BABILONIA SIEMPRE BABILONIA: EL MITO FUNDACIONAL DE LA CORRIENTE SUBTERRÁNEA

DEL CULTO SOLAR BABILÓNICO AL ARQUETIPO UNIVERSAL: CÓMO EL MITO DEL DIOS QUE MUERE Y RESUCITA SE CONVIRTIÓ EN EL NÚCLEO DOCTRINAL DE LA CORRIENTE SUBTERRÁNEA
Para
comprender el mecanismo operativo actual, es imprescindible rastrear su ADN
doctrinal y organizativo hasta sus raíces más antiguas.
Este
nuevo análisis se remonta a los orígenes babilónicos del mito
del dios moribundo —arquétipo central del culto luciferino y
la Cábala— y su asimilación por facciones heréticas del judaísmo durante el
exilio del siglo VI a.C. Aquí no solo se identifica el núcleo teológico de
la corriente subterránea, sino que se expone la primera gran operación de sincretismo
religioso orquestada por los MAGOS CALDEOS, quienes
fusionaron la magia babilónica con la tradición judía para crear un sistema
ocultista destinado a perpetuarse a través de los siglos.
La
importancia de esta serie es estratégica: demuestra que el objetivo
final —la reconstrucción del Templo de Salomón y la instauración de un mesías
luciferino— no es una invención moderna, sino la reactivación consciente de un
programa ritualístico y escatológico formulado en la antigua Babilonia.
A
través de un rastreo conectivo que vincula a Nimrod, el culto
a Marduk/Baal, la Cábalera judía y la tradición
mágica de los Magos, esta investigación revela cómo el paradigma de poder
se codificó por primera vez en un lenguaje astrológico,
numerológico y sacrificial que luego sería transmitido a través de los MISTERIOS
ANTIGUOS, los TEMPLARIOS y, finalmente, la FRANCMASONERÍA.
La
corriente subterránea encuentra su mito fundacional en la
religión astral babilónica y su mecanismo de perpetuación en
la fusión herética entre el culto al dios moribundo y la escatología judía,
creando una tradición oculta que concibe la historia como un ritual dirigido
hacia la realización de una profecía invertida: el advenimiento de un orden
mundial basado en la adoración de Lucifer como dios liberador.
SIR JAMES GEORGE FRAZER Y EL
ARQUETIPO UNIVERSAL
DE LA RAMA DORADA AL DOGMA OCULTA: CÓMO LA ANTROPOLOGÍA VICTORIAL LEGITIMÓ EL MITO FUNDACIONAL DE LA CORRIENTE SUBTERRÁNEA
EL DIOS MORIBUNDO DEL CULTO SOLAR BABILÓNICO AL ARQUETIPO UNIVERSAL: CÓMO EL MITO DEL DIOS QUE MUERE Y RESUCITA SE CONVIRTIÓ EN EL NÚCLEO DOCTRINAL DE LA CORRIENTE SUBTERRÁNEA
Si
la corriente subterránea es una red transhistórica de poder
oculto, su ADN doctrinal más antiguo se encuentra en un patrón mítico que
atraviesa todas las civilizaciones: el dios que muere y resucita.
Esta no es una simple metáfora agrícola ni una curiosidad antropológica. Es
la plantilla ritualística primigenia que la corriente
subterránea ha preservado, reactivado y utilizado como núcleo teológico de su
proyecto.
A
finales del siglo XIX, el antropólogo escocés Sir James George Frazer pareció
"descubrir" este patrón en su obra magna La Rama Dorada (1890).
Pero lo que realmente hizo fue algo mucho más estratégico: proporcionar
el sello académico que permitió a sociedades secretas ocultistas
camuflar sus doctrinas específicas —de origen babilónico-luciferino— como
expresiones de una "ley religiosa universal".
Esta
sub-sección revela cómo Frazer, probablemente sin saberlo, se convirtió en
el puente involuntario entre la academia occidental y el
esoterismo iniciático. Su trabajo no solo documentó un patrón, sino que lo
despojó de sus orígenes históricos concretos, permitiendo que tradiciones
ocultas específicas —como la masonería del Rito Escocés de Albert Pike— se
presentaran como herederas legítimas de una sabiduría atemporal.
Nuestro
análisis de la corriente subterránea ha demostrado hasta ahora
su capacidad para operar a través de mecanismos modernos como la ingeniería
social, la tecnocracia y la manipulación simbólica. Sin embargo, para
comprender el corazón teológico de este paradigma
transhistórico, debemos retroceder hasta su expresión más antigua y universal: EL MITO
DEL DIOS MORIBUNDO.
Esta
primera sección establece el fundamento arquetípico que
unifica todas las manifestaciones posteriores de la corriente subterránea.
Siguiendo la metodología conectiva, demostraremos cómo:
1.
EL PATRÓN MITOLÓGICO identificado por James Frazer en La Rama Dorada —el dios
que muere y resucita en sincronía con los ciclos astrales— constituye la plantilla
ritualística que la corriente subterránea ha preservado y reactivado a
lo largo de los siglos.
2.
LA SINCRONIZACIÓN CON LOS CICLOS CÓSMICOS (solsticios,
equinoccios, movimientos planetarios) no era meramente agrícola o astronómica,
sino parte de un sistema de conocimiento oculto que equiparaba
el destino humano con el destino de las estrellas.
3.
LA IDENTIFICACIÓN DE LUCIFER CON VENUS —la "Estrella de la Mañana"— y
su rol como consorte del dios solar, establece la dualidad divina
invertida que fundamenta la teología gnóstica de la corriente
subterránea: el dios creador como opresor, y el dios caído como liberador.
4.
LA CONEXIÓN EXPLÍCITA entre este arquetipo universal y su encarnación
babilónica específica en el culto a Marduk/Baal, que luego sería
asimilado por facciones heréticas del judaísmo durante el exilio del siglo VI
a.C., dando origen a la Cábala.
El
mito del dios moribundo no es un relato folclórico disperso, sino el núcleo
doctrinal conscientemente preservado por los iniciados de la corriente
subterránea. Su universalidad no prueba su veracidad, sino su utilidad
como herramienta de unificación ritualística que permite conectar
tradiciones aparentemente dispares —desde los Misterios Eleusinos hasta la
Francmasonería— bajo un mismo paradigma de poder basado en la inversión
del orden divino tradicional.
La
razón por la que los masones emplean el lenguaje de la masonería es porque su
objetivo es lograr la finalización de la "Gran Obra" (Magnum Opus),
simbolizada por la reconstrucción del antiguo Templo de Salomón, como se
describe en la visión de Ezequiel. Según Morals and Dogma —la llamada
"biblia" de la masonería, escrita por el exgeneral de la Guerra Civil
Albert Pike (1809-1891), Gran Maestro de la masonería del Rito Escocés, y que
había sido lectura obligatoria para todo masón del Rito Escocés— esa visión se
completó en el Libro del Apocalipsis. Sin embargo, explica Pike, el poder de
ese libro no se encuentra en la interpretación cristiana convencional, sino que
transmite los secretos de la Cábala judía, una tradición mística que se remonta
al siglo VI a. C., cuando el antiguo culto al dios moribundo se asimiló a la
magia de los magos caldeos de Babilonia.
Sir
James George Frazer (1854 – 1941), autor de La rama dorada, que propuso por
primera vez la existencia del mito recurrente del dios moribundo.
El
primero en reconocer el arquetipo recurrente de los dioses que mueren y
resucitan fue James Frazer en The Golden Bough, publicado por primera vez en
1890, que ha tenido una influencia sustancial en la antropología y el
pensamiento europeos. [1] El mito del dios moribundo llegaría a impregnar, no
solo los sistemas místicos de la antigüedad, sino que transformaría la religión
y la filosofía occidentales. Típicamente, el dios moribundo era un usurpador,
que suplanta al dios creador original al vencer al Dragón, que era líder de una
raza de gigantes. La mitología subyacente del dios moribundo involucraba el
ciclo de las estaciones. El dios moribundo era una representación del Sol, que
muere en el solsticio de invierno (Navidad) y resucita en el equinoccio de
primavera, o Pascua. Otros festivales se sincronizaban con el solsticio de
verano (Día de San Juan) y el equinoccio de otoño (Halloween, Víspera de Todos
los Santos o Víspera de Todos los Santos). La diosa-esposa del dios moribundo
era Venus, la "estrella de la mañana", aunque ambas eran vistas como
aspectos duales de la misma deidad. El nombre latino de Venus es Lucifer. El dios
moribundo era universalmente considerado el dios del inframundo, donde
gobernaba a los "espíritus de los muertos", como muchas culturas
primitivas interpretaban a las entidades desencarnadas.
Aunque
se les prohibía hacerlo, los judíos del antiguo Israel habían sucumbido a la
adoración del dios moribundo, y cuando fueron llevados al cautiverio en el
siglo VI a. C., este culto se asimiló al de los antiguos magos. Comprender el
culto de los antiguos magos, los supuestos sacerdotes del zoroastrismo, es
esencial para comprender el desarrollo de los cultos y las filosofías de la era
helenística y, por lo tanto, la historia posterior del ocultismo occidental,
incluida la masonería y, en última instancia, el movimiento de la Nueva Era.
Sin embargo, numerosos académicos han cuestionado el alcance de la influencia
de los magos en el mundo antiguo, ya que el zoroastrismo claramente ejerció un
impacto muy limitado. El enigma fue resuelto por Franz Cumont, uno de los más
grandes académicos del siglo pasado, cuya investigación puede no haber causado
impresión debido a que su obra más importante, Les Mages Hellénisés ("Los
magos helenizados"), permanece sin traducir al inglés. El hallazgo clave
de Cumont fue que los magos no eran zoroastrianos ortodoxos, sino herejes, a
quienes rebautizó como «magusianos», quienes corrompieron su fe original con la
magia babilónica. Sin embargo, lo que Cumont no señaló es que el siglo VI a.
C., período durante el cual se desarrolló el culto herético a los magos en
Babilonia, fue el mismo período y la misma ciudad donde los judíos estuvieron
exiliados y desarrollaron la Cábala.
Y
aunque los académicos convencionales cuestionan su papel, las sociedades
secretas lo han reconocido abiertamente, considerándolos la fuente de sus
enseñanzas. Aunque en gran medida anacrónico, Moral and Dogma de Pike ofreció
una explicación de los orígenes de la historia oculta con un nivel de precisión
y detalle que no se encuentra entre los académicos convencionales, señalando
que los Illuminati, al igual que sus predecesores los Templarios, Rosacruces y
Francmasones, eran herederos de la antigua tradición de la Cábala a través de
los Magos:
La
Ciencia Oculta de los Antiguos Magos estaba oculta bajo las sombras de los
Antiguos Misterios: fue revelada imperfectamente o más bien desfigurada por los
Gnósticos: se la adivina bajo las oscuridades que cubren los pretendidos
crímenes de los Templarios; y se la encuentra envuelta en enigmas que parecen
impenetrables, en los Ritos de la Más Alta Masonería.
El
Magismo fue la Ciencia de Abraham y Orfeo, de Confucio y Zoroastro. Los dogmas
de esta Ciencia fueron grabados en tablas de piedra por Enoc y Trimegisto.
Moisés los purificó y los reveló, pues ese es el significado de la palabra
revelar. Los cubrió con un nuevo velo al hacer de la Santa Cábala la herencia
exclusiva del pueblo de Israel y el Secreto inviolable de sus sacerdotes. Los
Misterios de Tebas y Eleusis preservaron entre las naciones algunos símbolos de
ella, ya alterados, y cuya misteriosa clave se perdió entre los instrumentos de
una superstición cada vez mayor. Jerusalén, asesina de sus profetas, y tan a
menudo prostituida ante los falsos dioses de los sirios y babilonios, había
perdido a su vez la Santa Palabra, cuando un Profeta anunciado por los Magos
por la Estrella consagrada de la Iniciación [Sirio], vino a rasgar el velo
desgastado del antiguo Templo, para dar a la Iglesia un nuevo tejido de
leyendas y símbolos, que todavía y siempre ocultan a los Profanos, y siempre
preservan para los Elegidos las mismas verdades. [2]
Rey
Salomón (c. 970 a 931 a. C.)
La
masonería se basa en la creencia de que las enseñanzas de los magos fueron
adoptadas por el rey Salomón, quien las empleó en la construcción de su famoso
Templo. Según el Corán, Salomón fue acusado falsamente de practicar magia por
judíos apóstatas que aprendieron magia de los "Satanás" en Babilonia.
En 1856, en Espiritismo, un delirio satánico y una señal de los tiempos, el
pastor William Ramsey comentó:
Una
de las pruebas más sorprendentes de la existencia personal de Satanás, que
nuestros tiempos nos brindan, se encuentra en el hecho de que ha influenciado
de tal manera las mentes de multitudes con referencia a su existencia y
acciones, que les ha hecho creer que no existe. [3]
Una
de las consecuencias de la tradición empírica inaugurada por la Ilustración del
siglo XVIII es el rechazo a todo lo asociado con lo supuestamente
"sobrenatural". Si bien la posibilidad de la existencia de entidades
incorpóreas es ridiculizada en la academia occidental y considerada contraria a
la ciencia y al empirismo, la creencia en dichas entidades a lo largo de la
historia de la humanidad ha sido casi universal. Han recibido diversos nombres
e interpretaciones a lo largo de los siglos, incluyendo fantasmas, duendes,
demonios, duendes, elfos, hadas, y en el islam se les conoce como
"jinns", popularizado en inglés como "genies". Más
recientemente, también se les ha llamado extraterrestres.
Según
el Corán, Satanás no era un ángel caído, sino que pertenecía a esta raza de
genios, compuestos de "fuego sin humo". Esto quizás fuera una
referencia, en el lenguaje del siglo VI d. C., a la energía. Según el islam,
estos genios están sujetos al libre albedrío y mantienen una existencia
invisible, aunque paralela a la de los seres humanos. Según la tradición
islámica, los genios poseen numerosas habilidades, como transformarse en perro,
gato o serpiente, o viajar grandes distancias instantáneamente. También pueden
entrar y "poseer" la conciencia de un ser humano. Se sabe que
escuchan las actividades del cielo más bajo y transmiten dicha información a
los adivinos, a la vez que la mezclan con numerosas mentiras. El Corán relata
que cuando Dios le ordenó a Satanás que se inclinara ante Adán, este se negó, y
por lo tanto, Dios lo condenó por la eternidad. Sin embargo, Satanás pidió un
respiro y la oportunidad de corromper a la humanidad, para intentar demostrarle
a Dios que el hombre no era digno de su reverencia.
Caín
matando a Abel
La
Cábala es supuestamente la «Sabiduría Antigua» transmitida por los Ángeles
Caídos, a quienes la Biblia llama los Hijos de Dios, quienes se cruzaron con
las descendientes femeninas del maldito Caín. Tras su expulsión del jardín,
Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel. Por celos, Caín asesinó a su
hermano, y Dios le dijo:
Y
ahora eres maldito de la tierra, que abrió su boca para recibir la sangre de tu
hermano de tu mano; cuando cultives la tierra, ya no te dará su fuerza; serás
un errante y vagabundo sobre la tierra; Y Caín dijo al Señor: «¡Mi castigo es
demasiado grande para soportarlo! He aquí, me has expulsado hoy de la faz de la
tierra; y de tu presencia me esconderé, y seré un errante y vagabundo sobre la
tierra, y sucederá que cualquiera que me encuentre me matará». Entonces el
Señor le dijo: «Por lo tanto, cualquiera que mate a Caín, será vengado siete
veces». Y el Señor puso una marca para Caín, para que nadie que lo encontrara
lo matara.
La
Biblia relata que, tras el asesinato injusto de Abel a manos de su hermano,
Adán y Eva tuvieron un tercer hijo, Set. Por lo tanto, se desarrollaron dos
ramas que poblaron la tierra: una generación justa, descendiente de Set, y
otra, descendiente de Caín, que llenó la tierra de violencia y corrupción.
Según la leyenda, la raza de Caín se casó con los Hijos de Dios. [4] Sin
embargo, en la Biblia, la historia se menciona solo brevemente y no se menciona
que los Hijos de Dios se casaran con las Hijas de Caín. Su descendencia fue una
raza de gigantes, conocidos como los Anaceos. Desconociendo el verdadero
significado de la historia, los traductores de la Biblia han tenido
dificultades con este tema y, en consecuencia, a menudo han traducido el tamaño
de los Anaceos como una referencia a otras cualidades.
Por
ello, suelen traducirse como «Hombres Poderosos de Renombre» o «Poderosos de la
Eternidad». En Génesis 6:1-4:
Y
aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la
tierra, y les nacieron hijas, los Hijos de Dios vieron que las hijas de los
hombres eran hermosas, y tomaron para sí mujeres de todas las que escogieron.
Entonces el Señor dijo: «Mi Espíritu no contenderá con el hombre para siempre,
porque él también es carne; sin embargo, sus días serán ciento veinte años».
Los Nefilim estuvieron sobre la Tierra en aquellos días y también después.
Aquellos hijos de los dioses que cohabitaron con las hijas de Adán, y les
dieron hijos. Ellos fueron los Poderosos de la Eternidad (Anakim).
El
diluvio de Francis Danby (1840)
La
corrupción que llenó la Tierra por los descendientes de los Hijos de Dios
enfureció a Dios, quien causó el Diluvio para destruir a la humanidad, a todos
excepto a Noé y su familia, quienes sobrevivieron al construir el Arca. Según
la Biblia, Noé había sobrevivido al Diluvio con sus tres hijos, Sem, Jafet y
Cam. Después de un ataque de borrachera, Noé se durmió sin cubrirse. Cuando su
hijo Cam entró en su tienda, vio a su padre desnudo y se rió. Sus otros dos
hermanos, Sem y Jafet, fueron más sabios y entraron de espaldas en la tienda de
su padre para cubrirlo. Por su pecado, Cam fue maldecido por Noé, pero debido a
su cercanía en relación con él, puso la maldición no sobre Cam, sino sobre el
hijo de Cam, Canaán, y sus descendientes, los cananeos. Noé entonces pronunció,
según Éxodo 9:24-25, "Maldito sea Canaán; siervo de siervos será para sus
hermanos".
El
pecado de Cam resultó en la maldición pronunciada por su padre sobre Canaán, el
hijo de Cam.
La
corrupción que llenó la Tierra por los descendientes de los Hijos de Dios
enfureció a Dios, quien causó el Diluvio para destruir a la humanidad, a todos
excepto a Noé y su familia, quienes sobrevivieron al construir el Arca. Según
la Biblia, Noé había sobrevivido al Diluvio con sus tres hijos, Sem, Jafet y
Cam. Después de un ataque de borrachera, Noé se durmió sin cubrirse. Cuando su
hijo Cam entró en su tienda, vio a su padre desnudo y se rió. Sus otros dos
hermanos, Sem y Jafet, fueron más sabios y entraron de espaldas en la tienda de
su padre para cubrirlo. Por su pecado, Cam fue maldecido por Noé, pero debido a
su cercanía en relación con él, puso la maldición no sobre Cam, sino sobre el
hijo de Cam, Canaán, y sus descendientes, los cananeos. Noé entonces pronunció,
según Éxodo 9:24-25, "Maldito sea Canaán; siervo de siervos será para sus
hermanos".
Una
corrupción similar a la anterior al Diluvio regresó a la tierra bajo el reinado
de Nimrod, hijo de Cus, hermano de Canaán, y gobernante de la antigua ciudad de
Babilonia, donde tuvo lugar el fallido intento de construir la legendaria Torre
de Babel. La Biblia insinúa que Nimrod debe identificarse con la constelación
de Orión, un importante símbolo del dios moribundo. Nimrod fue mencionado en la
Biblia como "un poderoso cazador ante el Señor", que la tradición
judía identificó con la constelación de Orión. El dios moribundo fue
simbolizado por Orión, una de las constelaciones más conspicuas. Ubicado a lo
largo del ecuador celeste, Orión es visible desde prácticamente toda la tierra,
al principio y al final del año.
Por
lo tanto, Orión es el tema de muchos mitos y leyendas antiguas, y parece haber
sido considerado el centro del universo. El asirio Adad, el hurrita Teshub, el
dios del tiempo hitita sin nombre y el cananeo Baal, todos tenían apariencias
similares y temas mitológicos que lo identificaban con Orión.
Constelación
de Orión
Nimrod
fue identificado con Bel, o Marduk, el dios principal del panteón babilónico.
