencia. Unos años más tarde, sin embargo, ella se casó con Bonafós de la Caballería, y, junto con su marido, ella siguió el ejemplo de Azarías y se hizo cristiana. Azarías Ginillo, o Luis de Santángel, como él se llamó, era un eminente jurista. Él tuvo varios hijos e hijas. Uno de éstos, juntos con su amante, una cierta Marzilla, fue asesinado por el marido de ella. La otra hija se casó con Pedro Gurrea, un judío secreto, y su hijo Gaspar se casó con Ana de la Caballería, una judía secreta. Los hijos de Azarías, Alfonso —quien, como su padre, estudió leyes—, Juan Martín y Pedro Martín, vivieron en Daroca, y se aseguraron la protección y los privilegios del rey Fernando I de Aragón.

     Azarías-Luis de Santángel no sólo era instruído sino también próspero, aunque no rico. En el año 1459 sus nietos, el jurista Luis de Santángel y Leonardo de Santángel, de Calatayud, presentaron una solicitud al rey Juan de Aragón para que permitiera que ellos cavaran en busca de monedas de oro y plata y otros tesoros que habían sido enterrados por sus padres y abuelos. Ellos propusieron cavar bajo las casas que, como huérfanos menores de edad, ellos habían heredado de sus padres pero que habían vendido después al judío Abraham Patagón o a su hermano Raimundo López. La propiedad colindaba con las propiedades de Fernando Lupo y Luis Sánchez en el barrio de Villanueva en Calatayud. Luis de Santángel ofreció dar a la tesorería estatal un quinto de todo lo que él pudiera encontrar. El rey le concedió su petición el 24 de Octubre de 1459 a condición de que ellos emprendieran las excavaciones a su propio costo, y con el consentimiento de Abraham Patagón, el entonces dueño de las casas, y que esas casas fueran restauradas a la condición en la cual fueron encontradas.

     A consecuencia de sus brillantes intelectos, su actividad y su riqueza, los Santángel aseguraron gran influencia y altas posiciones de confianza; ellos eran destacados juristas y profesores de leyes, y ocuparon importantes cargos en las cortes, en las municipalidades, en la administración del Estado y en la Iglesia.

     Azarías-Luis de Santángel, quien tenía la reputación de ser un excelente abogado, alcanzó la posición de Zalmedina, o Zavalmedina, un nombre dado a un juez con jurisdicción en la capital, que era designado por el rey. Para evitar la persecución y demostrar su fe cristiana, él dedicó a su hijo Pedro Martín al ministerio religioso, y éste llegó a ser el obispo de Mallorca así como consejero del rey Juan II. Pedro Martín dejó una herencia para asegurar el matrimonio de muchachas huérfanas pobres de su familia, y de acuerdo a los términos de su testamento dicho fondo debía ser administrado por la ciudad de Barbastro. Otro Martín de Santángel, el sobrino del obispo, llegó a ser provincial de Aragón, y residió en Zaragoza. Otro Luis de Santángel, actuando como embajador del rey Alfonso V de Aragón, negoció con el sultán de Babilonia acerca de un tratado comercial. La influencia de mayor alcance fue conseguida por aquellos miembros de la familia que tenían casas y propiedades en Daroca, Barbastro, Teruel, Alcafliz y en otras ciudades de Aragón y Valencia, sobre todo en Calatayud, Valencia y Zaragoza.

     El abogado Luis de Santángel, el que había buscado los tesoros enterrados por sus padres en Calatayud, tuvo el alto cargo de abogado de tesorería (fisci advocatus). Los nombres de Luis de Santángel y Luis de la Caballería, el tesorero general, aparecen suscritos en una patente de nobleza y concesión de privilegios publicada el 4 de Diciembre de 1461, en Calatayud, por el rey Juan de Aragón, para su "bien amado" soldado Juan Gilbert y sus descendientes. En una reunión de las cortes de Aragón en el año 1473, este Luis de Santángel representó a los caballeros y los nobles, mientras que ese mismo año Antonio de Santángel, de Calatayud, representó a aquella ciudad. Este último intervino de parte de la comunidad judía de Hijar unos días después de la expulsión de los judíos de España.

     A mediados del siglo XV los Santángel de Valencia y Zaragoza eran los Rothschild de su tiempo. A la cabeza de la casa valenciana estaba el comerciante Luis de Santángel el viejo. En el año 1450 Luis ya había ganado el favor de rey Alfonso V de Aragón; él también tuvo una ininterrumpida relación con el rey Juan II. Él era el recaudador de los trabajos de la sal de La Mata cerca de Valencia, para lo cual, según un contrato del 9 de Julio de 1472, él tenía que pagar una renta anual de 21.100 sueldos al marrano Juan de Ribasaltas; él era también el recaudador de los dominios y aduanas Reales. Después de la muerte de Luis el viejo en 1476, su esposa Brianda asumió la dirección de su negocio, y su hijo Luis de Santángel el joven, que era un consejero Real en Valencia, se convirtió en el recaudador de los dominios Reales, mientras que la recaudación de los trabajos de la sal, después del término del contrato de Luis el viejo, pasó a su pariente y socio Jaime de Santángel. Los cofres de Jaime estaban siempre abiertos para el rey Juan II, quien lo designó copero Real, y ellos estaban también abiertos para Fernando, su hijo y sucesor. Jaime prestó a este último grandes sumas de dinero para someter a los rebeldes catalanes, para recuperar el condado de Rosellón del rey de Francia, a quien le había sido prometido, y para conquistar Granada. Siempre que Fernando necesitaba dinero él apelaba a sus amigos los Santángel de Valencia, y nunca en vano.