[5] La religión babilónica original estaba encabezada por una trinidad: Sin,
Shamash e Ishtar. Sin, se convirtió en el dios de la Luna, considerado el padre
de muchos hijos, entre los que se encontraban gemelos, hermano y hermana,
Shamash e Ishtar, que se convirtieron, respectivamente, en el Sol y Venus. En
la mitología, Shamash era hijo del dios de la luna Sin (conocido como Nanna en
sumerio), y por lo tanto hermano de la diosa Ishtar (sumerio: Inanna), que
representaba la gran "estrella" de Venus. En las primeras
inscripciones, la consorte de Shamash era la diosa Aya, cuyo papel se fusionó
gradualmente con el de Ishtar.
En la
mitología astral babilónica posterior, Sin, Shamash e Ishtar formaron una
tríada importante de divinidades, que aún hoy desempeña un papel importante en
los sistemas astrológicos, aunque con diferentes nombres. Ninurta era Saturno,
el hermano de Marte. Marte era Nergal, dios de la guerra, señor de los muertos
y dios del Inframundo. Mercurio era Nabu, mensajero de los dioses, que presidía
la sabiduría, la escritura y las cuentas, y era el patrón de los escribas y la
escritura.
La
obra de James Frazer fue mucho más que un simple catálogo antropológico. Al
universalizar el mito del dios moribundo, despojó al arquetipo de sus
raíces babilónicas específicas, permitiendo que el núcleo doctrinal de la
corriente subterránea —el culto al dios que muere y resucita— se presentara
como una verdad religiosa primordial en lugar de una herejía
histórica concreta.
Este
movimiento intelectual no fue inocente. Coincidió con el pico del
resurgimiento ocultista de finales del siglo XIX, cuando sociedades
secretas como la Golden Dawn y la masonería del Rito Escocés necesitaban
desesperadamente legitimidad académica para sus enseñanzas.
Frazer les proporcionó precisamente eso: un marco científico que
transformaba sus doctrinas específicas en expresiones de una supuesta ley
universal de la religión.
Lo
que los iniciados como Albert Pike ya enseñaban desde 1871 —que el mito del
dios moribundo era el secreto central de la tradición esotérica occidental—
ahora podía respaldarse con la autoridad de la antropología moderna.
El origen babilónico-luciferino del mito quedaba así camuflado bajo capas
de respetabilidad académica, mientras su esencia operativa —la
muerte ritual, la resurrección cíclica, la inversión teológica— se mantenía
intacta y lista para ser activada.
El
verdadero legado de Frazer no fue descubrir un patrón universal, sino
proporcionar el disfraz científico que permitiría a la corriente subterránea
operar en la modernidad sin ser reconocida como lo que realmente es: la
continuación consciente de un proyecto espiritual que se remonta a los magos
caldeos de Babilonia.
ANUNNAKI: LOS GIGANTES DEL INFRAMUNDO Y
EL ORIGEN DE LOS ÁNGELES CAÍDOS
DEL PANTEÓN BABILÓNICO AL MITO DE LOS GIGANTES: CÓMO LA REBELIÓN CÓSMICA SE TRANSFORMÓ EN EL LEGADO DE LA CORRIENTE SUBTERRÁNEA
En
los textos babilónicos más antiguos —especialmente en el Enuma Elish, la
epopeya de la creación— los Anunnaki emergen como una raza de
seres divinos que habitan los cielos y el inframundo. Su nombre, derivado de
Anu (el dios del cielo) y Ki (la tierra), los sitúa como conectores
cósmicos entre las esferas celestes y terrenales. Pero los Anunnaki no
fueron simplemente deidades benevolentes. Según los mitos babilónicos,
fueron jueces del inframundo, entidades que decidían el destino de
los muertos y cuyo conocimiento era considerado peligroso para la humanidad.
Los
Anunnaki eran siete en número —un detalle que los conecta
directamente con las Pléyades en la astrología caldea y, más
tarde, con los siete arcángeles en la tradición judía y
cristiana. Sin embargo, su papel en el Enuma Elish es profundamente
ambiguo: son descritos como dioses rebeldes que se levantan
contra el orden divino establecido, siendo derrotados y desterrados al
inframundo por Marduk. Esta narrativa de guerra celestial, caída y
exilio se convertiría en el prototipo mitológico para todas las
historias posteriores de ángeles caídos, titanes derrotados y gigantes
antediluvianos.
Los
académicos modernos, siguiendo la línea de Frazer, han tratado a los Anunnaki
como meros personajes mitológicos. Pero para los iniciados de la corriente
subterránea —desde los magos caldeos hasta los cabalistas medievales— los
Anunnaki representaban algo mucho más tangible: la fuente primordial
del conocimiento oculto. Su "caída" no era un castigo, sino
una misión deliberada —una infiltración cósmica cuyo objetivo
era transmitir a la humanidad los secretos que los dioses celestes querían
ocultar.
Cuando
el Enuma Elish describe cómo Marduk "capturó a los Anunnaki y
los sometió a su voluntad", está narrando la primera gran usurpación
de poder en la historia mítica —un tema que resonaría milenios después
en la teología gnóstica, donde el Demiurgo (el dios creador maligno) encarcela
a las chispas divinas en la materia. Los Anunnaki, al ser desterrados al
inframundo, se convierten en guardianes del conocimiento prohibido,
maestros de la magia, la astrología y la alquimia —disciplinas que, según la
tradición oculta, fueron enseñadas a la humanidad por seres caídos.
Esta
conexión entre Anunnaki y conocimiento secreto se hace explícita en los textos
babilónicos donde se les describe como poseedores de las tablillas del
destino —objetos que otorgan poder sobre el tiempo y el cosmos. En la
lógica interna de la corriente subterránea, la posesión de este conocimiento
por parte de los Anunnaki justifica la rebelión espiritual como
un acto de liberación. No son meros ángeles caídos por soberbia, sino PORTADORES
DE UNA GNOSIS SALVADORA que el dios establecido quiere suprimir.
La
tradición judía posterior, especialmente en textos apócrifos como el LIBRO
DE ENOC, transformaría a los ANUNNAKI en los VIGILANTES (אִירִים, 'irîm)
—ángeles que descendieron al monte Hermón para unirse con mujeres humanas,
enseñarles artes prohibidas y engendrar una raza de gigantes, los NEPHILIM.
Este relato, que el Génesis menciona de manera críptica, es directamente
heredero del mito anunnaki. Los Vigilantes, como los Anunnaki, son seres
celestiales que transmiten conocimiento ilícito, y su castigo —el diluvio
universal— refleja el mismo patrón de un dios que busca borrar la evidencia de
una intervención no autorizada.
Para
los magos caldeos y los primeros cabalistas, esta conexión era
fundamental: LOS ANUNNAKI/VIGILANTES NO ERAN MONSTRUOS A TEMER, SINO
MAESTROS A EMULAR. Su "caída" era en realidad una misión
iniciática —el acto deliberado de traer la luz de la gnosis a una
humanidad ignorante. Esta reinterpretación positiva de la rebelión celestial se
convertiría en la piedra angular del LUCIFERIANISMO ESOTÉRICO,
donde el ángel caído no es un villano, sino un héroe que desafía al tirano
celestial.
LOS GIGANTES
NEPHILIM —descendientes
de esta unión entre Vigilantes y humanas— representan en la simbología oculta
la hibridación entre lo divino y lo humano, la creación de una
estirpe superior destinada a gobernar la tierra. No es casualidad que las
élites ocultistas de diversas épocas —desde los faraones egipcios hasta los
nobles del Renacimiento— hayan reivindicado descender de esta línea sanguínea.
La sangre de los gigantes se convierte así en metáfora
del linaje iniciático —la transmisión de un conocimiento y un
estatus que separa a los elegidos del resto de la humanidad.
LA
CONSTELACIÓN DE ORIÓN, asociada en múltiples culturas con el cazador gigante, es identificada
en la tradición babilónica con Nimrod —el "poderoso
cazador" bíblico, constructor de la Torre de Babel y descendiente directo
de los Nephilim. Nimrod, en la exégesis ocultista, no es un rebelde castigado,
sino un héroe cultural que intentó reunificar a la humanidad
bajo un solo lenguaje y una sola torre que alcanzara los cielos. Su fracaso no
invalida su intento, sino que lo convierte en mártir de la causa
gnóstica —un prototipo del Prometeo griego, que roba el fuego divino
para dárselo a los hombres.
Los
rituales del festival de Akitu en Babilonia —donde el rey era
humillado y luego restaurado, representando la muerte y resurrección de Marduk—
contenían elementos que evocaban directamente el drama de los Anunnaki. En el
momento culminante, el rey era llevado ante la estatua de Marduk, despojado de
sus insignias y abofeteado por el sumo sacerdote. Si el golpe producía
lágrimas, el año sería próspero. Este ritual de humillación y
restauración no es solo agrícola —es una recreación anual de la caída
y redención de los dioses rebeldes, un recordatorio de que el poder debe
ser periódicamente cuestionado y renovado.
La
corriente subterráterna adoptó esta narrativa como su mito de origen
operativo. Si los Anunnaki pudieron rebelarse contra el orden celestial
establecido y transmitir su conocimiento a la humanidad, entonces toda
rebelión posterior contra órdenes establecidos —religiosos, políticos,
sociales— podía justificarse como parte de este legado cósmico. La caída no era
un accidente, sino el primer acto de una revolución espiritual que
aún continúa.
El
dios del Sol luchando contra el Dragón del Caos, según un grabado realizado por
Ludwig Gruner.
El
objetivo de la investigación de Frazer sobre el culto al dios moribundo era
descubrir el origen de la antigua tradición religiosa del asesinato del rey
sagrado. En el paganismo antiguo, el rey era percibido como la encarnación
viviente del dios moribundo, y por lo tanto, la fertilidad de la tierra
dependía de su salud. A medida que el rey se debilitaba con la edad, el éxito
de las cosechas se veía comprometido, por lo que era necesario ejecutarlo para
permitirle ser sucedido por un heredero más viril. Los antiguos monarcas
eventualmente ejercieron su influencia, de tal manera que un sustituto, o chivo
expiatorio, ocupaba el lugar del rey por un tiempo, y se le permitía disfrutar
de su rol temporal, hasta que él mismo era sacrificado en su lugar durante un
festival anual de Año Nuevo. [6]
El
origen de la matanza sagrada del rey fue el Zagmuk, o festival de Año Nuevo,
correspondiente a nuestra Pascua, cuando los babilonios celebraban la muerte y
resurrección de su dios principal, Marduk, la deidad patrona de Babilonia,
también conocida como Bel. Tres ceremonias importantes se realizaban en honor a
Bel. Estos actos de adoración eran ritos de fertilidad, que hacían referencia
al ciclo agrícola de la naturaleza, con la muerte de las cosechas en invierno y
el regreso de la vida en primavera, pero también se consideraban una recreación
del cosmos mismo. En Uruk, el festival se asociaba con el dios An, el dios
sumerio del cielo nocturno. Ambos son esencialmente equivalentes en todos los
aspectos al festival acadio Akitu.
Zagmuk,
que literalmente significa "principio del año", era un festival
mesopotámico que celebraba el triunfo de Marduk sobre las fuerzas del Caos,
simbolizadas posteriormente por Tiamat. Así como la batalla entre Marduk y el
Caos dura doce días, también dura Zagmuk. El punto culminante del festival
tenía lugar en el equinoccio de primavera. [7] Primero se leía el Enuma elish,
la epopeya babilónica de la creación, que narraba la reunión de los dioses
Anunnaki para encontrar un dios que pudiera derrotar a los dioses que se
alzaban contra ellos. Los Annunaki, siete jueces del Inframundo, hijos del dios
Anu que vivieron en el cielo, pero fueron desterrados por sus fechorías, son el
origen de los numerosos relatos de gigantes legendarios, conocidos como los
Anakim en la historia del Diluvio de la Biblia, también conocidos como los
Ángeles Caídos o los Titanes de la mitología griega.
Festival
de Akitu en Babilonia
Marduk
respondió al llamado de los Anunnaki y se le prometió el puesto de dios
principal. Marduk se lanza a la batalla, montado en su carro de tormenta tirado
por cuatro caballos con veneno en las bocas, y derrota a la líder de los dioses
Anunnaki, Tiamat, el Dragón. Se realizó una representación dramática del
conflicto entre Marduk y Tiamat, durante la cual el dios es vencido y
asesinado, pero resucitado mediante ceremonias mágicas y finalmente vence al
Dragón. En segundo lugar, el rey es llevado ante la imagen de Marduk, le
retiran sus insignias y el sumo sacerdote le abofetea.
En
este punto, se presagiaba que, si el golpe producía lágrimas, el año sería
próspero y la vegetación crecería. Finalmente, en una ceremonia conocida como
matrimonio sagrado, el rey, representando al dios, practicaba la cópula ritual
con una sacerdotisa, simbolizando la unión del dios y la diosa. Al finalizar el
festival, el rey era asesinado. Para salvar a su rey, los mesopotámicos a
menudo utilizaban un rey simulado, representado por un criminal que era ungido
como rey antes del comienzo de Zagmuk y asesinado el último día.
Los
Anunnaki representan el arquetipo primordial del mediador caído que
atraviesa todas las tradiciones esotéricas occidentales. Su transformación de
jueces celestiales a guardianes del inframundo establece el paradigma
fundamental de la gnosis oculta: el conocimiento prohibido reside en las
sombras, custodiado por aquellos que se atrevieron a desafiar el orden
establecido.
Este
mito babilónico no es meramente decorativo. Proporciona la estructura
narrativa maestra que justificará, siglos después, la teología
luciferina: la caída como misión, el exilio como iniciación, el conocimiento
prohibido como herramienta de liberación. Los Anunnaki son los prototipos
divinos de todos los ángeles caídos, titanes encadenados y gigantes
antediluvianos que poblarán la imaginación religiosa de Occidente.
Cuando
Marduk los desterró al inframundo, no los destruyó —los transformó en
símbolos de resistencia cósmica. Su legado no es la derrota, sino la persistencia
del conocimiento en la oscuridad, esperando ser redescubierto por aquellos
lo suficientemente valientes para buscarlo en los lugares prohibidos.
TIERRA DE
PROMISIÓN: LA
TRANSFORMACIÓN DEL PACTO DIVINO EN PROYECTO TERRENAL
DEL PACTO DE ABRAHAM AL DESTINO MANIFIESTO: CÓMO LA ELECCIÓN DIVINA SE CONVIRTIÓ EN JUSTIFICACIÓN PARA LA CONQUISTA Y EL GOBIERNO OCULTA
El
relato bíblico del Pacto de Abraham establece uno de los
conceptos más poderosos y duraderos de la historia religiosa occidental: la
idea de un pueblo elegido destinado a heredar una tierra
prometida. Según el Génesis, Dios le promete a Abraham: "A tu
descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río, el río
Éufrates". Este pacto —sellado con el sacrificio ritual de animales
cortados en dos— no es un simple contrato territorial. Es la fundación
teológica de un proyecto histórico que trascenderá sus orígenes
religiosos para convertirse en paradigma de dominio territorial
justificado por designio divino.
Pero
la Tierra Prometida no estaba vacía. Estaba habitada por los cananeos —pueblo
maldito según la narrativa bíblica, descendiente de Cam a través de su hijo
Canaán. La conquista de esta tierra, por tanto, no se presenta como un acto de
agresión arbitraria, sino como el cumplimiento de una sentencia divina y
la restauración de un orden cósmico perturbado. Los cananeos, según
esta lógica, merecían ser desplazados no solo por sus prácticas religiosas
(incluyendo el sacrificio de niños a Moloc), sino por una maldición
ancestral que los convertía en obstáculos en el camino del plan
divino.
Este
marco conceptual —elección divina + territorio prometido + enemigo maldito
que debe ser eliminado— establecerá un patrón recurrente en
la historia de las élites ocultistas. No se trata simplemente de conquistar
tierras, sino de cumplir un destino manifiesto justificado por
una narrativa superior. La tierra no se toma por codicia, sino por mandato
celestial; los habitantes originales no son desplazados por conveniencia,
sino porque ocupan un espacio sagrado que pertenece a otros por
designio divino.
La
prueba de Abraham en el monte Moriah —donde Dios le ordena
sacrificar a su hijo Isaac, solo para detenerlo en el último momento— introduce
otro elemento crucial: la disponibilidad para el sacrificio extremo como
prueba de lealtad al pacto. Aunque la tradición rabínica interpretaría esto
como el fin divino del sacrificio humano, la lógica subyacente
permanece: la lealtad al proyecto trascendente justifica cualquier sacrificio,
incluso el más inconcebible.
Este
paradigma será secuestrado y reinterpretado por las corrientes
ocultistas que estudiamos. El "pueblo elegido" ya no será
necesariamente el Israel bíblico, sino cualquier grupo que se declare
portador de un destino superior. La "tierra prometida" dejará de
ser Canaán para convertirse en cualquier territorio que se considere
necesario para el cumplimiento del proyecto oculto. Y los
"cananeos" serán cualquiera que se interponga en ese camino,
ahora no solo maldecido por Dios, sino por el progreso histórico o
la evolución espiritual según la nueva teología secularizada.
La genealogía
de las doce tribus de Israel, con su intrincado simbolismo astrológico
—cada tribu asociada a un signo zodiacal, agrupadas según los cuatro elementos—
proporcionará a los cabalistas medievales un mapa cósmico del pueblo
elegido. No se trata solo de una descendencia biológica, sino de una estructura
espiritual codificada en las estrellas, donde cada tribu representa una
faceta de la relación entre el pueblo elegido y el cosmos.
Este
misticismo tribal será posteriormente transferido a otras élites —las
casas reales europeas, las órdenes de caballería, las sociedades secretas— que
reclamarán para sí mismas un estatus de elección espiritual análogo
al de las tribus de Israel. La sangre ya no es solo biología; es vector
de destino espiritual, línea de transmisión de un pacto que ahora puede ser
heredado por cualquiera que posea el conocimiento correcto y la iniciación
adecuada.
La adoración
del becerro de oro en el desierto —mientras Moisés recibía las tablas
de la ley en el Sinaí— representa en la narrativa bíblica el primer
gran desvío del pueblo elegido. Pero en la lectura ocultista, este
episodio adquiere un significado diferente: no es una simple idolatría, sino
el intento de acceder a formas de poder divino más inmediatas y
tangibles. El becerro de oro evoca directamente a Apis, el
dios-toro egipcio asociado con Osiris y, por extensión, con Orión —la
constelación del dios moribundo.
Aquí
emerge un patrón que se repetirá a lo largo de la historia del pueblo elegido:
la tensión entre la ley revelada (las tablas de Moisés) y
el impulso hacia lo numinoso inmediato (el becerro de oro).
Para la corriente subterránea, esta tensión no es un problema a resolver, sino
un mecanismo dialéctico que permite avanzar el proyecto: se
professa lealtad a la ley establecida mientras se busca secretamente acceder a
fuentes de poder alternativas.
La
conquista de Canaán bajo Josué establece el modelo de guerra santa que
será replicado y transformado en múltiples contextos históricos. Los habitantes
de la tierra —los anaceos (descendientes de los Nephilim), los
hititas, los jebuseos, los amorreos— no son solo enemigos políticos; son obstáculos
cósmicos en el camino del plan divino. Su eliminación no es genocidio,
sino purificación ritual del espacio sagrado.
Este
concepto de purificación territorial mediante eliminación de elementos
impuros se convertirá en uno de los mecanismos operativos más
peligrosos heredados por las élites ocultistas. Justificará no solo
conquistas territoriales, sino purificaciones étnicas, religiosas y
culturales en nombre de proyectos supuestamente superiores. El espacio
no es neutral; está cargado de significado espiritual, y ciertos
elementos humanos son considerados contaminantes que deben ser removidos
para que el espacio cumpla su destino.
La
advertencia en Deuteronomio 18:9-12 —que prohíbe explícitamente sacrificios
humanos, adivinación, hechicería, brujería, encantamientos, espiritismo y
consulta a los muertos— es particularmente reveladora. El texto enumera
precisamente las prácticas que los pueblos de Canaán realizaban y
que los israelitas deben evitar. Pero la propia necesidad de prohibirlas
sugiere que estas prácticas eran atractivas y tentadoras,
ofreciendo formas de poder y conocimiento alternativas a la religión oficial.
Para
la corriente subterránea, estas prácticas prohibidas no son
errores a evitar, sino herramientas ocultas que deben ser
dominadas en secreto. La prohibición pública sirve como cortina de humo —condena
lo que en realidad se practica en círculos iniciáticos, protegiendo así el
conocimiento del vulgo mientras se preserva para los elegidos.