     Para esa familia que estaba en tal alta reputación en todo Aragón, Cataluña y Valencia, la Inquisición resultó ser fatal. Como ya hemos visto, a la introducción del Santo Oficio se opusieron los marranos más ricos y más distinguidos de Zaragoza. Los Santángel estaban entre aquellos que, en el fondo fieles a su antigua fe, encabezaron la conspiración contra el Inquisidor Pedro de Arbués. Así como el punto donde Arbués recibió su golpe mortal todavía está indicado en la iglesia metropolitana de La Seo, así también uno todavía puede ver en el grande y hermoso mercado-plaza de Zaragoza las majestuosas casas que en los días florecientes de la capital aragonesa pertenecieron a Luis y Juan de Santángel. Los Santángel estuvieron también entre los primeros herejes judíos que subieron a la pira funeraria.

     La primera víctima de la Inquisición en Zaragoza fue Martín de Santángel, quien fue quemado el 28 de Julio de 1486; once meses más tarde, el 18 de Agosto de 1487, mosén Luis de Santángel [*], suegro del tesorero Gabriel Sánchez, encontró el mismo destino. El 10 de Julio de 1489 la madre de Gabriel Gonzalo de Santángel, y seis años más tarde el propio Gabriel, murieron en la hoguera. El abogado Juan de Santángel y su hermano Luis, los cuales ambos recurrieron a una oportuna huída y llegaron a Burdeos a salvo, fueron quemados en efigie, uno el 17 de Marzo de 1487, y el otro el 1º de Junio de 1492; todas sus propiedades, inmuebles y personales, fueron confiscadas por el Estado. Juan fue desterrado para siempre de España, y sus tres hijas, Luisa, Inés y Laura, que habían sido criadas en la riqueza, se vieron reducidas a la pobreza extrema. Incluso Fernando, duro de corazón, fue conmovido por ese espectáculo; como una señal especial de la gracia Real y en reconocimiento a los servicios de su padre, él les concedió, el 19 de Enero de 1488, una pensión anual de 1.500 sueldos de los impuestos de la comunidad judía en Jaca. No sabemos si esa anualidad se acabó con la expulsión de los judíos y el cese de sus impuestos.

[*] Mosén es un tratamiento de origen medieval que se usaba en el reino de Aragón, que estaba resevado a los caballeros y a los ciudadanos honrados, cuyo uso posteriormente se permitió al resto de las personas destacadas de la sociedad, a excepción de médicos y abogados, a los cuales se les daba el tratamiento de misser [NdelT.].

     El Santo Oficio constantemente ponía trampas para coger a los miembros de la familia Santángel y asegurar su propiedad. Jaime Martín fue quemado el 20 de Marzo de 1488; Donosa de Santángel, seis meses más tarde; Simón de Santángel y su esposa Clara Lunel, traicionados por su propio hijo, fueron quemados en Lérida el 30 de Julio de 1490. A fin de tener un pretexto cuasi legal para confiscar su propiedad para uso del Estado, Violante de Santángel, la esposa de Alfonso Gómez de Huesca, y Gabriel de Santángel, de Barbastro, fueron condenados póstumamente, y sus restos fueron exhumados y quemados públicamente. Las propiedades de Gabriel fueron vendidas por el rey a Miguel Vivo, abad de Aljoro, por 18.000 sueldos. Todos los miembros de la familia que salvaron sus vidas fueron al menos escarnecidos como judíos o herejes judíos. Así, el jurista Pedro de Santángel, Juan Tomás y Miguel de Santángel (que era regidor en Zaragoza), la esposa de López-Patagón, y Lucrecia de Santángel, todos tuvieron que desfilar en procesión pública vestidos como penitentes y tuvieron que jurar solemnemente nunca practicar otra vez ritos judíos. La Inquisición llevó a cabo, de hecho, una verdadera guerra de destrucción contra todos los miembros de esa familia; sin considerar edad, sexo o posición, ellos fueron entregados a las llamas u obligados a hacer penitencia pública, y aquello, también, tan tardíamente como en el siglo XVI [3].

[3] Los siguientes fueron quemados: Isabel de Santángel, el 4 de Octubre de 1495; Fernando de Santángel, de Barbastro, el 19 de Octubre de 1496; Juana de Santángel, esposa de Pedro de Santa Fe, el 13 de Septiembre de 1499. Luis de Santángel, de Calatayud, hizo penitencia pública el 10 de Junio de 1493, y otro Luis de Santángel el 19 de Octubre de 1496. Véase El Libro Verde, en Revista de España, vol. XVIII.

     El 17 de Julio de 1491 Luis de Santángel también apareció vestido con un abigarrado sambenito como un adherente del judaísmo. Él está al frente del acontecimiento de aquel tiempo que figura tan destacadamente en los anales del mundo; los historiadores imparciales deben asignarle resueltamente un importante papel en el descubrimiento de América.

     Él era el hijo del rico Luis de Santángel, que era el recaudador de los impuestos y aduanas Reales en Valencia, un cargo que él mismo posteriormente desempeñó; él era sobrino del Luis de Santángel que murió en la hoguera en Zaragoza. El rey Fernando lo designó escribano de ración, canciller de la corte en Aragón. Él también tuvo en Aragón la misma influyente posición de contador mayor, o contralor general, que era ocupada por Alonso de Quintanilla en Castilla. Él era un favorito del rey Fernando, disfrutó de la completa confianza de éste, conocía todos sus secretos, y tramitó toda clase de negocios para él. El rey lo tenía en alta estima por su fidelidad, su sagacidad, su extraordinaria diligencia y talento administrativo, su genuina integridad y su completa lealtad a la corona; siempre que Fernando le escribía, lo llamaba "buen aragonés, excelente y bien amado consejero". Por otra parte, Luis de Santángel debió a su amigo Real no sólo su eminente posición sino también su vida; si no hubiera sido por la intervención directa del rey, él y sus hijos habrían compartido el destino de su tío y el de muchos de sus parientes.