La adopción
del culto a Baal y Astarté por parte de los israelitas una vez
establecidos en Canaán demuestra la porosidad de las fronteras
religiosas incluso para el pueblo elegido. Baal, el dios moribundo
cananeo, y Astarté, su consorte-hermana, no son meros ídolos extranjeros;
representan una teología alternativa completa —una visión
cíclica de la muerte y resurrección divina, una sacralización de la sexualidad
ritual, una conexión directa con los ciclos naturales.
Este
sincretismo —la fusión del YAHWISMO con el culto cananeo— no es un
accidente histórico, sino el proceso mediante el cual la corriente
subterránea se infiltra en la religión oficial. Los pilares de Asera
(símbolos fálicos de la diosa) erigidos junto a los altares de YHWH, los
rituales de fertilidad incorporados a las festividades agrícolas, la
asimilación de elementos astrológicos —todo esto representa la lenta
pero constante infiltración del paradigma del dios moribundo en el
corazón mismo de la religión del pueblo elegido.
La
figura de Salomón —constructor del Primer Templo, sabio por
excelencia, maestro de magia según la tradición talmúdica— representa el punto
de fusión máxima entre la religión oficial y las tradiciones ocultas.
El Templo de Jerusalén, construido con la ayuda del cananeo Hiram (el
"hijo de una viuda", título sacerdotal de la diosa), incluía
los pilares Boaz y Jachin —símbolos claros de la dualidad
divina masculino-femenina del culto cananeo.
Las
leyendas sobre el SELLO DE SALOMÓN (LA ESTRELLA DE SEIS PUNTAS)
y su capacidad para controlar demonios, junto con la historia del SHAMIR (el
gusano mágico que cortaba piedras sin herramientas), transforman a Salomón de
un rey piadoso en un MAGO DIVINO que domina las fuerzas
ocultas. Esta imagen de Salomón como mago-rey —que controla
demonios, habla con animales, posee conocimiento alquímico— será enormemente
influyente en la tradición oculta posterior, desde los grimorios medievales
hasta la masonería moderna.
El destierro
a Babilonia en el siglo VI a.C. —presentado en la narrativa bíblica
como castigo por la infidelidad del pueblo— se convierte en la oportunidad
definitiva para la fusión doctrinal. En Babilonia, los círculos
heréticos judíos no se arrepienten de sus prácticas sincréticas; las intensifican,
incorporando la astrología caldea, la numerología babilónica, la magia de los
magos, creando lo que eventualmente se conocerá como la Cábala.
La
Tierra Prometida, por tanto, no es simplemente un territorio geográfico. Es
el símbolo de un estado espiritual —la culminación de un
camino iniciático, la realización de un destino cósmico, la materialización en
el plano terrestre de un diseño divino. Pero este símbolo es infinitamente
transferible: cualquier tierra puede convertirse en "tierra
prometida" si se le asigna ese significado en una narrativa de destino
manifiesto; cualquier pueblo puede declararse "elegido" si construye
la mitología adecuada.
La
corriente subterránea heredará este paradigma y lo despojará de su
contenido religioso específico, manteniendo su estructura operativa:
la idea de un grupo elegido (ahora los iniciados, no el Israel
bíblico) destinado a gobernar un territorio/espacio (ahora el
mundo entero, no solo Canaán) después de eliminar/transformar a los
actuales habitantes (ahora la humanidad no iniciada, no los cananeos)
en nombre de un proyecto superior (ahora la evolución
espiritual o el nuevo orden mundial, no el pacto con YHWH).
Este
es el legado operativo de la Tierra Prometida: no una historia
antigua sobre un pueblo y una tierra, sino un paradigma de
justificación para el dominio que puede ser reactivado, reempaquetado
y aplicado una y otra vez por aquellos que se consideran a sí mismos los nuevos
elegidos, destinados a heredar la tierra —o el mundo— por designio de una
fuerza superior, ya sea Dios, la Historia, la Evolución o el Destino mismo.
El
sacrificio de Abraham de Laurent de la Hyre (1650)
La
oferta vinculante de Dios de la Tierra Prometida a los israelitas como su
"Pueblo Elegido" se origina en el Pacto de los Pedazos. En Génesis
15:1-15, Dios le dice a Abraham que le nacería un hijo, le pide que cuente las
estrellas, si es posible, y le promete: "Así será tu descendencia".
Dios le ordena a Abraham que prepare un sacrificio animal, cortándolo en dos.
Dios entonces le profetizó a Abraham que su descendencia sería extranjera en
una tierra que no es suya (una tierra extraña) y serviría a los gobernantes de
la tierra durante cuatrocientos años, pero después, saldrían con "gran
riqueza" y en la cuarta generación, regresarían a Canaán. En Génesis
15:18-21, Dios le dice a Abraham que ha dado a su descendencia la tierra de los
cananeos malditos y a todos sus descendientes: “A tu descendencia daré esta
tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río, el río Éufrates: la tierra de
los ceneos, los cenezeos, los cadomitas, los hititas, los ferezeos, los
refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos”.
Según
Génesis 22, Dios también puso a prueba a Abraham al pedirle que sacrificara a
su hijo Isaac en el monte Moriah. Al ver que Abraham accedía voluntariamente,
un mensajero divino lo interrumpió. Abraham vio entonces un carnero y lo
sacrificó. Los sabios del Talmud interpretaron este acontecimiento, conocido
como la Akedá, como una oportunidad para enseñar a la humanidad, de una vez por
todas, que el sacrificio humano, el sacrificio de niños, no es aceptable. Sin
embargo, la Biblia relata que, una vez que los israelitas entraron en Canaán
tras su éxodo de Egipto, adoptaron la religión de sus vecinos y practicaron
rituales paganos, que incluían sacrificios humanos.
El
hijo de Abraham, Jacob, posteriormente rebautizado como Israel, engendró doce
hijos que se convirtieron en las doce tribus de Israel, que también eran
entendidas místicamente. Según los escritos apocalípticos y las generaciones
posteriores de rabinos, las doce tribus estaban asociadas con los doce signos
astrológicos. Al igual que el Zodíaco, las doce tribus se dividían en cuatro
grupos de tres, cada uno con un signo astrológico particular, de acuerdo con
las cuatro estaciones del Zodíaco, divididas según los Cuatro Elementos. Así,
Rubén, a quien se compara con el agua corriente, con Simeón y Gad, son Acuario.
Judá, el león, con Isacar y Zabulón, son Leo. Benjamín, Manasés y Efraín, a
quienes Jacob compara con el buey, son Tauro. Neftalí, Aser y Dan, cuyo emblema
es el escorpión, sinónimo astrológicamente del águila, son Escorpio.
De
los hijos de Israel, José era su favorito, y le hizo una túnica de muchos
colores. José tuvo un sueño en el que vio al Sol, la Luna y once estrellas
inclinarse ante él, lo que significaba que sería más grande que sus hermanos.
Por envidia, vendieron a José como esclavo. Finalmente, sus captores lo
llevaron a Egipto, donde se convirtió en el primer ministro del faraón.
Azotados por la hambruna, Israel y sus hijos restantes se vieron obligados a
emigrar a Egipto, donde se unieron a su hermano José. Tras varios siglos, la
nación judía alcanzó tal importancia que el faraón y los egipcios se sintieron
amenazados. Sin embargo, Dios aún tenía la intención de cumplir su promesa a su
antepasado Abraham, y debido a la opresión que sufrían, envió a Moisés a suplicar
al faraón que liberara al pueblo de Israel. Tras varias terribles aflicciones
enviadas por Dios a los egipcios, como señal de que debían cumplir la petición
de Moisés, el faraón finalmente cedió, y Moisés guió a los israelitas a través
del Mar Rojo hacia el norte, hacia la Tierra Prometida.
Adoración
del becerro de oro de Nicolas Poussin (c. 1634)
Ya
antes de entrar en Canaán, los israelitas eran culpables de adorar al dios
moribundo en la forma del Becerro de Oro. Poco después del Éxodo, y poco
después de haber cruzado el Mar Rojo, mientras Moisés estaba en el Monte Sinaí
recibiendo las tablas de los Diez Mandamientos, los judíos comenzaron a
preocuparse porque su profeta se demoraba demasiado en la montaña. Éxodo 32:1-4
relata que se acercaron a Aarón, el hermano de Moisés, y le exigieron: «Ven,
haznos un dios que vaya delante de nosotros; en cuanto a este Moisés, el hombre
que nos sacó de Egipto, no sabemos qué le haya sucedido». Aarón les aconsejó
que recogieran sus joyas y, fundiéndolas, formó la estatua de un becerro y les
dijo: «Este es tu dios, oh Israel, que te sacó de la tierra de Egipto». El
Becerro de Oro evoca a Apis, el dios-toro egipcio asociado con Osiris, a quien
los egipcios identificaban con Orión. Y la "fiesta pagana" que la
acompaña, entendida como una referencia a los ritos orgiásticos asociados con
el paganismo. Cuando Moisés regresó de la montaña, al ver el espectáculo,
rompió las tablas de los Diez Mandamientos.
La
Tierra Prometida nunca fue solo un territorio geográfico. Fue el primer
prototipo histórico de un concepto que la corriente subterránea
perfeccionaría y replicaría: la justificación teológica para la
conquista, el desplazamiento y el dominio. El pacto de Abraham estableció
el molde: un grupo elegido por designio divino, una misión
histórica de ocupación territorial, y una población existente estigmatizada
como obstáculo cósmico que debe ser removido.
Este
paradigma sería despojado de su ropaje específicamente judío y
transferido a otras élites que se autoproclamaron como los nuevos "pueblos
elegidos". La promesa divina se transformó en destino manifiesto,
la tierra de Canaán se convirtió en cualquier territorio deseado, y
los cananeos se transformaron en cualquier pueblo que se interpusiera
en el camino del "progreso" o la "evolución espiritual".
EL
EPISODIO DE SHLOMÓ – SALOMÓN —con su Templo construido por artesanos cananeos, sus
pilares fálicos, sus leyendas de control demoníaco— revela LA VERDADERA
NATURALEZA DEL PROYECTO: nunca se trató de pureza religiosa, sino de SINCRETISMO
ESTRATÉGICO. La religión oficial servía como fachada pública, mientras que
en las cámaras secretas del Templo se practicaba la SÍNTESIS ENTRE EL YAHWISMO
Y EL CULTO AL DIOS MORIBUNDO.
La
Tierra Prometida, en última instancia, es el arquetipo de todos los
proyectos utópicos que prometen un territorio perfecto a cambio de la
eliminación de lo existente. Su legado no es la fe en una promesa divina, sino
la justificación del desplazamiento en nombre de una narrativa superior —una
herramienta que la corriente subterránea usaría una y otra vez para legitimar
sus ambiciones de transformación global.
EPOPEYA DE BAAL:
EL DIOS
USURPADOR COMO MODELO DE REVOLUCIÓN CÓSMICA
DEL
DRAGÓN DEL MAR A LA REBELIÓN CELESTIAL: CÓMO EL MITO CANANEO DEL DIOS QUE DERROCA AL
CREADOR SE CONVIRTIÓ EN EL PARADIGMA DE LA SUBVERSIÓN ESPIRITUAL
En
las tablillas de arcilla descubiertas en Ugarit —la antigua ciudad cananea en
la costa siria— se conserva el relato más completo y sistemático del ciclo
del dios moribundo en el antiguo Cercano Oriente: la Epopeya de
Baal. Este texto, que data aproximadamente del siglo XIV a.C., no es meramente
mitología folclórica. Es la codificación narrativa de una teología de
usurpación cósmica que se convertiría en el modelo oculto para todas
las rebeliones espirituales posteriores.
Baal
—cuyo nombre significa simplemente "Señor" o "Amo"— no es
el dios supremo en el panteón cananeo. Es el dios joven, el usurpador,
el hijo que desafía al padre. Su mito central es una guerra
celestial por el dominio que sigue una estructura precisa: el dios
joven (Baal) desafía al dios anciano (El), derrota al Dragón del Mar (Yam),
obtiene permiso para construir su palacio/templo, y finalmente desciende al
inframundo (muere) solo para resurgir victorioso (resucita).
Esta
narrativa —juventud contra vejez, innovación contra tradición, rebelión
contra estabilidad— contiene en embrión todos los elementos que la
corriente subterránea exaltaría como virtudes espirituales. Baal no es
castigado por su audacia; es recompensado con el dominio. Su
descenso al inframundo no es una derrota final, sino una etapa
necesaria en su triunfo.
EL DRAGÓN
DEL MAR (YAM) QUE BAAL DERROTA no es un monstruo cualquiera. En la cosmología
cananea, Yam representa las fuerzas del caos primordial, las aguas
indiferenciadas que existían antes de la creación. Al vencer a Yam, Baal no
solo gana una batalla —repite y completa la obra creadora, estableciendo
un nuevo orden sobre las ruinas del caos. Esta es la esencia
del mesianismo revolucionario: no mejorar lo existente, sino destruir
lo viejo para crear algo radicalmente nuevo.
LA CONSTRUCCIÓN
DEL PALACIO DE BAAL —que ocupa un lugar central en la epopeya— es particularmente
reveladora. Baal no puede simplemente tomar residencia donde quiera; debe obtener
permiso de El (el dios padre) y luego construir activamente su
morada. Este proceso refleja la dialéctica entre rebelión y
legitimación que caracterizará a todos los movimientos
revolucionarios: primero se desafía la autoridad establecida, luego se busca
algún tipo de sanción tradicional para el nuevo orden,
finalmente se construye materialmente la nueva realidad.
EL MATRIMONIO
SAGRADO ENTRE BAAL Y SU HERMANA-CONSORTE ANAT —un ritual de fertilidad que
involucraba cópula simbólica o real entre sacerdote y sacerdotisa— introduce
la sexualidad ritualizada como herramienta de regeneración
cósmica. No se trata de mera licencia sexual, sino de la SACRALIZACIÓN
DE LA UNIÓN MASCULINO-FEMENINA como motor de renovación cósmica. Este
elemento será enormemente influyente en las tradiciones ocultistas posteriores,
desde la alquimia sexual hasta ciertas prácticas de magia ceremonial.
LA MUERTE
DE BAAL —causada
por Mot, el dios de la muerte y el inframundo— no es el final de la historia.
Es el punto de inflexión dramático que permite su
transformación. Anat, la hermana-consorte de Baal, no llora pasivamente su
muerte; busca activamente a Mot, lo derrota, lo despedaza y esparce sus
restos, forzando así la resurrección de Baal. Esta narrativa de violencia
sacrificial como requisito para la renovación establecerá un patrón
que resonará a través de los siglos: la necesidad de destruir lo viejo
(incluso violentamente) para que nazca lo nuevo.
EL CICLO
ANUAL DE MUERTE Y RESURRECCIÓN DE BAAL —sincronizado con las estaciones,
especialmente la sequía estival (muerte) y las lluvias otoñales (resurrección)—
transforma el mito en un reloj cósmico. El tiempo no es lineal ni
neutral; está cargado de significado espiritual, con momentos
específicos que son potencialmente revolucionarios. Esta concepción
del tiempo como una serie de ventanas de oportunidad cósmica será
fundamental para la astrología, la magia ritual y la planificación
revolucionaria en la tradición oculta.
La adopción
del culto a Baal por los israelitas —a pesar de las explícitas
prohibiciones bíblicas— revela la potencia atractiva de esta teología.
Baal ofrecía algo que el YAHWISMO más austero no proporcionaba:
una conexión directa con los ciclos naturales, una sexualidad
sacralizada, un drama cósmico inmediato y repetible. Los
israelitas no abandonaron a YHWH por Baal; intentaron fusionar
ambos cultos, erigiendo altares a Baal junto a los de YHWH,
practicando rituales de fertilidad en los lugares altos.
Esta SÍNTESIS
SINCRETISTA —condenada por los profetas bíblicos como apostasía—
representa desde la perspectiva de la corriente subterránea el proceso
normal de evolución espiritual: las religiones no permanecen puras, sino
que absorben elementos de otras tradiciones, creando formas
híbridas más poderosas. La "infidelidad" de Israel no fue un error,
sino un intento de acceder a un espectro más amplio de fuerzas
espirituales.
LA ASOCIACIÓN
DE BAAL CON ORIÓN —la constelación del cazador— conecta este culto directamente con
el ciclo estelar más amplio. Orión, visible en el cielo invernal,
desaparece en primavera (muerte) y reaparece en otoño (resurrección),
reflejando exactamente el ciclo de Baal. Esta sincronización estelar eleva
el mito de lo meramente agrícola a lo cósmico: Baal no es solo el
dios de la lluvia, es una fuerza que opera a escala universal, cuyo
ritmo marca el pulso mismo del cosmos.
El culto
a Moloc —variante de Baal asociada específicamente con Saturno y con
el sacrificio de niños— representa la faz más oscura de
esta teología. Si Baal es el dios de la vida que muere y renace, Moloc es
el dios de la muerte que exige sacrificio extremo. La práctica de
hacer pasar niños por el fuego —condenada repetidamente en la Biblia— no era
simple crueldad; era la lógica última del sacrificio: dar lo más
preciado para obtener el favor divino máximo.
Esta economía
espiritual de sacrificio extremo establecerá un patrón peligroso: la
idea de que los objetivos trascendentes justifican medios atroces.
Si el dios exige el sacrificio de lo más querido, entonces cualquier
sacrificio es permisible en nombre del proyecto divino. Esta
mentalidad —el fin justifica los medios, especialmente si el fin es
divino— será una de las herencias más tóxicas de la tradición cananea,
resucitada una y otra vez por movimientos que creen poseer una misión histórica
o espiritual superior.
LA REPRESENTACIÓN DE
BAAL Y ASTARTÉ MEDIANTE PILARES FÁLICOS (ASERAS) introduce el símbolo
universal del axis mundi —el eje que conecta cielo, tierra e
inframundo. Estos pilares no son meros ídolos; son instrumentos
rituales, puntos de acceso a lo divino, marcadores de espacio sagrado. Su
presencia junto a los altares de YHWH representa no solo sincretismo
religioso, sino la incorporación de tecnología espiritual alternativa dentro
del marco religioso establecido.
LA EPOPEYA
DE BAAL, por
tanto, no es simplemente un mito antiguo. Es el manual operativo
original de una teología de revolución espiritual que la corriente
subterránea preservaría y reactivaría.
En
ella se encuentran todos los elementos que caracterizarán los movimientos
ocultistas y revolucionarios posteriores:
1. La glorificación del usurpador (el dios joven que
derroca al viejo)
2. La sacralización de la
violencia (necesaria
para derrotar al caos)
3. La sexualidad como herramienta
espiritual (el
matrimonio sagrado)
4. La ciclicidad como ley cósmica (muerte y resurrección
estacional)
5. El sacrificio extremo como
camino al poder (el
culto a Moloc)
6. La construcción activa del
nuevo orden (el
palacio de Baal)
7. La sincronización con los
ciclos cósmicos (Baal/Orión)
Esta
epopeya establece el paradigma completo de lo que significa
desafiar un orden establecido en nombre de algo nuevo: no se trata de reforma,
sino de revolución total; no se trata de coexistencia, sino
de sustitución; no se trata de evolución gradual, sino de MUERTE
Y RENACIMIENTO RADICAL.
Cuando
los profetas bíblicos condenan el culto a Baal, no están simplemente
defendiendo la pureza religiosa. Están reconociendo —y resistiendo— una teología
alterna completa que ofrece una visión del mundo radicalmente
diferente: no un dios creador trascendente y moral, sino un dios
inmanente que muere y renace, no una ética de justicia y compasión, sino
una espiritualidad de poder y regeneración mediante el sacrificio.
La
corriente subterránea heredará precisamente esta teología alterna,
despojándola de su ropaje específicamente cananeo, pero manteniendo su estructura
operativa fundamental. Baal no será adorado nominalmente, pero su paradigma
de revolución espiritual —la muerte del viejo dios/orden, la
resurrección del nuevo— se convertirá en el modelo para todos los proyectos de
transformación radical, desde las revoluciones políticas hasta los movimientos
espirituales que buscan crear un "nuevo hombre" y un "nuevo
mundo".
En
última instancia, la Epopeya de Baal es la narrativa fundacional de la
rebelión como virtud espiritual. Establece que desafiar al padre/dios/orden
establecido no es pecado, sino camino hacia un dominio superior;
que descender al inframundo/no-ser/caos no es fracaso, sino etapa
necesaria del renacimiento; que la violencia contra lo existente no es
maldad, sino instrumento de creación.
Esta
es la herencia que la corriente subterránea preservará a través de los siglos:
no la adoración literal de Baal, sino la internalización de su
paradigma revolucionario como modelo para todas las transformaciones
—espirituales, políticas, sociales— que buscan no reformar el mundo, sino HACERLO
MORIR Y RENACER SEGÚN UN NUEVO DESIGNIO.
David
matando a Goliat, descendiente de los anaceos
Tras
la liberación de Egipto, Dios les ordenó conquistar la tierra de Canaán, como
cumplimiento de la promesa hecha a Abraham. La aterradora APARICIÓN DE LOS
ANACEOS, descrita en el relato bíblico de los Doce Espías, aterrorizó a los
israelitas al encontrarlos en la tierra de Canaán. Los Doce Espías, según el
Libro de los Números, eran un grupo de jefes israelitas, uno de cada una de las
Doce Tribus, enviados por Moisés para explorar la tierra de Canaán antes de su
conquista. Los israelitas parecen haberlos identificado con los nefilim, los
gigantes (Génesis 6:4; Números 13:33) del relato del Diluvio. Josué finalmente
los expulsó de la tierra, a excepción de algunos que encontraron refugio en las
ciudades filisteas de Gaza, Gat y Asdod (Josué 11:22), por lo que los gigantes
filisteos como Goliat, que fue asesinado por David (2 Samuel 21:15-22), eran
descendientes de los anaceos.
Según
Deuteronomio 9:1-2: «¡Escucha, Israel! Hoy cruzas el Jordán para entrar a
desposeer a naciones más grandes y poderosas que tú, grandes ciudades
fortificadas hasta el cielo, un pueblo grande y alto, los hijos de los anaceos,
a quienes conoces y de quienes has oído decir: “¿Quién podrá resistir a los
hijos de Anac?”». De igual manera, según Josefo, en aquel tiempo en Palestina,
«aún quedaba una raza de gigantes, que tenían cuerpos tan grandes y rostros tan
completamente diferentes de los demás hombres, que eran sorprendentes a la
vista y terribles al oído». [8]
En
Deuteronomio, capítulo 3, se nos dice: «Porque solo Og, rey de Basán, quedó del
remanente de los refaítas; he aquí, su cama era una cama de hierro; ¿no está en
Rabá de los amonitas? Nueve codos era su longitud, y cuatro codos su anchura,
según el codo común». Cuando Moisés envía un equipo de reconocimiento para
recopilar información sobre la tierra de los cananeos, a su regreso de la
misión informan: «Entramos en la tierra adonde nos enviaste; y ciertamente mana
leche y miel, y este es su fruto. Sin embargo, el pueblo que habita la tierra
es fuerte, y las ciudades están fortificadas y son muy grandes; y además, vimos
allí a los descendientes de Anac. Amalec habita en la tierra del Négueb, y los
hititas, los jebuseos y los amorreos habitan en la región montañosa, y los
cananeos viven junto al mar y a la orilla del Jordán». [9]
Una
vez que conquistaron la tierra de los cananeos, los israelitas recibieron una
clara advertencia de abstenerse del culto pagano al dios moribundo.
Según
Deuteronomio 18:9-12:
Cuando
entres en la tierra que el Señor tu Dios te da, no aprendas a imitar las
abominaciones de las naciones que viven allí. Que no haya entre ti quien
sacrifique a su hijo o hija en el fuego, quien practique adivinación,
hechicería, interprete agüeros, practique la brujería, haga encantamientos, sea
médium, espiritista o consulte a los muertos. Cualquiera que haga estas cosas
es abominable para el Señor; por estas mismas abominaciones, el Señor tu Dios
expulsará a esas naciones de delante de ti.
Gedeón
derribando un poste de Asera
Sin
embargo, fue en Canaán donde los israelitas adoptaron la adoración del dios
moribundo Baal y su esposa-hermana Astarté, que sustentaría las creencias de la
Cábala. Baal era uno de una trinidad de dioses adorados entre los cananeos,
compuesta por el padre El, su hija Astarté y Baal, su hijo. Ambos estaban
simbolizados por el toro porque en la resurrección del dios del inframundo,
celebrada en el equinoccio de primavera, el Sol y Venus salían en la
constelación de Tauro. La mitología de Baal se ilustra mejor en el más largo de
los mitos cananeos conocidos, la Epopeya de Baal, descubierta por arqueólogos
en el antiguo sitio de Ugarit, ahora Ras Shamra en la costa mediterránea del
norte de Siria. La Epopeya de Baal proporciona el relato básico del dios
moribundo como un dios usurpador, reflejando gran parte del relato del Enuma
elish, que obtiene el dominio al derrotar al Dragón del Mar.
Baal
llegó a representar al dios del cielo, el dios del trueno, que fecunda a la
diosa, la madre tierra, para dar vida. Así, Baal se simbolizaba a menudo como
un falo erecto en forma de pilar. Este se convirtió en el símbolo del dios
andrógino único, y tanto Baal como Astarté se representaban generalmente
mediante un pilar, conocido como Asera en la Biblia, una palabra hebrea,
también un sustantivo común, que significa árbol o poste sagrado utilizado en
el culto a la diosa.[10] Un sacerdote y una sacerdotisa se sometían a una
muerte y resurrección simuladas, y en un rito llamado matrimonio sagrado, el
sacerdote y la sacerdotisa copulaban, simbolizando la unión del dios y la
diosa.
La Epopeya
de Baal no es simplemente un mito cananeo sobre lluvias y cosechas. Es
la codificación narrativa completa de una teología que exalta
la rebelión, la usurpación y la transformación radical como principios cósmicos
sagrados. Baal, el dios joven que derroca a los antiguos poderes, derrota al
Dragón del Caos, desciende voluntariamente al inframundo y renace triunfante,
establece el prototipo divino del revolucionario espiritual.
Esta
narrativa contiene en embrión todos los elementos que la corriente subterránea
venerará como virtudes: la juventud contra la vejez, la innovación
contra la tradición, la acción violenta contra la estabilidad, el sacrificio
extremo como camino al poder. El ciclo de Baal —muerte y resurrección
sincronizado con las estaciones y las estrellas— transforma la rebelión de un
acto político en una ley cósmica, un ritmo del universo mismo que
debe ser obedecido y aprovechado.
LOS
ISRAELITAS QUE ADOPTARON EL CULTO A BAAL JUNTO AL DE YHWH no estaban simplemente siendo
"infieles". Estaban reconociendo —e intentando sintetizar— DOS
TEOLOGÍAS FUNDAMENTALMENTE INCOMPATIBLES: una de orden moral trascendente,
otra de poder cíclico inmanente. Su fracaso en fusionarlas abiertamente no
invalidó el intento; solo demostró que la síntesis debía realizarse en
secreto, en las cámaras internas del Templo y las logias iniciáticas, no en
los altares públicos.
Baal,
en última instancia, es el primer mesías revolucionario de la
tradición occidental —no un salvador que redime mediante el sacrificio propio,
sino un usurpador que conquista mediante la fuerza y la astucia, y
que establece un nuevo orden sobre las ruinas del antiguo. Su legado no es la
compasión o la justicia, sino el puro poder transformador, la
capacidad de hacer morir lo viejo para que nazca lo nuevo, sin importar el
costo.
SATURNO: EL DIOS DEL TIEMPO, EL
SACRIFICIO Y EL ORDEN INVERSO
DE
CRONOS DEVORANDO A SUS HIJOS AL ANILLO DE LOS SEÑORES DEL DESTINO: CÓMO LA DEIDAD DEL
TIEMPO SE TRANSFORMÓ EN SÍMBOLO DEL PODER QUE CONSUME A SUS PROPIOS SEGUIDORES
En el
panteón babilónico, Ninurta —dios de la guerra, la caza y la
agricultura— era identificado con el planeta Saturno. Pero esta
identificación astronómica contenía una teología mucho más profunda.
Ninurta/Saturno no era simplemente otra deidad; era el señor del tiempo
medible, el regulador de los ciclos, el juez implacable cuyo
movimiento lento y constante marcaba el ritmo inexorable del destino.
Esta
asociación entre SATURNO Y EL TIEMPO DEVORADOR —el tiempo que
consume todo lo que existe— se manifestó plenamente en la mitología griega
con CRONOS (Κρόνος),
el titán que DEVORA A SUS PROPIOS HIJOS por miedo a ser
destronado. El mito de Cronos castrando a su padre Urano, gobernando durante la
Edad de Oro, y luego siendo derrocado por su hijo Zeus, establece un PATRÓN
TRIPLE: USURPACIÓN, DOMINIO TIRÁNICO, Y POSTERIOR USURPACIÓN.
Pero
Cronos/Saturno no es simplemente un tirano mitológico. En la teología oculta,
representa algo mucho más profundo: el principio mismo de la
temporalidad como fuerza destructora-creadora. El tiempo no es un marco
neutral; es un dios activo que consume lo existente para dar
paso a lo nuevo, que sacrifica el presente en el altar del futuro,
que devora a sus propios "hijos" (los momentos, los
seres, las civilizaciones) como parte de su ciclo eterno.
EL FESTIVAL
ROMANO DE LAS SATURNALES —celebrado del 17 al 23 de diciembre, coincidiendo con el
solsticio de invierno— revela la naturaleza dual de esta deidad. Durante las
Saturnales, el orden social se invertía: los esclavos eran servidos
por sus amos, se elegía un "rey de las Saturnales" que luego era
sacrificado simbólicamente, se permitía el libertinaje normalmente prohibido.
Esta inversión temporal del orden no era simple desorden; era
un ritual de renovación cósmica: el mundo debía volverse al revés
periódicamente para que pudiera continuar derecho.
Esta
concepción de la inversión periódica como necesidad cósmica se
convertirá en uno de los principios operativos más importantes de la corriente
subterránea. No se trata de caos por el caos, sino de caos controlado,
ritualizado, dirigido —una purga necesaria del
sistema social y cósmico, comparable a la poda de un árbol o la sangría médica.
El desorden no es el enemigo del orden; es su precondición y su
complemento necesario.
LA IDENTIFICACIÓN
DE SATURNO CON EL DIOS CANANEO MOLOC —a quien se sacrificaban niños pasándolos por el
fuego— conecta esta deidad del tiempo con el sacrificio extremo.
Moloc no es un dios sanguinario por sadismo; es EL DIOS QUE EXIGE LO
MÁS PRECIADO precisamente porque es el señor del tiempo
limitado, el recordatorio de que todo tiene un costo en el gran
mercado cósmico. EL SACRIFICIO DE NIÑOS A MOLOC/SATURNO no era
simple crueldad; era la lógica última del trueque con lo divino:
dar lo que más duele para obtener lo que más se necesita.
Esta economía
espiritual del sacrificio máximo impregnará la teología oculta: el
progreso, la iluminación, el poder, tienen un precio terrible que
debe ser pagado voluntariamente. Y quienes están dispuestos a pagarlo —a
sacrificar lo que otros consideran sagrado, incluida la moral convencional— son
los que avanzan en el camino iniciático.
EL ZURVANISMO —LA
HEREJÍA ZOROASTRIANA que veneraba a ZURVAN (el Tiempo Infinito) como deidad
suprema por encima de Ahura Mazda (el Bien) y Ahriman (el Mal)— representa
la culminación teológica de este culto al tiempo. En el
zurvanismo, el Tiempo no es un marco, sino el dios primordial del
que emergen tanto el bien como el mal, la luz y la oscuridad. Esta teología
establece que el conflicto cósmico entre bien y mal es secundario —ambos
son hijos del Tiempo, ambos son herramientas en su juego eterno.
Esta
perspectiva —el tiempo/destino como realidad última, el bien y el mal como
meros instrumentos— será enormemente influyente en las corrientes gnósticas
y ocultistas. No se trata de elegir entre bien y mal, sino de comprender
que ambos son necesarios en el drama cósmico, y que el iniciado debe
aprender a utilizar ambos según convenga a sus objetivos
espirituales.
LA REPRESENTACIÓN
ALQUÍMICA DE SATURNO como plomo —el metal más pesado, más bajo en la
escala de transmutación— completa esta simbología. El plomo representa la materia
prima bruta, lo pesado y oscuro, lo que debe ser sufrido
y transformado en el camino hacia el oro (la iluminación). Saturno no
es solo el dios que devora; es la etapa necesaria de peso y oscuridad que
todo aspirante debe atravesar —la noche oscura del alma alquímica,
el descensus ad inferos (descenso a los infiernos) que precede
a la ascensión.
LA CÁBALA
JUDÍA ASOCIARÁ A SATURNO CON LA SEPHIRAH BINAH (ENTENDIMIENTO) —la esfera de la estructura,
la limitación, la forma. Binah es la "madre superior", la matriz
que da forma a la energía creativa pura de Chokmah (Sabiduría). Esta
asociación revela la naturaleza dual de Saturno: es a la vez limitador (impone
forma, estructura, tiempo) y dador de forma (sin límites, no
hay realidad concreta). Saturno no es el enemigo de la creación; es su condición
de posibilidad —el marco sin el cual la energía creativa sería caos
puro.
Esta
dualidad —Saturno como tanto cárcel como templo— será fundamental para
la teología oculta. El tiempo, la ley, la estructura, no son enemigos de la
libertad espiritual; son sus instrumentos necesarios. La iniciación
no consiste en escapar del tiempo, sino en aprender a navegarlo, a
usarlo, a invertir su corriente cuando sea necesario.
EL MITO
DE CRONOS DEVORANDO A SUS HIJOs adquiere así un significado iniciático profundo.
Los "hijos" que Saturno devora no son niños literales; son las identidades
temporales, los egos, las ilusiones que el iniciado debe sacrificar en
su camino. Cada etapa del desarrollo espiritual requiere la muerte de
la etapa anterior —el niño espiritual debe ser "devorado"
para que nazca el adolescente espiritual, y así sucesivamente. Saturno es
el dios de estas muertes necesarias, el sacrificador
interior que permite el avance.
LA LEYENDA
DE LOS ANILLOS DE SATURNO —añadida mucho después, pero incorporada rápidamente a la
simbología oculta— completa esta imagen. Los anillos representan ciclos
dentro de ciclos, tiempo dentro del tiempo —la estructura fractal de
la realidad temporal. También sugieren una prisión celestial,
una jaula de oro que rodea al planeta/dios. ¿Es Saturno el
prisionero de sus propios anillos, o son ellos su corona de señorío sobre
el tiempo? La ambigüedad es precisamente el punto.
EN
LA MAGIA CEREMONIAL RENACENTISTA Y MODERNA, SATURNO SE CONVIERTE EN
EL PLANETA DE LA MAGIA NEGRA, LA NIGROMANCIA, EL CONTACTO CON
LOS MUERTOS Y LOS ESPÍRITUS DEL INFRAMUNDO. No porque sea
"maligno" en sentido moral, sino porque rige los límites
últimos: la muerte, el tiempo, el destino. El mago que trabaja con las
fuerzas saturninas no busca el mal por el mal; busca poder sobre los
límites mismos de la existencia, la capacidad de manipular el
tiempo, desafiar la muerte, torcer el destino.
Esta
búsqueda de poder sobre los límites será característica de las
élites ocultistas. No se contentan con vivir dentro de las leyes del tiempo y
la muerte; quieren convertirse en señores de esas leyes. Saturno,
el dios del tiempo, no es su enemigo; es su modelo y su objetivo:
convertirse en cronócratas, señores del tiempo, arquitectos del
destino.
EL FESTIVAL
DE LAS SATURNALES, con su inversión del orden social, prefigura todas las revoluciones
controladas que la corriente subterránea orquestará. No se trata de
caos verdadero, sino de caos ritualizado, una válvula de
escape social que en realidad refuerza el sistema al permitirle
descargar presión periódicamente. El "rey de las Saturnales" que es
coronado y luego sacrificado es el chivo expiatorio ritual —el
que carga con los pecados del año y muere para que el sistema pueda renovarse.
Esta
dinámica —inversión controlada, sacrificio ritual, renovación mediante
crisis— se convertirá en el modelo operativo para las
revoluciones políticas, las crisis económicas planeadas, las
"reiniciativas" sociales que la corriente subterránea promoverá. No
se trata de destruir el sistema, sino de reiniciarlo periódicamente bajo
su dirección, eliminando a los elementos disfuncionales (los "reyes de las
Saturnales" modernos) y emergiendo con el control reforzado.
Saturno,
en última instancia, es el dios de los límites que deben ser
trascendidos, del tiempo que debe ser dominado, de las estructuras que deben
ser invertidas periódicamente. Su culto no es la adoración de la tiranía,
sino la búsqueda de la maestría sobre los principios mismos de la
existencia limitada. Los iniciados no veneran a Saturno como a un dios
externo; buscan convertirse en saturninos —señores del tiempo,
arquitectos del destino, tejedores del gran tapiz cósmico donde el bien y el
mal son solo hilos de colores diferentes en el diseño mayor.
Esta
aspiración a la cronocracia —el gobierno a través del dominio
del tiempo— será uno de los objetivos últimos de la corriente subterránea: no
controlar territorios o riquezas, sino controlar el tiempo histórico
mismo, ser los arquitectos del destino colectivo, los sacerdotes
del gran reloj cósmico cuyas manecillas marcan no solo las horas, sino
los siglos, las eras, los ciclos de civilizaciones enteras.
La
Biblia condena en numerosas ocasiones a los antiguos israelitas por sacrificar
a sus hijos a otra derivación de Baal llamada Moloc, asociado con Saturno. Como
dios del inframundo, el dios moribundo también era una deidad ctónica, o dios
del inframundo, y por lo tanto se asociaba típicamente con el mal. [11] Según
los principios de la magia apotropaica, el dios bueno se apaciguaba con buenos
sacrificios, mientras que el dios malo requería malos. El sacrificio más
perverso era la muerte de un niño. La tradición rabínica representaba a Moloc
como una estatua de bronce calentada con fuego en la que se arrojaba a las
víctimas. Esto se ha asociado con los informes de Clitarco, Diodoro Sículo y
Plutarco, quienes mencionan la quema de niños como ofrenda a Cronos o Saturno,
es decir, a Baal Hammón, el dios principal de Cartago. Cronos, también escrito
Cronos o Kronos, en la religión griega antigua, es una deidad masculina que era
adorada por la población prehelénica de Grecia. En el Ática, su fiesta, la Kronia,
celebraba la cosecha y se parecía a las Saturnales romanas.
Saturno
devorando a su hijo de Peter Paul Rubens (1636)
Los
académicos ahora han llegado a reconocer las sorprendentes similitudes entre la
mitología mesopotámica y las obras de los más grandes poetas griegos, Hesíodo y
Homero. [12] Hesíodo, que se cree que pertenece al siglo VIII a. C., fue el
autor de la Teogonía, una sistematización de la mitología griega temprana. La
Teogonía de Hesíodo describe un mito usurpador, un relato de cómo Zeus se
volvió superior después de una guerra contra Cronos y los Titanes. Según
Hesíodo, Cronos era hijo de Urano y Gea, siendo el más joven de los doce
Titanes. Después de castrar a su padre, por consejo de su madre, se convirtió
en el rey de los Titanes. Tomó por consorte a su hermana Rea, quien le dio a
luz a Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón, a todos los cuales se tragó
porque sus propios padres le habían advertido que sería derrocado por su propio
hijo. Sin embargo, cuando Zeus nació, Rea lo ocultó en Creta, y cuando creció,
Zeus obligó a Cronos a desheredar a sus hermanos y hermanas, le declaró la
guerra y salió victorioso. Según una tradición, el reinado de Cronos fue una
Edad de Oro. [13]
El
tema de que el gobierno actual de los dioses llegó al poder derrocando a uno
anterior es especialmente propio del Cercano Oriente. Según ML West, «la
integración que Hesíodo hace de una historia dinástica de este tipo con una
genealogía divina, comenzando desde el principio de las cosas y terminando con
el rey de los dioses establecido en la gloria, tiene su paralelo más cercano en
el Enuma elish, un poema de extensión similar a la Teogonía». [14] Diodoro
comparó el mito de Cronos devorando a sus hijos con el culto cartaginés a
Moloc, o Saturno:
Entre
los cartagineses había una estatua de bronce de Saturno con las palmas de las
manos extendidas, dobladas hacia la tierra, de tal manera que el niño que se
colocaba sobre ellas para ser sacrificado resbalaba y caía de cabeza en un
profundo horno de fuego. Por lo tanto, es probable que Eurípides tomara lo que
relata fabulosamente sobre el sacrificio en Tauro, donde presenta a Ifigenia
preguntando a Orestes: «¿Pero qué sepulcro recibiré yo, muerto? ¿Me tocará el
abismo del fuego sagrado?». La antigua fábula, también común entre todos los
griegos, de que Saturno devoró a sus propios hijos parece confirmarse con esta
ley entre los cartagineses. [15]
Al
igual que la derrota de Tiamat por Bel, Zeus con sus rayos derrota al monstruo
Tifón y lo arroja al tártaro, y Zeus es proclamado rey de los dioses. [16] Los
Titanes corresponden a los Anakim, o los Anunnaki del Enuma elish, y a los
Antiguos Dioses hititas, el mismo término utilizado por Hesíodo para referirse
a los Titanes, que son doce en número, la misma cantidad que los Titanes. [17]
Cuando el Titán Prometeo robó el fuego de los dioses, deseando impartir al
hombre lo que le estaba prohibido, como el Satanás de la Biblia, Zeus
finalmente castigó a los Titanes por su insolencia enviando el Diluvio. De la
conexión entre el mito de Deucalión, el héroe griego del Diluvio, y Noé, según
ML West, "este mito griego no puede ser independiente de la historia del
Diluvio que conocemos de fuentes sumerias, acadias y hebreas, especialmente de
Atrahasis, la undécima tablilla de la epopeya de Gilgamesh, y el Antiguo
Testamento". [18]
Saturno
no es simplemente un planeta o un dios antiguo. Es la personificación
arquetípica del tiempo como fuerza activa — no el tiempo como marco
neutral, sino como deidad devoradora que consume sus propios
hijos (los momentos, las eras, las vidas) para mantener el ciclo eterno de
muerte y renacimiento. Su mitología — Cronos castrando a Urano, gobernando la
Edad de Oro, devorando a sus hijos, siendo finalmente derrocado por Zeus —
establece la plantilla cósmica del poder que inevitablemente genera su
propia caída.