     Luis de Santángel era el Beaconsfield de España [Benjamin Disraeli, conde de Beaconsfield, 1804-1881]. Al igual que aquel estadista inglés —quien era de ascendencia judía y cuyos antepasados también fueron perseguidos por la Inquisición y expulsados de España— Luis se caracterizaba a la vez por su particularismo y universalismo, su entusiasmo y su sagacidad, su patriotismo subjetivo y su lealtad objetiva a otras nacionalidades. Él era un buen aragonés, y sin embargo trabajó por la unidad de España; él estuvo ardientemente dedicado a su país, y consideró cuidadosamente las ventajas que se derivarían de descubrimientos marítimos. Como cabeza de una gran casa mercantil en Valencia y como el recaudador de las aduanas Reales, tuvo relaciones con comerciantes genoveses mucho antes de que Colón llegara a España. Ya en 1479 él fue encargado por Fernando para resolver una disputa por la cual algunos marineros genoveses en Valencia estaban preocupados, que tenía que ver con ciertos derechos aduaneros. Al mismo tiempo también se le ordenó pagar por las telas importadas de Lombardia para el uso de la casa Real. Probablemente Colón fue presentado al comerciante de Valencia por algunos de sus conciudadanos, y puede haberse hecho tempranamente conocido por Santángel.

     Luis de Santángel se convirtió en el líder de los aragoneses que a último momento intervinieron con éxito en apoyo de Colón. Él fue asistido activamente por Juan Cabrero, el camarero Real, por el hijo de Martín Cabrero y por Isabel de Paternoy, que eran ambos de linaje judío y cuyos parientes fueron víctimas de la Inquisición. Juan era el amigo confidencial y el compañero constante de Fernando el Católico; él luchó al lado del rey en las guerras moras, y fue su fiel consejero en todos los asuntos de Estado; disfrutó de la confianza de Fernando hasta tal punto que él fue hecho el ejecutor de la voluntad del rey.

     Tan pronto como Santángel oyó hablar de la partida de Colón y del término de sus negociaciones, fue donde la reina —si no a petición de Fernando, al menos con su consentimiento—, y seriamente expresó su sorpresa de que una patrocinadora tan magnánima de grandes empresas no tuviera el coraje para entrar en una tarea de la cual ella podría esperar razonablemente una enorme riqueza, un gran aumento de territorio, y la gloria inmortal tanto para la corona como para la Iglesia. Él le representó que la cantidad de dinero requerida por la empresa era comparativamente pequeña, y que la remuneración que el explorador exigía por descubrimientos tales como los que él podría hacer, no debería ocasionar mucha vacilación. El propio Colón —siguió diciendo Santángel— aceptó asumir una parte del gasto, y aventuró su honor, e incluso su vida. Con toda probabilidad el genovés era un hombre sabio y sagaz, bien calificado para conseguir el éxito. Muchos eruditos eminentes a quienes la reina había presentado tal proyecto para su examen lo habían aprobado, y los opositores de Colón no podían ofrecer ningún argumento válido contra las opiniones de él.

     Si, como predijo Colón, alguna otra potencia europea tuviera la buena fortuna de actuar como su patrocinador y cosechar los frutos de esos descubrimientos, el reino de España, sus gobernantes, y la nación entera sufrirían mucha vergüenza y perjuicio. Si la reina no aprovechaba esa oportunidad, ella se lo reprocharía toda su vida, sus enemigos se mofarían de ella, y sus descendientes la culparían; ella perjudicaría su honor y el renombre de su nombre Real; ella perjudicaría sus Estados y el bienestar de sus súbditos (Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32).

     Esos argumentos de Santángel produjeron una profunda impresión sobre la reina. Ella le agradeció por su consejo, y le prometió su consentimiento para dicho cometido; pero ella deseaba esperar un tiempo hasta que el reino recuperara su fuerza, ya que sus recursos financieros se habían agotado por la reciente y largamente continuada guerra. Se dice que ella incluso prometió empeñar sus joyas para asegurar el dinero para el equipamiento de la armada, si Colón no pudiera tolerar más la tardanza de la ejecución de su empresa [4].

[4] "Mas prestándole Luis de Santángel diez y seis mil ducados sobre sus joyas". Pizarro y Orellano, Varones Ilustres del Nuevo Mundo, Madrid, 1639, p. 10. Esa aseveración es aceptada por Prescott en su History of Fernando and Isabel, y por Washington Irving en su excelente Life of Columbus.

     Santángel, continúa la historia, quedó muy contento por la resolución de la reina, y declaró que no era necesario que ella empeñara sus joyas; él estaría complacido, dijo, de adelantar el dinero necesario para la expedición, y se alegraría de la oportunidad de realizar un servicio tan pequeño para ella y para su señor el rey [5]. Esta historia, inventada para glorificar a la reina Isabel, ha sido relegada recientemente al reino de la fábula [6].

[5] Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32; Muñoz, Historia del Nuevo Mundo, volumen. II, cap. 31.
[6] Véase el excelente ensayo del erudito académico Cesáreo Fernández Duro, Las Joyas de Isabel la Católica, en su Tradiciones Infundadas, Madrid, 1888.

     La venta de coronas y joyas por parte de los gobernantes españoles no era, sin embargo, un acontecimiento raro. Doña Sancha, la esposa de Fernando I el Grande de Castilla, vendió sus joyas a fin de pagar a los soldados por sus servicios en la guerra contra los moros. Cuando Alfonso X el Sabio de Castilla deseó acabar con la rebelión del Infante Don Sancho, él pidió prestada una gran suma de dinero al moro Jacob abd-el-Azer, y le dio las joyas de la corona como garantía. A fin de llevar a cabo el sitio de Algeciras en 1344, Alfonso XI se vio obligado a empeñar su corona; y en la expedición contra Nápoles, Alfonso V de Aragón empeñó su corona y su mesa de plata por doscientos ochenta y siete ducados.