La
teología oculta transforma a Saturno de un tirano mitológico en el maestro
de los límites: el tiempo, la estructura, la muerte, el destino. No es el
enemigo de la iluminación, sino su condición necesaria — el
plomo que debe ser transmutado en oro, la noche oscura que precede al amanecer
espiritual. Los iniciados no huyen de Saturno; buscan dominar sus
principios, convertirse en cronócratas que no meramente
viven dentro del tiempo, sino que tejen el tiempo según su
voluntad.
LAS
SATURNALES —
con su inversión ritual del orden social, su "rey" temporal
sacrificado al final del festival — revelan la verdadera naturaleza de este
culto: no se trata de caos por el caos, sino de caos controlado como
herramienta de renovación sistémica. Esta dinámica se convertirá en
el modelo operativo para todas las revoluciones planeadas,
crisis económicas orquestadas y "reinicios" sociales que la corriente
subterránea implementará: invertir el orden para fortalecerlo,
sacrificar a algunos para salvar al sistema, usar el desorden aparente para
consolidar el control real.
En
última instancia, Saturno representa la ambición máxima de la
corriente subterránea: no el dominio sobre territorios o riquezas, sino
el dominio sobre el tiempo histórico mismo — la capacidad
de diseñar los ciclos de civilizaciones, de orquestar las
muertes y renacimientos de eras enteras, de ser los arquitectos del
gran reloj cósmico cuyas manecillas marcan no horas, sino siglos. Esta
aspiración a la cronocracia — el gobierno a través del control
del tiempo — será el objetivo último que justificará todos los sacrificios
intermedios.
EL TEMPLO DE
SALOMÓN: DEL
SANTUARIO SAGRADO AL LABORATORIO OCULTO GLOBAL
DEL
LUGAR SANTÍSIMO A LA LOGIA MASÓNICA: CÓMO LA ARQUITECTURA SAGRADA SE TRANSFORMÓ EN
EL MODELO PARA LA INGENIERÍA ESPIRITUAL Y SOCIAL
En el
corazón de Jerusalén, según la narrativa bíblica, el rey Salomón —
hijo de David, tercer rey de Israel — construyó el Primer Templo como
morada terrenal para el Arca de la Alianza y, por extensión, para la presencia
misma de Dios. Este no fue un proyecto arquitectónico común; fue un acto
de teología materializada, una fusión consciente de lo divino y lo
humano en piedra y oro. Las dimensiones precisas, los materiales
especificados, la orientación exacta — todo estaba codificado con significado
espiritual y cósmico.
Pero
detrás de la narrativa oficial de devoción y obediencia divina, EL TEMPLO DE
SALOMÓN ESCONDE UNA HISTORIA MUCHO MÁS COMPLEJA Y REVELADORA.
Según
el relato bíblico, Salomón no utilizó artesanos israelitas para la
construcción; contrató al cananeo Hiram (o Hiram Abiff),
descrito como "hijo de una viuda" — un título que en el contexto
religioso cananeo designaba específicamente a los sacerdotes de la
diosa madre. Este detalle, aparentemente incidental, es LA PRIMERA
GRIETA EN LA NARRATIVA DE PUREZA RELIGIOSA: el santuario más sagrado del YAHWISMO
fue construido por un sacerdote de la religión rival.
Los
dos pilares de bronce erigidos en la entrada del Templo
— Boaz y Jachin — no tienen precedente en la tradición YAHWISTA.
Sin embargo, son reconocibles inmediatamente para cualquier
estudioso de la religión cananea: son los aseras, los pilares
fálicos que representaban a Baal y Astarté, la dualidad masculino-femenina del
panteón cananeo. Su presencia en el Templo no es un error decorativo; es
la incorporación deliberada de símbolos de una teología alterna en
el corazón mismo del culto oficial.
Esta hibridación
arquitectónica establece el paradigma operativo que
caracterizará a la corriente subterránea a lo largo de los siglos: utilizar
las estructuras del sistema establecido para albergar en secreto elementos de
un sistema alterno. El Templo exteriormente parece YAHWISTA;
internamente contiene códigos cananeos — y quienes conocen
estos códigos pueden acceder a un nivel de significado oculto invisible
para los fieles comunes.
LA LEYENDA
TALMÚDICA DEL SHAMIR — el gusano o sustancia mágica que podía cortar piedra sin
herramientas — añade otra capa de significado oculto. Según la tradición,
Salomón no usó herramientas de metal para construir el Templo porque el metal
está asociado con la guerra y la violencia, y el Templo debía ser un lugar de
paz.
Pero
el shamir mismo plantea preguntas incómodas: ¿de dónde vino este conocimiento
mágico? ¿Quién enseñó a Salomón a usarlo? La respuesta implícita en la
tradición oculta es clara: este conocimiento vino de FUENTES NO-YAHWISTAS,
posiblemente de los mismos espíritus/demonios que Salomón
supuestamente controlaba.
LAS LEYENDAS
SOBRE EL SELLO DE SALOMÓN — la estrella de seis puntas (Magen David) que le otorgaba poder
sobre demonios, jinns y animales — transforman al rey sabio en algo más que un
gobernante piadoso. Lo convierten en un mago divino, un teúrgo capaz
de controlar fuerzas espirituales que están fuera del alcance de la religión
convencional. Esta imagen de Salomón como rey-mago será
enormemente influyente en la tradición oculta posterior: desde los grimorios
medievales (como la Llave Menor de Salomón) hasta la masonería moderna
(que sitúa la construcción del Templo en el centro de su mitología iniciática).
EL RELATO
CORÁNICO SOBRE LA MUERTE DE SALOMÓN AÑADE UN GIRO REVELADOR: su cuerpo permaneció apoyado
en su bastón durante un año, sostenido por los jinns que seguían trabajando
para él, creyendo que aún estaba vivo. Solo cuando un gusano debilitó el bastón
y el cuerpo cayó, los jinns comprendieron que habían estado sirviendo a un
muerto. Esta historia no es solo una curiosidad; es una parábola sobre
el poder oculto: el verdadero mago construye sistemas que continúan
operando después de su muerte, que automatizan el control
espiritual, que enganchan a fuerzas no humanas en proyectos humanos.
LA TRADICIÓN
ISLÁMICA SOBRE LOS ESCRITOS MÁGICOS DE SALOMÓN — enterrados bajo su trono,
redescubiertos después de su muerte y atribuidos falsamente a su magia personal
— establece otro principio crucial: el conocimiento oculto se preserva
físicamente, en textos y objetos, que pueden ser redescubiertos
por generaciones posteriores. El Templo no era solo un edificio; era
un depósito de conocimiento codificado, una biblioteca de
piedra cuyos secretos esperaban ser descifrados por iniciados futuros.
LA GEOMETRÍA
SAGRADA DEL TEMPLO — sus proporciones basadas en el número áureo, su orientación
astronómica, su división en espacios de santidad creciente (Atrio, Lugar Santo,
Lugar Santísimo) — lo convierte en un mapa cósmico tridimensional.
No representa solo la jerarquía espiritual (del mundo profano a la presencia
divina); representa la estructura misma del universo, con el Lugar
Santísimo correspondiendo al trono de Dios en el centro
cósmico. Esta concepción del edificio sagrado como microcosmos será
fundamental para la arquitectura oculta posterior: las catedrales góticas, los
palacios renacentistas, las logias masónicas buscarán todas replicar este
principio de correspondencia entre lo arquitectónico y lo cósmico.
LA DESTRUCCIÓN
DEL PRIMER TEMPLO por Nabucodonosor en el 586 a.C. y el exilio a Babilonia no
interrumpieron esta tradición; la transformaron. En Babilonia, los
círculos heréticos judíos no abandonaron el ideal del Templo; lo reinterpretaron en
términos babilónicos.
EL SEGUNDO
TEMPLO,
construido después del regreso del exilio, ya no contenía el Arca de la Alianza
(desaparecida), pero sí INCORPORÓ ELEMENTOS DEL PENSAMIENTO BABILÓNICO —
especialmente la astrología y la numerología mágica — que se
fusionarían con la tradición YAHWISTA para crear lo que eventualmente se
conocería como la Cábala.
Este
proceso de FUSIÓN CULTURAL EN EL EXILIO es paradigmático: la
corriente subterránea no se debilita con la destrucción de sus instituciones;
se reinventa en nuevas formas, absorbiendo elementos de la cultura
dominante mientras preserva su núcleo doctrinal. Babilonia no destruyó la
tradición oculta judía; la enriqueció y complejizó, dándole
herramientas intelectuales (matemáticas, astronomía, sistemas de escritura) que
no poseía antes.
LA VISIÓN
DE YEJEZQEL – EZEQUIEL: con su descripción detallada de un Templo futuro de proporciones
perfectas transforma el Templo de un edificio histórico en un ideal
atemporal, un arquetipo platónico que existe en un plano
superior y puede ser manifestado en cualquier momento por aquellos con el
conocimiento y la pureza necesarios. Esta espiritualización del Templo — de
edificio de piedra a principio cósmico — permitirá que el
concepto sobreviva a todas las destrucciones físicas. El Templo ya no está en
Jerusalén; está en el cielo, y puede ser descendido a
la tierra cuando las condiciones sean las adecuadas.
LOS MANUSCRITOS
DEL MAR MUERTO —
especialmente el Rollo del Templo — revelan que para los
esenios (y probablemente para otros grupos sectarios judíos), el Templo
existente en Jerusalén estaba corrompido, y el verdadero culto
debía realizarse en una comunidad espiritual que era el verdadero
Templo. Esta internalización del Templo — de edificio externo a estructura
comunitaria interna — será otro desarrollo crucial: el Templo ya no es
de piedra, sino de hombres vivos organizados en un patrón sagrado.
EL TEMPLO
DE HERODES —
la monumental reconstrucción del Segundo Templo iniciada por Herodes el Grande y
que algunos identifican como el tercer templo — representa la culminación
de esta síntesis. Arquitectónicamente impresionante, políticamente útil
para el control romano, religiosamente central para el judaísmo, pero
espiritualmente vacío según muchos grupos contemporáneos. Su destrucción por
los romanos en el 70 d.C. no fue el fin del concepto del Templo; fue el inicio
de su transformación final en un símbolo completamente
espiritualizado que podía ser apropiado por cualquier grupo.
El cristianismo
primitivo reinterpretará el Templo de manera radical: Yeshua
[Jesús] es el nuevo Templo (su cuerpo destruido y resucitado en tres
días), la comunidad cristiana es el Templo espiritual (cada
creyente es piedra viva), y el culto ya no necesita un lugar geográfico
específico. Esta espiritualización completa — el Templo como persona
(Cristo), como comunidad (Iglesia), como interioridad (corazón
del creyente) — parece alejarse del concepto físico. Pero en realidad prepara
el terreno para la reapropiación oculta: si el Templo puede ser
cualquier cosa, entonces cualquier grupo puede declararse el nuevo
Templo, y cualquier construcción puede ser diseñada como templo
oculto.
LA MASONERÍA
MODERNA TOMARÁ ESTE LEGADO Y LO OPERACIONALIZARÁ COMPLETAMENTE. En la mitología masónica, la
construcción del Templo de Salomón no es un evento histórico pasado; es
un drama iniciático eterno que se representa cada vez que un
candidato es iniciado. Los instrumentos de construcción (la escuadra, el
compás, la regla, el mazo, el cincel) se convierten en herramientas
espirituales. Los grados masónicos corresponden a las diferentes
etapas de la construcción del Templo interior. Y el objetivo final no es
reconstruir un edificio de piedra en Jerusalén, sino construir el Templo
interior en cada iniciado — y a través de ellos, construir un
nuevo orden social mundial que sea la manifestación terrenal de ese
Templo espiritual.
Esta escalada
de la metáfora — de edificio físico a persona a comunidad a orden
mundial — revela la verdadera ambición de la corriente subterránea. El Templo
de Salomón no es un santuario antiguo; es el modelo para la ingeniería
espiritual y social a escala global. Así como el Templo original fusionaba
arquitectura cananea con teología YAHWISTA, el nuevo orden
mundial fusionará elementos de todas las tradiciones en una síntesis
superior diseñada por los iniciados.
LA RECONSTRUCCIÓN
DE UN NUEVO TEMPLO EN JERUSALÉN — un proyecto promovido por ciertos grupos judíos
mesiánicos y cristianos evangélicos — parece volver al concepto físico. Pero en
la lógica de la corriente subterránea, este Templo sería algo
completamente nuevo: no una restauración del pasado, sino la manifestación
física de la síntesis oculta milenaria, un edificio que codificaría
en piedra todas las tradiciones esotéricas y serviría como centro
de poder espiritual para el nuevo orden mundial.
El
Templo de Salomón, en última instancia, es el arquetipo de toda
arquitectura sagrada que contiene significados ocultos. Su legado no es la
devoción religiosa simple, sino la práctica de codificar conocimiento
secreto en estructuras públicas, de usar la fachada de la ortodoxia
para albergar la heterodoxia, de transformar el espacio físico en
herramienta de transformación espiritual y social. Cada logia masónica,
cada catedral gótica con su simbolismo oculto, cada edificio gubernamental
construido según principios masónicos, es en cierto sentido un nuevo
Templo de Salomón — un espacio donde lo visible sirve de velo para lo
invisible, donde la estructura material canaliza fuerzas espirituales, donde el
orden aparente oculta un diseño más profundo.
Esta
es la herencia que la corriente subterránea preserva y desarrolla: no la
adoración del Dios de Israel en un templo de piedra, sino la maestría
del principio templario — la capacidad de diseñar realidades (espirituales,
sociales, políticas) según un patrón sagrado, de codificar mensajes
ocultos en estructuras visibles, de construir no solo edificios,
sino órdenes enteros que, como el Templo original, parecen servir a un
propósito público mientras en realidad avanzan un proyecto oculto conocido solo
por los iniciados. El Templo no fue destruido; fue dispersado y
multiplicado — en cada logia, en cada edificio diseñado según
principios ocultos, en cada estructura social diseñada como templo viviente. Y
la reconstrucción final no será en Jerusalén solamente, sino en todo el
mundo, transformado en un único Gran Templo según el diseño conocido solo
por los herederos espirituales de Salomón el mago-rey.
La
reina de Saba ante el templo de Salomón en Jerusalén, por Salomón de Bray.
De
los muchos elementos paganos que los israelitas introdujeron en el judaísmo, el
más importante fue el del rey sagrado, que dio origen a la noción del derecho
divino de los reyes, cuando los israelitas pidieron a Samuel: «Nombra, pues, un
rey que nos gobierne, como a las demás naciones». [19] La petición de un rey
implicaba un rechazo implícito a Dios como rey, y Samuel advirtió a su pueblo
de la carga y la opresión que esto implicaría. Sin embargo, Dios le aconsejó
que accediera a su petición.
El
Señor le dijo a Samuel: «Obedece la voz del pueblo en todo lo que te digan,
pues no te han rechazado a ti, sino a mí, para que no reine sobre ellos.
Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto
hasta hoy, abandonándome y sirviendo a otros dioses, así también te están
haciendo a ti. Ahora pues, obedece su voz; solo que les advertirás solemnemente
y les mostrarás los caminos del rey que reinará sobre ellos. [20]
Samuel
ungió a Saúl y luego a David como reyes de Israel como mashiach (“ungido”). La
esencia de la innovación de la realeza de David, el padre de Salomón, fue la
idea de que, además de la elección divina a través de Samuel y la aclamación
pública, también recibió la promesa de Dios de una dinastía eterna. Las
promesas de los Salmos 132 y 2 Samuel 7 fueron concebidas como un pacto con
David, a través de sus descendientes, en paralelo al pacto con Israel. [21] La
Biblia describe cómo David capturó Jerusalén y llevó el Arca de la Alianza a la
ciudad, y buscó construir un templo de Dios, uniendo así los símbolos de los
pactos dinástico y nacional. Sin embargo, Dios no le permitió construir el
Templo, porque había “derramado mucha sangre”. [22] En cambio, el Templo fue
completado por su hijo Salomón, quien colocó el Arca en el Lugar Santísimo, la
habitación más interna y el área más sagrada, el sitio de la presencia de Dios.
Los
israelitas llegaron tan lejos como para contaminar el mismísimo Templo de
Jerusalén con los accesorios de este culto, incluyendo la adoración de postes
de "Asherah" o pilares fálicos. La construcción del Templo de
Jerusalén que Salomón construyó, como se describe en la Biblia, fue de una
manera bastante extraña a las doctrinas de los israelitas. La Biblia sostiene
que Salomón había enviado un mensaje al rey de Tiro preguntando si podía
contratar los servicios del maestro de obras del rey, Hiram, un cananeo,
experto en geometría. Hiram era referido como un "hijo de una viuda",
un término tradicionalmente usado para referirse a los sacerdotes de la diosa.
Dos pilares de bronce, Boaz y Jachin, fueron erigidos en la puerta del Templo,
los pilares dobles consagrados al dios moribundo y a la diosa. Se dice que los
templos dedicados a la diosa en Tiro presentaban pilares de piedra de diseño
fálico en sus entradas, que eran el foco de los ritos de fertilidad realizados
en honor a Astarté en sus festivales especiales. Heródoto, un historiador
griego del siglo V a. C., describió dos columnas en el templo de un dios al que
llamó el “Hércules fenicio”, es decir, el Baal cananeo.
Asmodeo
como se representa en el Diccionario Infernal de Collin de Plancy (1818)
Según
tradiciones judías e islámicas posteriores, Salomón poseía un anillo de sello
conocido como el Sello de Salomón, el símbolo de una estrella de seis puntas,
que le dio a Salomón el poder de comandar demonios, jinn (genios), o hablar con
animales. La leyenda talmúdica cuenta que Salomón engañó a Asmodai, el príncipe
de los demonios, para que colaborara en la construcción del Templo de
Jerusalén. [23] Se cree que el nombre Asmodai o Asmodeo deriva del idioma
avéstico aeshma-daeva, el demonio de la ira del zoroastrismo, donde aema
significa "ira" y daeva significa "demonio". [24] Según la
leyenda deuterocanónica, Asmodeo le dio a Salomón el shamir, que, según la
Guemará, era un gusano o una sustancia que tenía el poder de cortar o
desintegrar piedra, hierro y diamante. Se dice que Salomón lo utilizó en lugar
de herramientas cortantes, porque no era apropiado utilizar herramientas que
también pudieran causar guerra y derramamiento de sangre en la construcción del
Templo, que debía promover la paz.