     En ese entonces ni Aragón ni Castilla, ni Fernando ni Isabel, tenían a su disposición el suficiente dinero para equipar una flota. Santángel, que estaba siempre listo para prestar un servicio a la corona, adelantó diecisiete mil florines, casi cinco millones de maravedíes [7]. Las joyas de la reina no fueron exigidas como garantía; de hecho, todas ellas no estaban en su posesión entonces, ya que ella había prometido su collar durante la última guerra.

[7] "Y porque auía necesidad de dineros para su expedición, á causa de la guerra, los prestó para fazer la primera armada de las Indias y su descubrimiento el escribano de ración Luys de Sant Angel"; Gonzalo Fernández de Oviedo, Crónica de las Indias, 1547, p. 5. "Hallándose los Reyes en necesidad de dineros para esta empresa, prestó les diez y seys mil ducados Luys de Sant Angel, su escribano de raciones"; Garibay, Compendio Historial de las Chronicas de Todos los Reynos d'España, Antwerp, 1571, lib. 19, cap. I, p. 1371. "Y porque los Reyes no tenían dineros para despachar a Colón, les prestó Luys de Sant Angel, su escribano de ración, seis cuentos de maravedís, que son en cuenta más gruesa 16.000 ducados"; López de Gómara, Historia de las Indias, cap. 15, p. 167. "Y para el gasto de la Armada prestó Luis de Santángel escribano de raciones de Aragón diez y siete mil florines"; Bart. Leonardo de Argensola, Anales, lib. I, cap. 10.

     Debido a los celos que todavía existen hasta hoy entre Castilla y Aragón, escritores aragoneses han discutido recientemente la cuestión de si Luis de Santángel prestó ese dinero de su propio bolsillo o si él lo aseguró indirectamente de la tesorería estatal por medio de Gabriel Sánchez, el tesorero general de Aragón. Aparte del hecho de que la tesorería de Aragón, así como la de Castilla, estaba vacía a consecuencia de la prolongada guerra con los moros [8], los extraordinarios servicios de Santángel en esa materia son claramente demostrados por la alabanza excesiva que Fernando otorgó a su "bien amado" Luis de Santángel, y por las muchas pruebas de gratitud que el rey le dio. De éstas tendremos más para decir luego.

[8] Felipe de la Caballería, de Zaragoza, había prestado 9.022 sueldos al padre de Fernando, el rey Juan de Aragón, que murió en Enero de 1479. No fue sino hasta 1493 que a Gabriel Sánchez el rey le ordenó pagar esa deuda. Documento fechado en Barcelona el 30 de Agosto de 1493. Archivo de la Corona de Aragón, Reg. 3616, fol. 182.

     Que él adelantó ese dinero de su propio bolsillo se prueba sin duda por los libros contables originales, que estaban antes en los archivos de Simancas y que todavía se conservan en Archivo de Indias en Sevilla. En el libro de cuentas de Luis de Santángel y del tesorero Francisco Pinelo, que se extiende desde 1491 a 1493, Santángel está acreditado con una suma de 1.140.000 maravedíes que él dio al obispo de Ávila para la expedición de Colón (dicho obispo después se convertiría en el arzobispo de Granada). En otro libro de cuentas, el de García Martínez y Pedro de Montemayor, está el siguiente ítem: Alonso de las Cabezas, tesorero de guerra en el obispado de Badajoz, por orden del arzobispo de Granada, datada el 5 de Mayo de 1492, pagó a Alonso de Angulo para Luis de Santángel, escribano de ración del rey, cuya autorización fue presentada con la orden ya mencionada, 2.640.000 maravedíes, a saber, 1.500.000 en pago para Isaac Abravanel por el dinero que él había prestado a sus majestades en la guerra contra los moros, y los restantes 1.140.000 maravedíes en pago para el escribano de ración ya mencionado por el dinero que él adelantó para equipar las carabelas ordenadas por sus majestades para la expedición a las Indias y para pagar a Cristóbal Colón, el almirante de aquella flota. El 20 de Mayo de 1493, día en el cual Fernando estuvo particularmente ocupado con Colón y su expedición, el rey ordenó que su tesorero general Gabriel Sánchez pagara 30.000 florines en oro a "su amado consejero y escribano de ración Luis de Santángel". Esa suma ciertamente incluyó el resto del préstamo.

     Escritores españoles recientes sostienen que Santángel recibió 17.000 maravedis como intereses, pero esa aseveración es totalmente insostenible. Luis de Santángel y también su pariente Gabriel Sánchez [9] fueron los patrocinadores más entusiastas de Colón. Ambos actuaron desinteresadamente y únicamente para el bienestar de su país. Mediante sus enérgicos esfuerzos ellos tuvieron éxito en hacer que Colón fuera llamado de nuevo al palacio Real. Al final, el largamente acariciado plan de Colón de un viaje de descubrimiento se convirtió en un hecho realizado.

[9] Los parientes de Gabriel, como todos los que llevaban el apellido Santángel, fueron perseguidos por la Inquisición. Su padre, Pedro Sánchez, fue quemado en efigie en Zaragoza en 1493, "por hereje apóstata judaizante", y sus hermanos y hermanas murieron en la hoguera como herejes judíos.




CAPÍTULO VI

Expulsión de los Judíos de España — Acuerdo de Santa Fe — Éxodo de los Judíos — Preparativos y Salida de Colón — Participación de los Judíos en la Expedición — Guanahani — Luis de Torres — Indios e israelitas.


     "Asi que después de haber echado fuera todos los judíos de todos vuestros reinos y señoríos, en el mismo mes de Enero mandaron vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India". Éstas son las palabras con las cuales Colón comienza su diario. Sin una palabra de desaprobación, él así menciona el trágico acontecimiento que afectó al bienestar de cientos de miles, y que debe haber producido una profunda impresión en el naturalmente vivaz explorador. Sus apáticas palabras son indicativas de su fanatismo. Ese rasgo, sin embargo, él no lo importó desde Italia, que en ese tiempo era un país preeminentemente republicano y comercial. Un espíritu muy diferente fue mostrado por su compatriota Agostino Giustiniani, el sabio obispo de Nebbio, que habla de los judíos expulsados de España con una sentida simpatía [1]. Él fue el primero en escribir un breve esbozo biográfico del explorador; ese esbozo, que alaba a Colón, es dado de manera incidental en el salterio políglota del obispo, en los comentarios al salmo XIX. El entusiasmo religioso de Colón pronto degeneró en fanatismo a consecuencia de su contacto con eclesiásticos —sus más fieles y útiles amigos— y a consecuencia de su íntima relación con hombres como el bachiller Andres Bernáldez [2], y Pedro Mártir de Anglería, quien se jacta de la especial amistad que tuvo con Colón. Ese fanatismo también fue alimentado por la sórdida avaricia y el deseo de promover sus propios intereses materiales. A fin de parecer particularmente piadoso, él incluso llevaba puesta la capucha marrón oscuro de los franciscanos.

[1] Annali della Repubblica di Genova Illustrati con Note dal Cav. G. B. Spotorno, II, 566.
[2] Bernáldez, el fanático autor de la Historia de los Reyes Católicos, era el párroco de la pequeña ciudad de Los Palacios. Colón fue su alojado durante un tiempo.

     La expulsión de los judíos de España está estrechamente relacionada con la expedición de Colón y con el descubrimiento de América, no simplemente de manera externa en el punto del tiempo sino también intrínsecamente. No en Enero, como Colón afirma en su diario, sino el 31 de Marzo de 1492, los monarcas católicos publicaron desde el palacio de la Alhambra el edicto de que todos los judíos y judías de cada edad, so pena de muerte, deberían abandonar todos los reinos y las tierras de España dentro de cuatro meses. El edicto, que fue firmado por Fernando e Isabel, es de un carácter totalmente religioso, especialmente en cuanto a la razón principal dada para dicha ley. La razón dada es que, a pesar de los esfuerzos incesantes y más enérgicos de la Inquisición, los marranos eran engañados por aquellos que se adherían al judaísmo para que volvieran a su antigua fe, y que eso ponía enormemente en peligro la religión católica. A los judíos les permitieron generosamente llevar sus propiedades con ellos "por tierra y agua", excepto oro, plata, moneda acuñada y mercancía sujeta a las leyes que prohíben la exportación; ellos podían llevar así con ellos sólo artículos como los que podían ser libremente exportados [3].

[3] Las siguientes palabras están al final del edicto: "E assi mismo damos liçencia é facultad a los dichos judíos é judías que puedan sacar fuera de todos los dichos nuestros reynos é señoríos sus bienes é faciendas por mar é por tierra, en tanto que no seya oro, nin plata, nin moneda amonedada, nin las otras cosas vedadas por las leyes de nuestros reynos, salvo mercaderías que no seyan cosas vedadas ó encobiertas".

     El rey y la reina actuaron de pleno acuerdo, pero Fernando desempeñó el papel principal en la expulsión de los judíos. De ahí que el edicto no fuera firmado por el secretario de Estado castellano Gaspar Gricio sino por el secretario de Estado de Aragón Juan de Coloma, un antiguo confidente del rey. Historiadores españoles recientes admiten sin dificultad que Fernando fue llevado a adoptar esa medida más por motivos económicos y políticos, más por el deseo de promover sus propios intereses materiales, que por el celo religioso con que actuaba Isabel [4].

[4] "La expulsión de los judíos obedeció menos a causas religiosas que a económicas y políticas", dice Abdón de Paz en la Revista de España, vol. 109, p. 377. Véase también de Adolfo de Castro, Historia de los Judíos en España, 136, y Bofarull y Broca, Historia Crítica de Cataluña, Barcelona, 1877, pp. 377 sq.

     El rey necesitaba mucho dinero para llevar a cabo su plan para poner el nuevo territorio bajo su dominio. Él lo tomó de los judíos, que eran ricos, sobre todo en Castilla; algunos de ellos tenían tanto como uno o dos millones de maravedíes, o más. La Inquisición, a la que él había traído a la existencia, y la expulsión de los judíos, que él había decretado, tenían uno y el mismo objetivo: la primera pretendía asegurar la propiedad de los judíos secretos para la tesorería estatal, y la segunda, so capa de religión, pretendía confiscar la propiedad de aquellos que abiertamente profesaban ser judíos.

     Los judíos conocían al avaro Fernando y sus planes secretos. Como en el caso de los marranos cuando la Inquisición fue introducida, así ahora aquellos sobre cuyas cabezas colgaba la espada de Damocles de la expulsión hicieron un intento de comprar el consentimiento del rey para el retiro del edicto. Isaac Abravanel —cuyos servicios llenos de abnegación en favor del Estado fueron reconocidos y a quien el rey y la reina todavía debían una gran suma de dinero, tomado prestado durante la guerra con los moros— ofreció a Fernando 30.000 ducados si él apartaba el mal que amenazaba a los judíos. Si Luis de Santángel —en ese entonces en amistosa relación con Abravanel— o Juan Cabrero u otros marranos intercedieron con el rey, es muy dudoso. Ellos estaban, por una parte, más o menos preocupados por la materia, y temían perder sus vidas si ellos interferían; por otra parte, ellos conocían demasiado bien la obstinación y la avaricia del rey. De hecho, nada podría inducirlo a ser lo bastante misericordioso como para revocar el edicto.



     El 30 de Abril de 1492 sonaron al unísono las trompetas y los alcaldes anunciaron públicamente al mismo tiempo en Santa Fe y en todas partes a través del reino que hacia el final de Julio todos los judíos y las judías con sus posesiones deberían dejar España, bajo pena de muerte y confiscación de sus propiedades por el Estado. Después de aquella fecha ningún español debía alojar a un judío en su casa o prestarle ninguna ayuda.