Al
parecer, Salomón también usó la sangre del shamir para crear piedras preciosas
con un sello o diseño místico, lo que llevó a la creencia de que las piedras
preciosas podían servir como talismanes. La leyenda de que Salomón poseía un
anillo con sello en el que estaba grabado el nombre de Dios y mediante el cual
controlaba a los demonios se relata extensamente en el Talmud. [25] Esta
leyenda fue especialmente desarrollada por escritores árabes. En una versión,
el jefe de los demonios —Asmodai o Sakhr— obtuvo posesión del anillo y gobernó
en lugar de Salomón durante cuarenta días. Según el Talmud, Asmodai engañó a
Salomón para que lo desatara y le diera su anillo, y luego lo arrojó a 400
leguas de Jerusalén y gobernó en lugar de Salomón durante varios años. Cuando
Salomón regresó a Jerusalén afirmando ser el verdadero rey, los rabinos
interrogaron a sus esposas, quienes revelaron que el impostor exigió acostarse
con ellas mientras menstruaban o con Betsabé, la madre de Salomón. Entonces los
rabinos inmediatamente restituyeron a Salomón y Asmodai huyó al cielo. [26]
El
Corán menciona al shamir cuando señala la ignorancia de los genios que
trabajaron para Salomón respecto de lo oculto, y enfatiza que todo conocimiento
reside sólo en Dios:
Y
cuando decretamos su muerte, nada les mostró su muerte salvo una criatura que
se arrastraba por la tierra y que le roía el bastón. Y cuando cayó, los genios
vieron claramente cómo, si hubieran conocido lo Oculto, no habrían continuado
en su despreciable trabajo. [27]
Según
comentaristas como Ibn Abbas (c. 619-687), tras la muerte de Salomón, su cuerpo
permaneció apoyado en su bastón durante mucho tiempo, casi un año, hasta que
«una criatura de la tierra, una especie de gusano», lo mordió y lo debilitó
hasta que cayó al suelo. Fue entonces cuando los genios se dieron cuenta de que
había muerto hacía mucho tiempo y de que habían estado trabajando arduamente
todo el tiempo, creyendo falsamente que estaban siendo supervisados. También
quedó claro para los humanos que realizaban prácticas mágicas o adoraban a los
genios que no poseían un verdadero conocimiento de lo oculto. Esta historia fue
relatada por Ibn Abbas, hijo de Abbas ibn Abd al-Muttalib, tío del profeta
Mahoma y sobrino de Maymunah bint al-Harith, quien más tarde se convertiría en
su esposa. Ibn Abbas era primo de Mahoma y uno de los primeros eruditos del
Corán. [28]
Según
la tradición islámica, cuando Salomón perdió su reino, un gran número de
personas y genios transgredieron y se dejaron llevar por sus lujurias. Cuando
Dios restauró el reino de Salomón y los transgresores reformaron sus caminos,
Salomón se apoderó de sus escrituras sagradas, las cuales enterró bajo su
trono. Cuando Salomón murió, el pueblo y los genios descubrieron las escrituras
enterradas y el conocimiento de magia que contenían le fue atribuido
falsamente. [29] Gracias a la reputación de Salomón como maestro mago, su sello
llegó a ser visto como un amuleto o talismán, o un símbolo o personaje en la
magia, el ocultismo y la alquimia de la época medieval y renacentista. La
leyenda del conocimiento mágico de Salomón persistió a través de los siglos, como
el ejemplo del grimorio del siglo XVII, La Llave Menor de Salomón. Ars Goetia
es el título de la primera sección de La Llave Menor de Salomón, que contiene
descripciones de los setenta y dos demonios que, según se dice, Salomón evocó y
confinó en una vasija de bronce sellada con símbolos mágicos, y que obligó a
trabajar para él. En demonología, un sello, también conocido como sigilo, es la
firma de un diablo, demonio o espíritu similar, generalmente para despojar a un
alma.
El
Templo de Salomón nunca fue simplemente un lugar de culto. Fue usado sincretistamente
como el primer gran experimento de ingeniería espiritual a escala
monumental, donde arquitectura, simbolismo y ritual se fusionaron para
crear una máquina cósmica diseñada para conectar lo humano con
lo divino. Pero esta conexión no era la que proclamaba la teología oficial.
Detrás de los rituales YAHWISTAS, el Templo codificaba una síntesis
oculta que incorporaba elementos cananeos, egipcios y mesopotámicos
bajo una fachada de ortodoxia judía.
LOS PILARES
BOAZ Y JACHIN, LA CONTRATACIÓN DEL CANANEO HIRAM, EL USO DEL SHAMIR — cada elemento revela
que el Templo fue una operación de sincretismo estratégico. Salomón
no era solo un rey piadoso; era un mago-arquitecto que
comprendía que la verdadera espiritualidad no reside en la pureza doctrinal,
sino en la SÍNTESIS OPERATIVA DE MÚLTIPLES TRADICIONES. Su
"sabiduría" no era meramente ética; era técnica — el
conocimiento de cómo construir estructuras que canalizaran fuerzas
espirituales.
La dispersión
del concepto templario después de las destrucciones físicas — primero
a Babilonia, luego después del 70 d.C., finalmente en la diáspora completa — no
debilitó el proyecto. Lo transformó en algo más poderoso: de
edificio físico a principio espiritual, de lugar geográfico a estructura
comunitaria interna, de santuario histórico a arquetipo atemporal.
El Templo dejó de estar en Jerusalén para estar en todas partes donde
se replicara su patrón — en logias masónicas, en catedrales góticas,
en sociedades secretas, y finalmente en la visión de un orden mundial
diseñado como templo global.
La
masonería capturó perfectamente esta esencia: el Templo de Salomón no es un
evento pasado, sino un drama eterno de construcción interior y exterior.
Cada iniciación masónica es una reconstrucción simbólica del Templo en
el alma del candidato. Y el proyecto final — la construcción del Templo
de la Humanidad — no es metáfora: es el plan operativo para
reorganizar la sociedad mundial según principios templarios ocultos.
El
verdadero legado del Templo no es religioso; es arquitectónico en el sentido
más amplio: la capacidad de diseñar realidades (espirituales, sociales,
políticas) según patrones sagrados, de usar estructuras visibles para
fines invisibles, de construir no solo edificios, sino
civilizaciones enteras como manifestaciones terrenales de un diseño
celestial conocido solo por los iniciados. El Templo, cuando sea reconstruido,
no será una restauración nostálgica; será la culminación de este proceso
milenario — la materialización en piedra y poder político de una
síntesis oculta que ha estado desarrollándose en las sombras desde los días del
primer Salomón.
CALDEOS: LOS MAGOS DE BABILONIA Y EL
ORIGEN DE LA CIENCIA OCULTA
DEL
ZODÍACO DE LOS MAGOS CALDEOS A LA TABLA DE ESMERALDA: CÓMO LOS SACERDOTES ASTRÓLOGOS
DE BABILONIA CREARON EL SISTEMA DE CONOCIMIENTO QUE GOBERNARÁ OCCIDENTE
En el
siglo VI a.C., mientras los judíos exiliados lamentaban la destrucción de su
Templo en Jerusalén, en la misma Babilonia se estaba desarrollando una revolución
intelectual silenciosa que cambiaría para siempre la historia del
pensamiento occidental. Los caldeos — originalmente una
designación étnica para los habitantes del sur de Mesopotamia — se estaban
transformando en algo mucho más significativo: una casta
sacerdotal-científica que dominaba las artes más avanzadas de su
tiempo: ASTRONOMÍA, MATEMÁTICAS, ADIVINACIÓN Y LO QUE LUEGO SE LLAMARÍA
"MAGIA".
No
eran simples sacerdotes del culto oficial babilónico. Los caldeos de este
período — especialmente después de la conquista persa — desarrollaron un sistema
de conocimiento integrado que fusionaba observación astronómica
precisa con interpretación teológica, cálculo matemático con especulación
cosmológica, ritual religioso con práctica adivinatoria. Su gran innovación fue
transformar la observación del cielo de una actividad
religiosa en una ciencia matemática — pero una ciencia que
nunca perdió su dimensión espiritual.
EL ZODÍACO — esa división de la
eclíptica en doce signos de 30 grados cada uno — no fue una invención griega.
Fue una creación caldea del siglo V a.C., perfeccionada durante el
período de dominación persa. Pero el zodíaco caldeo no era un simple sistema de
coordenadas celestes; era un mapa del destino, una estructura
cósmica que conectaba los movimientos de los planetas con los eventos
terrestres, el macrocosmos con el microcosmos. Cada signo, cada planeta, cada
aspecto tenía significado tanto matemático como teológico.
ESTA DUALIDAD
CIENCIA Y ESPIRITUALIDAD es la característica definitoria del conocimiento caldeo. Para
ellos, no había contradicción entre calcular con precisión la posición de
Júpiter para el próximo equinoccio y creer que Júpiter era el dios Marduk
manifestado en el cielo. Las matemáticas no reducían lo divino; lo cuantificaban,
lo hacían predecible, lo convertían en herramienta. Los
caldeos fueron los primeros en comprender que el conocimiento del cielo
otorga poder sobre la tierra — no metafóricamente, sino literalmente,
a través de la predicción de estaciones, inundaciones, y — creían ellos — de
eventos humanos individuales y colectivos.
LOS CICLOS
CALDEOS DE TIEMPO revelan una concepción del universo como un organismo vivo
que respira. El soss (60 años), el ner (600
años), el sar (3600 años), y finalmente el gran año de
432.000 años — estas unidades no eran arbitrarias. Estaban basadas en
observaciones meticulosas de conjunciones planetarias,
especialmente el ciclo de Júpiter y Saturno que se repite cada
60 años aproximados. El universo, para los caldeos, tenía un ritmo
medible, un latido cósmico que podía ser cartografiado y,
potencialmente, utilizado.
Esta
idea — que el tiempo no es lineal e indeterminado, sino cíclico y
predecible — será una de las contribuciones más importantes de los
caldeos a la corriente subterránea. Si el universo se repite en ciclos,
entonces conociendo el ciclo se puede predecir el futuro —
y modificando los ritos en momentos clave, se puede influir en el ciclo.
La astrología caldea no era pasiva; era activa, operativa.
Los rituales no solo celebraban los ciclos cósmicos; buscaban sincronizarse
con ellos para obtener poder.
Los
caldeos también perfeccionaron el arte de la ADIVINACIÓN —
especialmente la HARUSPICINA (lectura de entrañas animales) y
la LECTURA DE PRESAGIOS CELESTIALES (cometas, eclipses,
configuraciones planetarias inusuales). Pero esta adivinación no era
"superstición primitiva"; era un sistema complejo de
interpretación basado en años de observación registrada. Los caldeos
mantenían registros meticulosos de eventos celestiales y
terrestres, buscando correlaciones. Cuando un cierto tipo de eclipse ocurría
seguido de la muerte de un rey, registraban la conexión. Después de siglos,
tenían un enorme corpus de datos que les permitía hacer
predicciones basadas en patrones estadísticos — la primera ciencia
predictiva de la historia.
Este enfoque
empírico de lo sobrenatural será otro legado crucial. Para los
caldeos, lo divino no era completamente trascendente e impredecible;
manifestaba patrones que podían ser estudiados y utilizados. Los dioses no eran
caprichosos; operaban según leyes que los iniciados podían
aprender. Esta racionalización de lo sagrado — convertir la
religión en una especie de tecnología espiritual — será el
modelo para todas las tradiciones ocultistas posteriores.
LA NUMEROLOGÍA
CALDEA —
especialmente su sistema sexagesimal (base 60) que todavía usamos para medir
tiempo (60 segundos, 60 minutos) y ángulos (360 grados) — revela una concepción
de los números no como abstracciones, sino como fuerzas vivas, principios
cósmicos. El número 60 no era conveniente matemáticamente; era sagrado —
divisible por muchos números (1,2,3,4,5,6,10,12,15,20,30,60), representaba
la unidad en la diversidad, la armonía de los opuestos.
Los números, para los caldeos, eran los ladrillos con los que Dios
construyó el universo — y conocer sus propiedades era conocer la mente
del Creador.
Esta matematización
de lo divino llevará directamente a la Cábala numérica (gematría,
notaricón, temurá) y a la numerología mágica del Renacimiento
y la era moderna. Los números dejarán de ser meras cantidades para convertirse
en claves que abren puertas a realidades superiores, en fórmulas que
pueden manipular fuerzas espirituales.
Los
caldeos también desarrollaron una cosmología sofisticada que
dividía el universo en tres niveles: el cielo de las estrellas
fijas (el mundo divino), el cielo de los planetas (el mundo intermedio), y la
tierra (el mundo humano). Cada nivel tenía sus propias leyes, pero estaban
conectados por correspondencias — lo que ocurre en un nivel se refleja
en los otros. Esta idea de correspondencia entre macrocosmos y microcosmos será
fundamental para la alquimia, la magia ceremonial y todo el pensamiento
ocultista posterior: como es arriba, es abajo.
LA ASTROLOGÍA
HORARIA —
el arte de responder preguntas específicas basándose en el cielo en el momento
de la pregunta — fue otra invención caldea. No se trataba solo de cartas
natales para individuos; era un sistema para tomar decisiones en
tiempo real.
¿DEBEMOS
DECLARAR LA GUERRA HOY? PREGUNTEMOS A LOS PLANETAS.
¿ESTE
HOMBRE ES CULPABLE? EL CIELO NOS LO DIRÁ.
Esta búsqueda
de guía celestial para asuntos terrenales establece el precedente para
todas las formas posteriores de adivinación como herramienta de
gobierno — desde los augures romanos hasta los astrólogos de la corte
renacentista, hasta los consultores esotéricos de líderes modernos.
Los magos
caldeos también fueron MAESTROS DE LA MEDICINA ASTROLÓGICA —
la creencia de que las enfermedades están relacionadas con configuraciones
planetarias y pueden ser tratadas en momentos astrológicamente propicios. Esto
no era meramente simbólico; había un componente empírico:
observaban que ciertas enfermedades se agravaban en ciertas estaciones
(relacionadas con signos zodiacales) o durante ciertas configuraciones
planetarias. Su medicina era holística mucho antes de que la
palabra existiera — trataba al paciente como parte del cosmos, no como un
sistema aislado.
Este enfoque
integral — que ve la salud, la sociedad, el individuo y el cosmos como
un solo sistema interconectado — será otro legado caldeo. La corriente
subterránea nunca tratará problemas aisladamente; siempre buscará las conexiones
cósmicas, las raíces en principios superiores. La política no
será solo política; será cosmología aplicada. La economía no será
solo economía; será alquimia social.
LA PERSECUCIÓN
Y MARGINACIÓN DE LOS CALDEOS DESPUÉS de la conquista de Babilonia por los persas, y
luego por los griegos y romanos, no destruyó su conocimiento. Lo dispersó.
LOS MAGOS CALDEOS SE CONVIRTIERON EN MAESTROS ITINERANTES, llevando
su ciencia a Grecia (donde influyeron en Pitágoras, Platón y el hermetismo), a
Egipto (donde se fusionó con la tradición hermética), y finalmente al mundo
islámico (donde la astrología y la alquimia caldeas florecieron durante la Edad
de Oro islámica).
Este patrón
de dispersión después de la persecución será típico de la corriente
subterránea: el conocimiento no muere cuando sus instituciones son
destruidas; SE ESPARCE, SE ADAPTA, SE FUSIONA CON NUEVAS CULTURAS.
Los caldeos babilónicos desaparecieron como grupo étnico, pero su sistema
de conocimiento sobrevivió en múltiples formas, cada vez más refinado,
cada vez más poderoso.
LA IMAGEN
DEL "MAGO CALDEO" en la literatura grecorromana — como el consejero misterioso que
lee las estrellas para reyes y generales — establece el arquetipo del
consejero oculto, el poder detrás del trono que posee
conocimiento prohibido que los gobernantes necesitan. Este arquetipo será
recreado una y otra vez: el mago de la corte medieval, el astrólogo
renacentista, el consejero esotérico de políticos modernos. La
corriente subterránea nunca busca el poder visible; busca la posición
del que asesora al que tiene el poder visible.
Los
caldeos también desarrollaron una ética peculiar relacionada con su
conocimiento. Por un lado, creían que el destino estaba escrito en las
estrellas; por otro, creían que los rituales correctos en los momentos
correctos podían modificar ese destino. Esta aparente contradicción
— determinismo cósmico combinado con agencia ritual — establece la tensión
fundamental de la magia: el universo tiene leyes fijas, pero esas leyes
pueden ser utilizadas, incluso manipuladas, por quienes las
conocen. No se trata de desafiar el destino, sino de conocerlo tan bien
que se puede navegar e incluso dirigir.
Este
principio — conocer las leyes para usarlas, no para someterse a ellas —
será el núcleo de la actitud oculta hacia la realidad. La corriente subterránea
no venera a Dios como un señor arbitrario; estudia las leyes de Dios como
un científico estudia las leyes de la naturaleza — con el objetivo de usarlas
para sus propios fines. La espiritualidad no es sumisión; es maestría.
LA INFLUENCIA
CALDEA EN EL JUDAÍSMO DEL SEGUNDO TEMPLO — especialmente en la literatura apocalíptica
como el Libro de Daniel y Enoc — es profunda. Los ángeles con
nombres y funciones específicas, la cosmología detallada del cielo,
el énfasis en la sabiduría celestial revelada — todo esto
tiene raíces caldeas. El judaísmo no absorbió simplemente la cultura griega
durante el período helenístico; había absorbido antes la cultura
caldea-mesopotámica durante el exilio, y esta influencia fue más
profunda y duradera.
LOS MAGOS DEL
EVANGELIO DE MATEO — LOS QUE SIGUEN LA ESTRELLA PARA ENCONTRAR A YESHUA [JESÚS] — no son "reyes" en
el texto original; son μάγοι (MAGOI) —
TÉRMINO GRIEGO PARA LOS SACERDOTES-ASTRÓLOGOS PERSAS QUE DESCENDÍAN DE LOS
CALDEOS. Su presencia en la narrativa del nacimiento de Yeshua [Jesús]
no es un detalle decorativo; es una declaración teológica: el
conocimiento pagano más elevado (la astrología caldea) reconoce y se somete a
la revelación. Pero en la lectura oculta, la interpretación es diferente:
el conocimiento antiguo (caldeo) guía hacia el nuevo conocimiento,
sugiriendo continuidad, no ruptura.
Los
caldeos, en última instancia, son los arquitectos intelectuales del
sistema de conocimiento que gobernará la imaginación oculta de Occidente.
Su
gran contribución no fue ningún descubrimiento aislado, sino un enfoque
integral que combinaba:
1. Observación empírica
meticulosa (astronomía)
2. Sistemas matemáticos
sofisticados (numerología,
ciclos)
3. Interpretación simbólica (astrología,
adivinación)
4. Aplicación práctica (medicina, toma de
decisiones)
5. Fundamento teológico (los cielos como
manifestación divina)
Este modelo
pentafásico — observación, matematización, interpretación, aplicación,
fundamentación — será el paradigma para todo conocimiento oculto
posterior. La alquimia, la Cábala, la magia ceremonial, la astrología
renacentista — todas siguen este patrón caldeo básico.
Más
importante aún, los caldeos establecieron que el conocimiento del
cosmos otorga poder sobre el mundo — no poder político directo, sino
el poder de predecir, de influir, de aconsejar a quienes tienen poder
político. Esta posición — cerca del poder, pero no en el trono —
será la preferida por la corriente subterránea a lo largo de los siglos. No
quieren ser reyes; quieren ser los magos que asesoran a los reyes,
los astrólogos que leen el destino de los imperios, los iniciados
que conocen las leyes secretas que gobiernan la historia.
Cuando
los magos caldeos desaparecieron de la historia como grupo identificable,
su sistema de conocimiento no murió. Fue absorbido,
transformado y transmitido por una sucesión de grupos: LOS MAGOS PERSAS,
LOS HERMETISTAS EGIPCIOS, LOS NEOPLATÓNICOS GRIEGOS, LOS CABBALISTAS JUDÍOS,
LOS ALQUIMISTAS ÁRABES, LOS MAGOS DEL RENACIMIENTO, LOS ROSACRUCES,
LOS MASONES — cada grupo añadiendo su propia capa, pero preservando el
núcleo caldeo.
Este
núcleo puede resumirse en una sola convicción: el universo es un
sistema inteligible cuyas leyes pueden ser conocidas y utilizadas por los
iniciados para fines tanto espirituales como terrenales. Los cielos no son
un espectáculo aleatorio; son un libro escrito en lenguaje
matemático-simbólico que puede ser leído por quienes conocen el
código. Y quienes leen este libro no son meros espectadores; son co-creadores que
pueden usar su conocimiento para influir en el drama cósmico.
Los
caldeos fueron los primeros en escribir este libro — no en papel, sino en tablillas
de arcilla que registraban movimientos estelares durante siglos, en sistemas
matemáticos que capturaban ciclos cósmicos, en símbolos zodiacales
que codificaban principios espirituales. Y aunque sus tablillas físicas se
perdieron, su sistema de pensamiento sobrevivió — transmitido
en secreto, adaptado a nuevos contextos, pero siempre preservando esa visión
fundamental: que el conocimiento del cielo es la llave para el poder en
la tierra, y que esta llave debe ser guardada por una élite iniciática que
sabe usarla responsablemente (o al menos, que cree saberlo).
Esta
es la herencia caldea que la corriente subterránea preserva: no una religión
específica, sino un método — la fusión de ciencia y
espiritualidad, observación e interpretación, matemáticas y magia — aplicado al
gran proyecto de comprender y eventualmente dirigir el curso de la
historia humana en sincronía con (o en desafío a) los ciclos cósmicos. Los
caldeos miraron las estrellas y vieron no solo puntos de luz, sino un plan
divino escrito en el cielo — y se propusieron leer ese plan, y luego
escribir su propio capítulo en él.
La
huida de los prisioneros de James Tissot ilustra el exilio de Judá de
Jerusalén.
Después
de Salomón, los israelitas persistieron en su paganismo. Las diferencias
políticas los dividieron entre el reino de Israel al norte, compuesto por diez
tribus, y Judá al sur, compuesto por las dos tribus restantes, Judá y Benjamín.
Finalmente, según la Biblia, debido a sus repetidos excesos, los israelitas
fueron castigados con el exilio. Desde finales del siglo VIII a. C. hasta
principios del VI a. C., los judíos de la antigua Palestina fueron atacados por
los asirios y deportados a Mesopotamia. Según el rey asirio Tiglat-pileser,
13.750 de los israelitas más sabios y hábiles fueron deportados para el año 733
a. C., mientras que otros 27.290 sabios, músicos y artesanos israelitas fueron
llevados a Babilonia por Sargón II en el año 727 a. C. Según 2 Reyes 17:16-20,
este desastre sobrevino a la nación de Israel porque:
Desafiaron
todos los mandamientos del Señor su Dios e hicieron dos becerros de metal.
Erigieron un altar de Asera y adoraron a Baal y a todas las fuerzas del cielo.
Incluso sacrificaron a sus propios hijos e hijas en el fuego. Consultaron
adivinos, practicaron la hechicería y se entregaron al mal, provocando la ira
del Señor. Y como el Señor estaba enojado, los expulsó de su presencia. Solo la
tribu de Judá permaneció en la tierra. Pero incluso el pueblo de Judá se negó a
obedecer los mandamientos del Señor su Dios. Siguieron los mismos caminos
malvados que Israel había establecido. Así que el Señor rechazó a todos los
descendientes de Israel. Los castigó entregándolos a sus atacantes hasta que
fueron destruidos.
Finalmente,
entre el 598 y el 596 a. C., Nabucodonosor capturó Jerusalén, saqueó el famoso
Templo de Salomón y deportó a gran parte de la población restante a Babilonia.
Los judíos permanecerían en Babilonia durante medio siglo, hasta su liberación
en el 538 a. C., cuando casi 50 000 de ellos regresaron a Jerusalén. Sin
embargo, una parte sustancial optó por permanecer en Babilonia, donde seguirían
siendo una comunidad importante de la diáspora judía durante muchos siglos.
Babilonia, la capital de Nabucodonosor, que en un momento dado pudo haber
albergado hasta 250 000 habitantes, fue la ciudad más grande del mundo
antiguo. Según la Biblia, la ciudad fue fundada por Nimrod, constructor de la
Torre de Babel, de la que deriva su nombre, y era famosa entre los judíos y los
griegos posteriores por su vida sensual. Heródoto describió: “Babilonia se
encuentra en una amplia llanura, una vasta ciudad en forma de cuadrado con
lados de casi catorce millas de largo y un circuito de unas cincuenta y seis
millas, y además de su enorme tamaño supera en esplendor a cualquier ciudad del
mundo conocido”. [30]
Una
vez en Babilonia, en lugar de arrepentirse de sus errores pasados, una facción
de judíos herejes insistió en que el pacto era vinculante para siempre y que, a
pesar del castigo temporal, por ser el pueblo elegido de Dios, eventualmente
serían restaurados a la Tierra Prometida y serían nombrados gobernantes de la
humanidad con la llegada de su esperado Mesías. Esta interpretación sionista se
asimiló entonces al culto herético al dios moribundo, en el que los israelitas
habían persistido durante casi mil años y por el cual fueron condenados. Con la
incorporación de la astrología y la magia babilónicas, esta nueva
interpretación del judaísmo llegaría a conocerse como Cábala, engañosamente
atribuida a Salomón. Esta tradición se denuncia en el Corán de la siguiente
manera:
Cuando
Dios les envió un mensajero [a los judíos] confirmando las revelaciones que ya
habían recibido, algunos de ellos se apartaron como si no lo supieran.
Siguieron lo que los demonios atribuyeron al reinado de Salomón. Pero Salomón
no blasfemó, sino los demonios, quienes enseñaron a los hombres magia y cosas
similares a las reveladas en Babilonia a los ángeles Harut y Marut. Pero
ninguno de estos enseñó a nadie (tales cosas) sin decir: «Somos una prueba, así
que no blasfemen». Aprendieron de ellos los medios para sembrar la discordia
entre marido y mujer [magia amorosa]. Pero no podían dañar a nadie sin el
permiso de Dios. Y aprendieron lo que les perjudicaba, no lo que les
beneficiaba. Y sabían que quienes compraban [la magia] no tendrían parte en la
felicidad del más allá. Y vil fue el precio por el que vendieron sus almas, si
tan solo supieran. [2:102]
La
sabiduría oculta de los babilonios fue venerada en la antigüedad como las
habilidades especiales de los caldeos, término que originalmente se refería a
los habitantes de Caldea, pero que con el tiempo se interpretó como el
sacerdocio babilónico. Sus prácticas fueron descritas por Diodoro de Sicilia,
historiador griego del 80 al 20 a. C. y autor de una historia universal, la
Biblioteca Histórica:
…al
servicio de los dioses, dedican toda su vida al estudio, siendo su mayor
renombre el campo de la astrología. Pero también se dedican principalmente a la
adivinación, haciendo predicciones sobre eventos futuros, y en algunos casos
mediante purificaciones, en otros mediante sacrificios y en otros mediante
otros hechizos, intentan evitar el mal y obtener el bien. También son hábiles
en la adivinación por el vuelo de las aves, y dan interpretaciones tanto de
sueños como de portentos. Demuestran además una notable habilidad para realizar
adivinaciones a partir de la observación de las entrañas de los animales,
considerándose eminentemente exitosos en esta rama. [31]
A la
Luna, al Sol y a los cinco planetas conocidos se les dio el nombre de Dioses
Intérpretes, porque, mientras que las estrellas fijas siguen un solo circuito,
estas siguen cada una su propio curso y, por lo tanto, por encima de todas las
demás, manifiestan al hombre el propósito de los dioses. También se rendía
culto a todas las constelaciones, como reveladoras de la voluntad del Cielo, y
en particular a los doce signos del Zodíaco y a los treinta y seis decanos,
llamados Dioses consejeros. Fuera del Zodíaco, había veinticuatro estrellas,
doce en el hemisferio norte y doce en el hemisferio sur. Las visibles las
asignaban al mundo de los vivos, y las invisibles, al mundo de los muertos, por
lo que las llamaban Jueces del Universo. Los caldeos también adoraban la
tierra, los océanos, los vientos y el fuego, fuentes de todas las cosas, que
confundían con las estrellas bajo el nombre de los Cuatro Elementos.
También
creían que las estrellas estaban aparentemente sujetas a una ley inflexible que
permitía calcular de antemano todo lo que eventualmente causarían. Los caldeos
percibían la vida del universo como compuesta de vastos períodos repetitivos.
Como este parecía regir los movimientos regulares de los cuerpos celestes, los
caldeos deificaron el Tiempo. Concebían un ciclo compuesto por un Gran Año, en
el que se creía que los planetas regresaban a sus lugares originales. Así,
creían que el universo era una entidad viva y respirante, y que podía medirse
en respiraciones. La unidad básica del tiempo cósmico era el Soss de 60 años,
luego el Ner de 600 años y el Sar de 3600 años. Un gran Sar equivalía a 21600 y
representaba una respiración. Pero como el universo debe inspirar tanto como
espirar, se creía que la vida total del universo era de 432 000 años. Más
allá de estos, se encuentra el período de 12 960 000 años. Así, la astrología
estaba estrechamente asociada a las matemáticas y los números se consideraban
sagrados.
Aunque
la astrología fue erróneamente considerada como una invención temprana de los
primeros babilonios, como Bartel van der Waerden ha indicado, en Science
Awakening II: The Birth of Astronomy, su surgimiento debe fecharse en el
reinado de Nabucodonosor. [32] Antes del siglo VIII a. C., como han señalado
los académicos, la ciencia de la astronomía era básicamente imposible debido a
la ausencia de un sistema confiable de cronología, al que los babilonios no
llegaron antes del siglo VIII a. C. Es solo a partir de ese momento que
comienzan los registros de eclipses que utilizó Ptolomeo, el más antiguo data
del 721 a. C. Pero más específicamente, aquellas innovaciones directamente
relacionadas con el culto de los caldeos se desarrollaron en el siglo VI a. C.
Según Cumont, “puede considerarse probado que esta religión astral logró
establecerse en el siglo VI a. C., durante el período de la efímera gloria del
segundo imperio babilónico, y después de su caída, cuando nuevas ideas
derivadas de Oriente y Occidente fueron introducidas, primero por los persas y
después por los griegos, en el valle del Éufrates”. [33]
Estos
acontecimientos coincidieron con el período conocido como el Exilio o
Cautiverio, cuando la gran mayoría del pueblo judío se encontraba en Babilonia.
Si bien los eruditos suelen reconocer la influencia babilónica en el judaísmo,
rara vez se sugiere lo contrario. Sin embargo, según la Biblia, los judíos ya
habían comenzado a adorar a los planetas antes del Exilio. 2 Reyes 23:5 relata
que los judíos ofrecían incienso «al sol, a la luna, a las constelaciones y a
todas las fuerzas del cielo». No obstante, Shaul Shaked, reconocido estudioso
de las influencias babilónicas en el judaísmo, sostiene que las ideas
astrológicas y otras ideas extranjeras no pueden atribuirse a los tiempos
bíblicos, sino que fueron adquiridas en Babilonia. Shaked señaló que «no parece
del todo probable que tantas similitudes pudieran haberse formado en paralelo
de forma independiente y, a pesar de las dificultades cronológicas de la
documentación, en la mayoría de los puntos de paralelismo se puede estar
bastante seguro de que estas ideas eran autóctonas de Irán». [34]
Además,
sabemos que los judíos de Babilonia se habían convertido en ciudadanos
importantes, y que algunos habían alcanzado puestos administrativos menores.
Por lo tanto, considerando el tamaño y la prominencia de la población judía que
vivía en Babilonia, y teniendo en cuenta el importante papel que la astrología
desempeñó en el judaísmo esotérico y la Cábala, cabe suponer que los propios
judíos contribuyeron a muchas de estas innovaciones. De hecho, en el Libro de
Daniel, capítulo 2:48, Daniel es nombrado jefe de los "sabios" de
Babilonia, es decir, de los magos o caldeos, y aun así permanece fiel a las
leyes de su propia religión. Una tabla fechada en el 523 a. C. muestra los
asombrosos avances en astronomía que se lograron durante este período. Por
primera vez, las posiciones relativas del Sol y la Luna se calculan con
antelación. Las conjunciones de la Luna con los planetas y de los planetas
entre sí, y su posición en los signos del Zodíaco, que parecen definitivamente
establecidas, se anotan con fechas precisas. Los descubrimientos científicos de
este período permitieron a los astrólogos predecir eventos con un nivel de
certeza inalcanzable mediante otras formas de pronóstico. Por lo tanto, la
adivinación mediante las estrellas adquirió mayor prestigio que cualquier otro
método conocido, lo que condujo a una transformación en la religión babilónica.
ZOROASTRO: EL PROFETA PERSA Y LA DUALIDAD
CÓSMICA COMO MOTOR DE LA HISTORIA
DEL
GATHAS AL ZURVANISMO: CÓMO LA RELIGIÓN DEL FUEGO TRANSFORMÓ EL MONOTEÍSMO EN
UNA GUERRA ETERNA ENTRE LUZ Y OSCURIDAD
En
las llanuras del antiguo Irán, aproximadamente en el siglo VI a.C. —
contemporáneo del exilio judío en Babilonia — emergió una figura que cambiaría
para siempre el panorama religioso del mundo: Zarathustra (Zoroastro
en griego), el profeta persa que fundó lo que muchos consideran la primera
religión monoteísta revelada de la historia. Sus enseñanzas, preservadas en
los Gathas (himnos que componen la parte más antigua del
Avesta), presentaban una visión del mundo radicalmente nueva: un Dios
único, sabio y bueno (Ahura Mazda, "Señor Sabio") en
conflicto cósmico eterno con un principio del mal independiente y
co-eterno (Angra Mainyu o Ahriman, "Espíritu Destructor").
Esta dualidad
cósmica fundamental — Luz versus Oscuridad, Verdad versus Mentira,
Orden versus Caos — no era una mera metáfora moral. Era la estructura
misma de la realidad, el motor de la historia cósmica. El
universo, según Zoroastro, era un campo de batalla donde estas
dos fuerzas primordiales luchaban por supremacía, y la humanidad estaba llamada
a elegir un bando — no pasivamente, sino como combatientes
activos en esta guerra cósmica.
Pero
la ortodoxia zoroastriana — con su clara distinción entre el Dios bueno y el
principio malo — pronto sería transformada por sus propios sacerdotes,
los magos. Estos magos no eran simplemente los guardianes de la
tradición; eran sus intérpretes, adaptadores y, en algunos casos, sus
corruptores. Y en su adaptación, introdujeron elementos que llevarían el
zoroastrismo por caminos que su fundador probablemente no habría aprobado.
El
primer desvío crucial fue el zurvanismo — la herejía que
elevaba a Zurvan ("Tiempo" o "Destino")
por encima tanto de Ahura Mazda como de Ahriman, haciendo de ellos hijos
gemelos de una deidad temporal primordial. En el zurvanismo, la dualidad
luz-oscuridad no era primordial; era secundaria, emergiendo de una
unidad temporal más fundamental. Esta teología implicaba una relativización
del bien y el mal — ambos eran necesarios en el drama cósmico, ambos
eran expresiones del Tiempo/Destino que los trascendía.
Esta
perspectiva — el bien y el mal como instrumentos en un juego cósmico
mayor — sería enormemente influyente en las corrientes gnósticas y
maniqueas posteriores. No se trataba de elegir entre bien y mal en términos
absolutos, sino de comprender su función en el plan mayor — y
potencialmente, de usar ambos según convenga a los objetivos
espirituales superiores.
Los
magos también reintrodujeron elementos del antiguo paganismo indoiranio que
Zoroastro había rechazado: el culto a MITRA (dios de los
contratos y la luz), a ANAHITA (diosa de las aguas y la
fertilidad), a los YAZATAS (seres divinos menores). Esta
"recaída" en el politeísmo no era simple regresión; era una síntesis
estratégica que permitía al zoroastrismo absorber y transformar las
tradiciones populares en lugar de enfrentarlas directamente.
Esta
capacidad de sincretismo controlado — mantener un núcleo
doctrinal mientras se adapta la forma externa a las culturas locales — sería
otra característica que la corriente subterránea adoptaría y perfeccionaría. No
se trata de imponer pureza doctrinal; se trata de utilizar las formas
existentes para transmitir contenido nuevo, de cristalizar nuevas
enseñanzas en moldes antiguos.
La ASIMILACIÓN
DE LA ASTROLOGÍA CALDEA por los magos persas después de la conquista
de Babilonia representó otra fusión crucial. Los magos no rechazaron la ciencia
caldea; la absorbieron y la reinterpretaron en términos ZOROASTRIANOS.
Los planetas ya no eran solo dioses babilónicos; eran MANIFESTACIONES
DE LOS YAZATAS o incluso de los AMSHASPANDS (los
"inmortales benevolentes", asistentes de Ahura Mazda). La astrología
dejó de ser pagana para convertirse en teología aplicada — una
forma de leer la voluntad divina en los cielos.
Esta racionalización
de prácticas "paganas" dentro de un marco monoteísta sería
otro patrón recurrente. La corriente subterránea rara vez rechaza el
conocimiento antiguo; lo reinterpreta, lo recicla,
lo viste con ropaje nuevo mientras preserva su núcleo
operativo. La magia caldea se convierte en "ciencia divina"; la
astrología babilónica se convierte en "lectura del libro celestial de
Dios".
EL CULTO
A MITRA —
que los magos resucitaron y transformaron — merece atención especial. MITRA,
originalmente un dios indoiranio de los contratos y la luz solar, fue reinterpretado
como mediador entre AHURA MAZDA y la humanidad, como juez
de las almas, como guerrero contra las fuerzas de la oscuridad.
Este MITRA "ZOROASTRIANIZADO" se convertiría, siglos después,
en el centro del mitraísmo romano — un culto misterioso que
compitió con el cristianismo primitivo y que incorporó elementos astrológicos,
rituales de muerte y resurrección, y un complejo sistema iniciático.
LA TRANSMISIÓN
DEL MITRAÍSMO A OCCIDENTE a través de las legiones romanas demuestra otra característica del
patrón: el conocimiento oculto viaja a través de canales militares y
comerciales, no solo religiosos. Los soldados romanos estacionados en la
frontera persa no adoptaron el zoroastrismo completo; adoptaron una versión
adaptada, simplificada pero potente centrada en MITRA, que
satisfacía sus necesidades espirituales de camaradería, coraje y esperanza de
salvación.
Este
proceso de adaptación para audiencias específicas — diferentes
versiones para diferentes grupos — será fundamental para la estrategia de la
corriente subterránea. No hay un mensaje único para todos; hay mensajes
adaptados para soldados, comerciantes, nobles, sacerdotes — cada uno
recibiendo la versión apropiada para su función social, pero todos conectados a
un núcleo común.
Los
magos también desarrollaron una sofisticada escatología — una
doctrina del fin de los tiempos que influiría profundamente en el judaísmo del
Segundo Templo y, a través de él, en el cristianismo y el islam. En la
escatología zoroastriana, la historia cósmica se divide en tres eras de
3.000 años cada una (9.000 años en total), culminando en la batalla
final entre las fuerzas de la luz y la oscuridad, la resurrección
de los muertos, el juicio final, y la renovación del
mundo (frashokereti).
Esta visión
lineal pero cíclica de la historia — progresiva, pero con un final
definido — combinaba lo mejor del pensamiento lineal judío (historia con
dirección) y del pensamiento cíclico pagano (eterno retorno). La historia no
era un caos sin sentido; era un drama con actos, con clímax, con
resolución — y los seres humanos no eran meros espectadores,
sino actores cuyo desempeño afectaba el desenlace.
Esta agencia
histórica humana es crucial: en el zoroastrismo, los humanos no son
salvados pasivamente; participan activamente en su propia salvación y
en la del mundo. Cada acto de bondad, cada verdad dicha, cada mentira
rechazada, es un golpe contra las fuerzas de la oscuridad. La ética
no es solo personal; es cósmica — cada elección moral afecta
el balance del universo.
Esta cosmificación
de la ética — convertir cada acto moral en un evento cósmico — eleva
la conducta humana de lo meramente social a lo metafísico. No se
trata solo de "ser bueno"; se trata de luchar en la gran
guerra cósmica a través de las acciones diarias. Esta mentalidad de
"guerra espiritual total" será adoptada y transformada por múltiples
tradiciones, desde los monjes-soldados cristianos hasta los yihadistas
islámicos, pero también por movimientos revolucionarios seculares que ven la
política como una batalla cósmica entre "progreso" y
"reacción".
Los
magos también perfeccionaron el arte de LA INTERPRETACIÓN
ALEGÓRICA — leyendo los textos sagrados no literalmente, sino
como códigos que esconden significados más profundos. Esta
hermenéutica esotérica permitía preservar textos antiguos mientras se
les daba significados nuevos — una técnica que los cabalistas judíos,
los gnósticos cristianos y los sufíes islámicos desarrollarían independientemente,
pero con sorprendente similitud.