     El 30 de Abril, el mismo día en que fue anunciada en todas partes y públicamente la expulsión de los judíos, a Colón se le ordenó que equipara una flota para su viaje a las Indias, y al mismo tiempo él recibió el contrato que el 17 de Abril había sido concordado en Santa Fe entre él y Juan de Coloma, este último actuando de parte de los soberanos españoles [5].

[5] Ese acuerdo fue impreso por Las Casas, Historia de las Indias, cap. 33.

     Fernando, que se había opuesto enérgicamente durante mucho tiempo a la expedición, se vio obligado a ceder gracias a la persistencia de Colón, y obligado a aceptar las excesivas demandas del explorador, que dos veces habían hecho que las negociaciones fueran discontinuadas. Él le concedió el título de almirante, con todos sus privilegios, y lo hizo virrey y gobernador general de todas las tierras que él pudiera descubrir o adquirir. Colón no estaba contento sólo con dignidades y honores para él y sus descendientes sino que deseaba también sacar una considerable ganancia material de sus viajes. El objetivo principal de sus exploraciones era, de hecho, encontrar oro, y en una carta a la reina él declaró francamente que ese oro podría ser incluso el medio para purificar las almas de los hombres y asegurar su entrada en el Paraíso. Así, él estipuló que él debía tener un décimo de todas las perlas, piedras preciosas, oro, plata, especias y otros artículos; en resumen, un décimo de todo lo encontrado, comprado, intercambiado o de otro modo obtenido en las tierras recién descubiertas; él también debía tener un octavo adicional de las ganancias de la actual empresa y de todas las empresas similares emprendidas en el futuro, a condición de que él debiera contribuír con la octava parte del gasto.



     Colón entonces hizo preparativos para su viaje. Él fue desde Granada directamente al pequeño puerto de Palos, donde había sido ordenado por Fernando y su consorte que algunos delincuentes equiparan dos carabelas dentro de diez días. Allí él pronto reclutó en nombre de su empresa los servicios de los ricos hermanos Pinzón, que disfrutaban de una reputación muy alta entre los navegantes. En Palos él también obtuvo a sus marineros y compañeros de viaje.

     Los judíos, bajo el decreto de expulsión, hicieron preparativos para dejar la hermosa tierra que durante siglos había sido el querido hogar de sus antepasados, y a la que ellos estaban apasionadamente apegados. Ellos arreglaron sus asuntos públicos y privados, intentaron vender sus propiedades personales y asegurar que se les pagasen las deudas pendientes que tenían con ellos; pero sólo en muy pocos casos ellos tuvieron éxito en deshacerse de sus propiedades o en la obtención del dinero de sus deudores. A medida que se aproximaba el día de su partida, sus penas aumentaron. Ellos pasaron noches enteras en las tumbas de sus antepasados, y estaban particularmente preocupados de que los cementerios, que tenían las más queridas de todas sus posesiones abandonadas, fueran protegidos de la profanación.

     El 2 de Agosto de 1492, que coincidió con el día de luto por la doble destrucción de Jerusalén, 300.000 judíos (según algunos escritores, el número fue mucho más grande) [6] abandonaron España para instalarse en África, Turquía, Portugal, Italia y Francia. Durante aquel siempre memorable día ellos se embarcaron desde los puertos de Cartagena, Valencia, Cádiz, Laredo, Barcelona y Tarragona.

[6] Un rabino, cuya sagacidad es alabada, "que llamaban Zentolla y al cual yo puse el nombre de Tristán Bogado", informó a Bemaldez que había más de 1.160.000 judíos en España en el momento de su expulsión. Andres Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos, I, 338.

     El 2 de Agosto los judíos españoles comenzaron su vagabundeo, y al día siguiente, el viernes 3 de Agosto, Colón con su flota de tres naves, la Santa María, la Pinta y la Niña, navegó para buscar una ruta por el océano hacia India, y descubrir un nuevo mundo. Él fue acompañado en su primer viaje por no más de ciento veinte hombres (según algunos escritores, por sólo noventa), casi todos castellanos y aragoneses; muchos de ellos eran de Palos, y algunos de Guadalajara, Ávila, Segovia, Cáceres, Castrojeriz, Ledesma, Villar y Talavera, todas ciudades en las cuales antes de la expulsión existían comunidades judías grandes o pequeñas.

     ¿Hubo en esa armada alguna persona de extracción judía que bajo la guía de Colón dirigió su curso hacia un nuevo mundo? No fue fácil para él encontrar hombres dispuestos a acompañarlo en su viaje aventurero; incluso personas culpables de delitos fueron liberadas de la prisión a condición de que ellos se enrolaran entre los reclutas. ¿Qué debía impedir que judíos, bajo el decreto de expulsión, perseguidos y sin hogar, participaran en el viaje? Entre los compañeros del explorador cuyos nombres han llegado hasta nosotros —la lista completa se ha perdido— había varios hombres de ascendencia judía; por ejemplo, Luis de Torres, un judío que había ocupado una posición bajo el gobernador de Murcia y que fue bautizado poco antes de que Colón navegara. Como Torres entendía hebreo, caldeo y algo de árabe, Colón lo empleó como intérprete [*]. Alonso de la Calle era también de linaje judío; su apellido se refería a  la calle y sector de los judíos, de donde él provenía; él murió en la isla Española el 23 de Mayo de 1503. Rodrigo Sánchez de Segovia era un pariente del tesorero Gabriel Sánchez, y participó en el primer viaje por una particular petición de la reina Isabel. El médico del barco, el maestre Bernal, y el cirujano Marco, eran también de sangre judía. Bernal había vivido antes en Tortosa, y como un adherente del judaísmo, "por la Ley de Moysen", había sido sometido a la penitencia pública en Valencia en Octubre de 1490, al mismo tiempo cuando Salomón Adret y su esposa Isabel fueron quemados.

[*] El descubrimiento de Keyserling de la evidencia de que Luis de Torres era un marrano es recordado en la sinagoga de las Bahamas que lleva el nombre Luis de Torres (Wikipedia).

     Cuando la flota, cuya tripulación era un conjunto muy variado de hombres —españoles, moros y judíos, así como un irlandés y un genovés—, había recorrido más de dos mil millas, los marineros comenzaron a murmurar en voz alta por la intolerable duración del viaje. Colón los calmó tan bien como pudo. El 11 de Octubre, después del acostumbrado himno de la tarde, él exhortó a su tripulación para que mantuvieran una aguda vigilancia en busca de tierra. Además de la propina de diez mil maravedíes ofrecidos por el rey, él prometió un jubón de seda para el que primero avistara tierra. Por fin, temprano la mañana del viernes 12 de Octubre el grito "¡Tierra, Tierra!" surgió de la Pinta.

     En su diario, Colón admite que la tierra fue primero vista por uno de sus marineros; pero el avaro explorador no pudo resistir la tentación de reclamar la propina Real de diez mil maravedíes, y el pobre marinero perdió eso así como el jubón prometido. ¿Quién fue el afortunado marinero cuyas esperanzas fueron de esa manera rotas? Gonzalo Fernández de Oviedo, que vio a los judíos marcharse de España y oyó sus tristes lamentaciones, fue informado (así él nos lo dice) por Vicente Pinzón, el comandante de la Niña, y por el marinero Hernán Pérez Mateos, que fue un hombre de Lepe el que primero vio una luz distante y gritó "¡Tierra!". Según Fernández de Oviedo, cuando ese hombre encontró que lo habían defraudado con la propina, consiguió su licenciamiento, fue a África, y allí desechó el cristianismo a cambio de su antigua fe. El cronista no nos informa si la antigua fe era el judaísmo [7]. Según otros, fue Rodrigo de Triana, un marinero de la Pinta, quien primero gritó.

[7] "porque no se le dieron las albricias... se passó en Affrica y y renegó la fe"; Fernández de Oviedo, Crónica de las Indias, 1547, cap. 5, pag. 7. "I así el marinero de Lepe se pasó en Berberia y allí renegó la fe"; López de Gómara, Historia de las Indias, 168; Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, Madrid, 1851, I, 24.

     La tierra era isla Watling o quizás la isla Acklin; los nativos la llamaban Guanahani. Colón tomó posesión de esa isla para los gobernantes de Castilla, y luego, navegando hacia el Sudoeste a Fernandina, descubrió la isla que él llamó Isabel en honor a la reina. Todavía buscando la isla de Cipango con su fabulosa riqueza de oro y especias, él llegó a Cuba hacia fines de Octubre. Él creyó que estaba en la vecindad inmediata del reino del Gran Khan, y determinó mandar enviados hacia el interior para averiguar, como él lo expresó en una carta a Luis de Santángel, si había allí un rey o grandes ciudades. Esa misión él la confió a Luis de Torres, que fue acompañado por Rodrigo de Jerez de Ayamonte.

     Colón les dio instrucciones específicas, les ordenó que ellos prepararan el camino para un tratado de paz entre el gobernante del país y la corona castellana, y les dio una carta y regalos para el primero. Ellos también llevaron consigo muestras de pimienta y otras especias, a fin de mostrarlas a los nativos y averiguar dónde crecían tales cosas. El viernes 2 de Noviembre Luis de Torres y su compañero comenzaron su viaje en la tierra desconocida, y volvieron donde Colón el día 6. Ellos relataron que, después de sesenta millas de viaje, llegaron a un lugar con cincuenta chozas y con una población de aproximadamente mil personas; allí ellos encontraron hombres y mujeres con fuego en sus manos con el cual ellos encendían el extremo de un pequeño rollo sostenido en la boca que parecía ser de hojas secas y que era llamado tabaco; ellos inhalaban el otro extremo del pequeño rollo, y exhalaban grandes nubes de humo por la boca y la nariz. Los dos enviados recibieron una muy amistosa bienvenida de los nativos y su jefe; las mujeres besaron sus manos y pies, y cuando ellos se marcharon fueron escoltados por el gobernante, su hijo, y más de quinientas personas.

     Luis de Torres, el primer europeo que descubrió el uso del tabaco, fue también la primera persona de ascendencia judía que se instaló en Cuba. Él ganó el favor del gobernante, el cacique, y recibió de él como regalos no simplemente tierras sino también esclavos, cinco adultos y un niño. El rey y la reina de España le concedieron una concesión anual de 8.645 maravedíes, y Torres murió en la tierra recién descubierta.

     En Cuba, La Española, y las otras islas que él descubrió, Colón encontró nativos que tenían sus caciques, y su propia lengua y tradiciones. ¿A qué raza pertenecían esos aborígenes de América? Varios escritores han afirmado, y han desplegado muchos conocimientos en el intento de demostrarlo, que los aborígenes eran descendientes de los judíos [8]. Ese resultado fue alcanzado ya en el siglo XVI por un clérigo español [un tal Doctor] Roldán; sus argumentos se derivaban de un manuscrito inédito que él descubrió en la Biblioteca de S. Pablo en Sevilla.

[8] Entre otros escritores, véase Gaffarel, Histoire de la Découverte de l'Amérique, París, 1892, I, 89 sq.

     [Fernando de] Montesinos [9], quien poseía los manuscritos de Luis López, el docto obispo de Quito, estaba convencido de que los peruanos eran de origen judío. La opinión de Roldán y de Gregorio García [10], de que los aborígenes de América eran descendientes de los judíos, fue sostenida con muchos argumentos aquel mismo año, 1650, de manera independiente por el inglés Thomas Thorowgood [11] y por el judío portugués Menasseh ben-Israel, un renombrado rabino de Amsterdam que indujo a Cromwell a permitir que los judíos volvieran a Inglaterra. Un marrano portugués de Villaflor, que, cosa extraña, también se apellidaba Montesinos [Antonio] y que después asumió el nombre de Aarón Levi, informó a Menasseh que él había estado en contacto en América del Sur con judíos de las Diez Tribus. El libro de Menasseh llamó mucha atención y fue traducido al latín, castellano, holandés, inglés, italiano y hebreo [12]. El interés por dicho libro no ha cesado hasta hoy día; ese tratado "sobre el origen de los americanos" fue reimpreso hace doce años por el español Santiago Pérez Junquera [13].

[9] Él fue un clérigo brioso e intrépido, que durante mucho tiempo residió en Lima a principios del siglo XVI. [NdelT: Kayserling aquí se refiere equivocadamente al fraile Antonio de Montesinos, del siglo XVI, que nunca estuvo en Perú sino en La Española y de quien se sabe que fue brioso e intrépido en su defensa de los indios frente al abuso. De Fernando de Montesinos, del siglo XVII, también sacerdote y que sí estuvo en Perú, se sabe que escribió atribuyéndole a los indios peruanos un origen semita e identificando a Perú con la bíblica tierra de Ofir. Kayserling de hecho sólo da su apellido].
[10] Gregorio Garcia, Origen de los Indios del Nuevo Mundo, Valencia, 1607.
[11] Thomas Thorowgood, Jews in America; or Probabilities that the Americans Are of that Race, Londres, 1650.
[12] Menasseh ben Israel, Esperança de Israel, Amsterdam, 1650; 2a edición, Smyrna, 1659. La traducción latina se titula Spes Israelis, anno 1650.
[13] Santiago Pérez Junquera, Esperanza de Israel. Reimpresión a plana y renglón del libro de Menasseh ben Israel, teólogo y filósofo hebreo, sobre el Origen de los Americanos, Madrid, 1881. El rabino Louis Grossmann de Detroit, Michigan, tradujo una parte del trabajo al inglés, en el American Jews' Annual para el año 5649, es decir, 1889, bajo el título de The Origin of the American Indians and the Lost Ten Tribes.

     El origen de los americanos es, de hecho, una cuestión que a menudo ha sido discutida desde el descubrimiento de América hasta el día presente. Incluso en tiempos recientes el inglés Lord Kingsborough dedicó su tiempo, sus habilidades y la mayor parte de su gran fortuna a la publicación de una colección de documentos americanos, a fin de demostrar el origen judío de los indios de América [14]. No es improbable que los judíos que fueron expulsados de Nínive por Salmanassar vagaran hasta regiones deshabitadas. Según [el cronista Antonio de] Herrera, los indios valoraban la tradición de que Yucatán había sido colonizada por tribus venidas del Oriente. Varios escritores dan la ruta exacta por la cual los judíos viajaron hasta que ellos se establecieron en Cuba. Lord Kingsborough incluso afirma que ellos cruzaron el estrecho de Behring, y luego se dirigieron a Méjico y Perú.

[14] Antiquities of Mexico, Londres, 1830-1848, vol. VI.

     De más interés que el modo de la migración es la pregunta de si alguna analogía en el lenguaje, en tradiciones, en concepciones religiosas o en ceremonias religiosas justifica la aceptación de esa teoría etnológica. El principal argumento del Doctor Roldán en apoyo de su opinión es el lenguaje de los indios en La Española, Cuba, Jamaica y las islas contiguas. Él afirma que tiene mucho parecido con el hebreo; de hecho, él incluso lo llama hebreo corrompido. Él afirma que nombres tales como Cuba y Haití son hebreos, y que ellos fueron primero aplicados por los más antiguos caciques, los jefes o líderes (kasin), que descubrieron y poblaron las islas. Los nombres de ríos y de personas en uso entre los nativos se derivan del hebreo: por ejemplo, Haina del hebreo Ain, corriente; Yones de Jona, Yaque de Jacob, Ures de Urías, Siabao de Siba, Maisi de Moysi. Los nombres de sus herramientas, de sus pequeñas canoas o cansas, el nombre axi para la pimienta, el nombre del almacén para el maíz y el grano, y otras designaciones, todo apunta a la lengua hebrea.

     Sus ritos y ceremonias, así como su lenguaje, forman uno de los argumentos principales a favor de esa teoría de su origen. La circuncisión prevalecía entre los indios; ellos a menudo se bañaban en ríos y corrientes; ellos se abstenían de tocar a los muertos y de probar la sangre; ellos tenían días definidos de ayuno; el matrimonio con cuñadas estaba permitido si ellas quedaban viudas sin hijos; las mujeres eran desechadas a cambio de nuevas compañeras. Ellos también sacrificaban los primeros frutos en altas montañas y bajo árboles sombreados; ellos tenían templos y llevaban un arca sagrada que los precedía en tiempo de guerra; ellos eran también, como las Diez Tribus, inclinados a la adoración de ídolos. Todos los escritores y los viajeros están de acuerdo, además, en que había muchos tipos de rostros judíos entre los indios, los aborígenes de América.

     La pregunta de si los amerindios son descendientes de los judíos, si ellos son descendientes de las "Diez Tribus perdidas", a menudo ha sido contestada tanto de manera afirmativa como negativa [15], pero dicha cuestión no ha sido todavía definitivamente establecida.

[15] Véase, entre otros escritores, Garrick Mallery, Israelite and Indian; a Parallel in Planes of Culture, Salem, 1889. Para otros trabajos sobre este tema, véase Narrative and Critical History of America, editada por Justin Winsor, Boston, 1889, I, 115-116.

SHALOM A TODOS
ATENTAMENTE RICARDO ANDRES PARRA RUBI
MALKIYEL BEN ABRAHAM