Esta DOBLE
LECTURA DE LOS TEXTOS — literal para las masas, alegórica/esotérica
para los iniciados — establece otro patrón fundamental: la jerarquía
del conocimiento. No todos están destinados a entender todo; hay VERDADES
PARA EL VULGO Y VERDADES PARA LOS ELEGIDOS. Y esta
distinción no es solo intelectual; es espiritual y social —
los que tienen acceso al conocimiento esotérico tienen un estatus superior, una
responsabilidad mayor, y (creen ellos) un destino diferente.
EL RITUAL
DEL FUEGO —
central en el zoroastrismo — no era simple piromanía religiosa. El fuego
representaba la luz divina, la pureza, la presencia
de Ahura Mazda en el mundo material. Pero en la práctica oculta de los
magos, el fuego también era un instrumento de visión (mirar en
las llamas para ver el futuro), un medio de transmutación (purificar
mediante el calor), un símbolo del proceso alquímico (la
calcinación que precede a la renovación).
Esta multivalencia
del símbolo — capaz de operar en múltiples niveles simultáneamente —
es otra característica del pensamiento oculto. Nada es solo lo que parece; todo
tiene capas de significado — literal, alegórico, moral,
anagógico (espiritual) — y el iniciado aprende a navegar estas capas,
extrayendo de cada símbolo el máximo poder significativo.
LA INFLUENCIA
ZOROASTRIANA EN EL JUDAÍSMO DEL SEGUNDO TEMPLO — especialmente en
conceptos como Satanás como adversario cósmico (no meramente como acusador
celestial), la resurrección corporal, el juicio final, el cielo y el infierno
como destinos eternos — es profunda y bien documentada. El judaísmo bíblico
temprano tenía una escatología mucho más simple; la complejidad
apocalíptica del judaísmo del período del Segundo Templo es en gran
medida préstamo zoroastriano reelaborado.
Esta TRANSFERENCIA
DE CONCEPTOS ENTRE TRADICIONES — especialmente en momentos de contacto
cultural intenso como el exilio babilónico — es otro mecanismo crucial. La
corriente subterránea no "inventa" de la nada; sintetiza, adapta,
recombina elementos de múltiples tradiciones, creando nuevas
configuraciones que son más que la suma de sus partes.
EL MANIQUEÍSMO — fundado por MANI
en el siglo III d.C. — representa la culminación sincrética de
esta tradición dualista. MANI SE DECLARÓ A SÍ MISMO EL "SELLO DE LOS
PROFETAS", que venía a completar y corregir las enseñanzas de
Zoroastro, Buda y Yeshua [Jesús]. El maniqueísmo tomó la dualidad
zoroastriana y la radicalizó: no solo el mundo espiritual era bueno
y el mundo material malo, sino que la materia misma era creación del
principio malo, una prisión para las chispas de luz divina atrapadas
en ella.
Este GNOSTICISMO
RADICAL — que ve al dios creador del Antiguo Testamento no como el
verdadero Dios, sino como el DEMIURGO IGNORANTE O MALÉVOLO que
creó el mundo material como prisión — tendría una influencia profunda en
múltiples herejías cristianas y en la tradición oculta occidental. La corriente
subterránea heredará esta sospecha hacia el mundo material y hacia el dios que
lo creó, buscando no la salvación en el mundo, sino la liberación
del mundo.
La PERSECUCIÓN
DEL ZOROASTRISMO después de la conquista islámica de Persia en el
siglo VII d.C. no destruyó la tradición; LA DISPERSÓ Y LA HIZO MÁS
ESOTÉRICA. Algunos zoroastrianos (los parsis) EMIGRARON A LA INDIA,
preservando la tradición exterior. OTROS SE CONVIRTIERON NOMINALMENTE AL
ISLAM, pero preservaron en secreto elementos
zoroastrianos, fusionándolos con el sufismo y creando formas sincréticas como
la ORDEN HURUFI o influyendo en el SHIÍSMO ESOTÉRICO.
Este
patrón — conversión externa con preservación interna — será
otro recurso estratégico crucial. Cuando una tradición es perseguida, no
desaparece; se oculta, adoptando la apariencia externa de la
tradición dominante mientras preserva en secreto su núcleo identitario. LOS DÖNMEH JUDÍOS
DEL IMPERIO OTOMANO (SEGUIDORES DE SABBATAI ZEVI QUE SE CONVIRTIERON
NOMINALMENTE AL ISLAM) seguirán exactamente este patrón siglos después.
LA INFLUENCIA
ZOROASTRIANA EN LA ALQUIMIA ISLÁMICA Y CRISTIANA es particularmente
importante. La alquimia no era solo química primitiva; era una espiritualidad
materializada que buscaba la transmutación tanto de metales como de
almas. EL ATHANOR (HORNO ALQUÍMICO) es el equivalente al atar (fuego
sagrado zoroastriano); el proceso alquímico de calcinación, disolución,
separación, conjunción refleja el drama cósmico zoroastriano de lucha
entre opuestos y síntesis superior.
Esta alquimia
como drama cósmico en miniatura será central en la tradición oculta:
el laboratorio no es solo un lugar de experimentación química; es un microcosmos donde
se recrean y se intentan resolver los conflictos del macrocosmos. El alquimista
no es solo un técnico; es un mago que, a través de la manipulación de la
materia, busca manipular la realidad espiritual subyacente.
Zoroastro,
en última instancia, es mucho más que el fundador de una religión antigua. Es
el punto de origen de una estructura de pensamiento dualista que,
a través de múltiples transformaciones y síntesis, alimentará:
- La escatología
apocalíptica del judaísmo, cristianismo e islam
- El gnosticismo con
su dios malvado creador
- El maniqueísmo con
su radical oposición espíritu-materia
- La alquimia con
su drama de opuestos y síntesis
- La astrología como
mapa del conflicto cósmico
- La magia
ceremonial como tecnología para influir en este conflicto
Pero
la contribución más importante del zoroastrismo a la corriente subterránea no
es doctrinal sino estructural: la idea de que la realidad
es fundamentalmente conflictiva — no armoniosa — y que este conflicto
no es un accidente, sino la esencia misma del universo. La historia
no es progreso lineal hacia la perfección, ni ciclo eterno sin dirección; es
un campo de batalla donde fuerzas cósmicas luchan, y los
humanos son reclutados obligatoriamente en uno u otro bando.
Esta COSMOVISIÓN
AGONÍSTICA — el universo como guerra eterna — justificará todas las
formas de militancia espiritual: desde las cruzadas hasta los
jihad, desde las guerras religiosas hasta las revoluciones políticas que se ven
a sí mismas como batallas escatológicas. Incluso cuando se seculariza, esta
mentalidad persiste: la lucha de clases marxista, la lucha racial nazi, la
lucha civilizatoria de Huntington — todas son versiones secularizadas
del dualismo zoroastriano, donde el conflicto no es problema a resolver,
sino la dinámica fundamental de la historia.
La
corriente subterránea hereda esta cosmovisión, pero le da un giro
crucial: no se alinea necesariamente con el "bien" contra el
"mal" en los términos convencionales. Comprende que ambos
polos son necesarios en el drama cósmico, y que la verdadera maestría
no consiste en elegir un bando, sino en comprender el juego completo y
jugar con ambos lados según convenga a objetivos superiores. El
iniciado no es un soldado en la guerra cósmica; es el estratega que
planea las batallas, el dramaturgo que escribe el guion,
el director que orquesta el conflicto para producir un
desenlace deseado.
Esta
posición — por encima del bien y del mal convencionales — será
la más controvertida y peligrosa herencia del zoroastrismo transformado. Porque
implica que los valores morales ordinarios son para los soldados rasos en la
guerra cósmica, no para los generales. Y los generales, para ganar la guerra,
pueden necesitar hacer cosas que los soldados considerarían inmorales. El fin
cósmico justifica los medios terrenales — no por una ética situacional
menor, sino por una comprensión superior del drama total.
Esta
es la herencia zoroastriana que la corriente subterránea preserva y desarrolla:
no la adoración de Ahura Mazda ni la práctica del ritual del fuego, sino
la estructura dualista de la realidad combinada con la posición
trascendente del iniciado que comprende que el conflicto es el motor
de la historia, y que quien comprende este motor puede, no solo predecir su
curso, sino dirigirlo hacia destinos de su propio diseño.
La
entrada estatal de Ciro el Grande en Babilonia, c. 540 a. C., de la Historia de
las Naciones de Hutchinson (1915)
Franz
Cumont (1868-1947), erudito belga conocido por fundar el estudio moderno del
mitraísmo.
Luego,
en el año 538 a. C., Babilonia fue conquistada por los persas, liderados por
Ciro el Grande (c. 600-530 a. C.). Ciro liberó a los judíos del cautiverio,
tras lo cual muchos regresaron a Palestina, donde comenzaron a construir el
Segundo Templo de Jerusalén, para reemplazar el Primer Templo, destruido en el
año 586 a. C. Sin embargo, en lugar de reformar sus costumbres, los judíos con
inclinaciones místicas reformularon las enseñanzas del judaísmo creando lo que
se conocería como la Cábala. La Cábala es una interpretación esotérica de la
religión judaica que representa la asimilación del culto al dios moribundo,
junto con elementos de la magia, la astrología y la numerología babilónicas.
Los
primeros cabalistas eran conocidos en el mundo antiguo como "Magos" y
se les creía erróneamente herederos de Zoroastro, profeta de la religión persa
del zoroastrismo. Se cree que el zoroastrismo fue originalmente monoteísta,
pero posteriormente fue modificado por sus sacerdotes, los magos. Así, mientras
la mayoría de las religiones postulan la existencia de un principio maligno
inferior al Dios bueno, el zoroastrismo se convirtió en el origen de un tipo de
dualismo en el que el mal se eleva al rango de dios, igual pero opuesto al
bien, existiendo ambos eternamente en guerra. Uno es Ahura Mazda, el dios,
señor de la bondad y la luz. El otro es Ahrimán, el Espíritu Destructivo o
Atormentador, señor del mal y la oscuridad. Según Diógenes Laercio, erudito griego
del siglo III d. C., “Aristóteles en el primer libro de su obra Sobre la
filosofía dice que los magos son más antiguos incluso que los egipcios, y que
según ellos hay dos primeros principios, un espíritu bueno y un espíritu malo,
uno llamado Zeus y Ahura Mazda, el otro Hades y Ahriman”. [35]
Como
describe Yamauchi, «la relación de los magos con Zoroastro y sus enseñanzas es
un tema complejo y controvertido». [36] Durante la existencia del Imperio
persa, siempre existió una distinción entre los magos persas, la casta
sacerdotal oficial, y los magos babilónicos, a quienes a menudo se consideraba
impostores. [37] En esencia, cuando los persas conquistaron Babilonia, los
magos entraron en contacto con los caldeos, cuyas creencias y enseñanzas
introdujeron en su versión del zoroastriano. Sin embargo, desde la época de
Jerjes, comenzaron a gozar de creciente favor en la corte, hasta que el título
de magos finalmente perdió sus connotaciones heréticas. Como señaló el
asiriólogo francés Lenormant, «a su influencia se deben atribuir casi todos los
cambios que, hacia el final de la dinastía aqueménida, corrompieron
profundamente la fe zoroástrica, de modo que se convirtió en idolatría». [38]
Las
palabras griegas y latinas para magia, mageia y magia, se derivaron
originalmente en referencia a las supuestas artes de los magos, astrólogos
conocidos por haber identificado el nacimiento de Yeshua [Jesús] con la
aparición de la "Estrella de Belén". En aquella época, era común que
la literatura mística atribuyera sus fuentes a antiguos sabios y patriarcas.
Muchas de estas obras se atribuyeron a Abraham y Enoc, entre otros, y se
conocen como pseudoepígrafos. Varias obras similares se atribuyeron a
Zoroastro, así como a su supuesto discípulo Osthanes, o a su patrón, Hystaspes.
Para el siglo I d. C., en su Historia Natural, Plinio convirtió a Zoroastro en
el fundador de la magia:
Sin
duda, la magia comenzó en Persia con Zoroastro, según coinciden las
autoridades. Pero no hay suficiente consenso sobre si fue el único hombre con
ese nombre o si existió otro Zoroastro posterior… Lo que resulta
particularmente sorprendente es que la tradición y el oficio hayan perdurado
durante tanto tiempo; no se conservan escritos originales, ni se conservan por
ninguna línea conocida o continua de autoridades posteriores. Pues pocas
personas conocen la reputación de quienes solo sobreviven de nombre y carecen
de memoriales, como, por ejemplo, Apusoro y Zaratas de Media, Marmaro y
Arabantífoco de Babilonia, o Tarmoendas de Asiria. [39]
Los
magos veneraban el fuego como símbolo de lo divino y adoptaron la trinidad
venerada por los babilonios, compuesta por un padre, una madre y su
descendencia, un dios hijo, representado por el Sol, la Luna y Venus, que
identificaban con las deidades persas de Ahura Mazda, Anahita y Mitra.
Conservaban la doctrina caldea del panteísmo, que consideraba al universo como
un solo ser vivo, regido por un destino determinado por las estrellas. La
astrología estaba vinculada a las matemáticas, y el uso de la numerología
estaba muy extendido en su literatura. El zodíaco de los caldeos se dividía
según los cuatro elementos tradicionalmente venerados por los persas.
Consideraban que el alma estaba sujeta a numerosas reencarnaciones, a veces en
bestias, lo que les obligaba a abstenerse de comer carne de animales.
Plinio
transmitió una definición de magia de un famoso mago llamado Osthanes: “hay
varias formas de ella (es decir, magia); él profesa adivinar a partir del agua,
globos, aire, estrellas, lámparas, cuencas y hachas, y por muchos otros
métodos, y además conversar con fantasmas y aquellos en el inframundo”. [40]
Aunque la comunión con espíritus malignos estaba estrictamente prohibida en la
versión ortodoxa de la fe, los relatos de los autores griegos concuerdan en
muchos aspectos con las doctrinas de aquellos a los que se hace referencia en
el Avesta y otra literatura zoroastriana, como ciertas personas hostiles a la
comunidad ortodoxa, llamados “brujos” o “adoradores de daeva”, o adoradores del
diablo. [41] Por lo tanto, cuando el satírico romano Luciano desea enviar a uno
de sus personajes al reino de los muertos, recurre a los renombrados expertos:
«Mientras reflexionaba sobre estos asuntos, se me ocurrió ir a Babilonia y
preguntar a uno de los magos, discípulos y sucesores de Zoroastro. Había oído
que podían abrir las puertas del inframundo con ciertos hechizos y ritos, y
conducir y resucitar sano y salvo a quien quisieran». [42]
Cumont
sostenía que las creencias de estos magos estaban influenciadas por el culto
herético zoroastriano a Zurvan, el dios del Tiempo. En los textos armenios,
Saturno se llama Zurvan. [43] Los zoroastrianos ortodoxos adoraban al dios
bueno Ahura Mazda, quien libraba una eterna batalla cómica con Ahriman, el dios
maligno. Como criticó el Gran Bundahishn, el principal objeto de adoración de
los falsos magos era Ahriman, pues «la religión de los hechiceros (Ahriman)
inclina tanto a los hombres a amarlo y a odiar a Ahura Mazda que abandonan su
culto y practican el de Ahriman». [44] El culto a Ahriman estaba parcialmente
justificado por el zurvanismo. Según el mito zurvanita, en el principio, el
gran dios Zurvan existía solo. Deseando una descendencia que creara «el cielo,
el infierno y todo lo intermedio», concibió a Ohrmuzd y Ahriman, a quienes se
les concede el gobierno alternado de la creación. [45]
RC
Zaehner comentó que, en muchos casos, se trataba de algo más que zurvanismo:
brujería y adoración a daevas. Zaehner continúa:
Clemente
de Alejandría también se refiere a la práctica de adorar a los demonios: «Los
magos», dice, «adoran a ángeles y demonios». [46] Como hemos visto, esta no es
la práctica de los zoroastrianos ni de los zurvanitas, sino de los «adoradores
del diablo», la tercera secta iraní mencionada en el Denkart. Con estos hechos
en mente, quizás sea seguro concluir que Jerjes, al suprimir el culto a los
daeva, provocó una emigración a gran escala de magos disidentes. Estos, tras
absorber gran parte de la especulación babilónica, trasladaron sus creencias a
Asia Menor; y de ellas surgió la religión grecorromana de Mitra. [47]
El
culto al mal fue camuflado por los magos mediante su veneración a Mitra, la
especie persa del dios moribundo, venerado en la India como Mitra, que los
magos reintrodujeron en el zoroastrismo. Según Jeffrey Burton Russell:
En su
afán por avanzar hacia el monoteísmo, Zaratustra enfatizó el poder de Ahura
Mazda hasta el punto de ignorar a Ahura Mitra, y desconocemos qué pensaba el
profeta de esta deidad. Sus seguidores restauraron el poder de Mitra,
asimilándolo a Mazda y adorándolo como una manifestación del dios de la luz.
Pero, al parecer, los adoradores de daevas no regenerados, ajenos a las
reformas de Zaratustra, también continuaron adorando a Mitra, y algunos de los
magos posteriores podrían haber seguido esta dirección. [48]
Mitra
fue asimilado por los magos al dios-sol babilónico, Shamash, quien también se
identificaba con Bel. Mitra era uno de los tres dioses adaptados de la trinidad
de padre, madre e hijo, adorado por los babilonios e identificado con el Sol,
la Luna y Venus, que los magos asimilaron a sus propias deidades persas antiguas.
Según Cumont:
Babilonia,
residencia de invierno de los soberanos, era la sede de un numeroso cuerpo de
clérigos oficiales, llamados magos, que ejercían su autoridad sobre los
sacerdotes indígenas. Las prerrogativas que el protocolo imperial garantizaba a
este clero oficial no podían eximirlo de la influencia de la poderosa casta
sacerdotal que florecía junto a ellos. La erudita y refinada teología de los
caldeos se superpuso así a la primitiva creencia mazdeísta, que era más un
conjunto de tradiciones que un cuerpo bien establecido de dogmas definidos. Las
leyendas de ambas religiones se asimilaron, sus divinidades se identificaron, y
el culto semítico a las estrellas (astrolatría), fruto monstruoso de
prolongadas observaciones científicas, se fusionó con los mitos de la
naturaleza de los iraníes. Ahura-Mazda fue confundida con Bel, quien reinaba
sobre los cielos; Anahita fue comparada con Ishtar, quien presidía el planeta
Venus; mientras que Mitra se convirtió en el Sol, Shamash. [49]
El
primer indicio del culto al dios Mitra entre los persas se encuentra en una
placa esculpida sobre la tumba de Darío I, quien ascendió al trono en el 521 a.
C., en la que los símbolos de Mazda y Mitra se colocaron en posiciones
igualmente visibles, práctica que continuaron sus sucesores. Heródoto conocía
el culto persa a un dios llamado Mitra, quien mencionó que «Zeus, en su
sistema, representa el círculo completo de los cielos, y le ofrecen sacrificios
desde las cimas de las montañas. También adoran al sol, la luna, la tierra, el
fuego, el agua y los vientos [los Cuatro Elementos], que son sus únicas
deidades originales: más tarde aprendieron de los asirios y los árabes el culto
a la Afrodita uraniana. El nombre asirio para Afrodita es Mylitta, el árabe
Alilat, el persa Mitra».
El
legado de Zoroastro no es una religión específica, sino una ESTRUCTURA
MENTAL DUALISTA que transformaría para siempre la comprensión
occidental de la realidad. Su visión de un conflicto cósmico eterno entre
Luz y Oscuridad — no como metáfora moral, sino como estructura
ontológica fundamental del universo — proporcionó el molde conceptual
para todas las cosmovisiones conflictivas posteriores.
Pero
la verdadera herencia para la corriente subterránea no es el dualismo simple de
"bien contra mal". Es la transformación de este dualismo por
los magos persas en algo mucho más sofisticado: la comprensión de que
ambos polos son necesarios en el drama cósmico, y que la verdadera
maestría espiritual no consiste en elegir un bando, sino en comprender
el juego completo y utilizar ambos polos según convenga a objetivos superiores.
El ZURVANISMO —
con su elevación del Tiempo/Destino por encima del bien y del mal — establece
el paradigma trascendente: los valores morales ordinarios son para
los participantes en el drama, no para sus directores. Los directores
comprenden que el conflicto es el motor de la historia, y que
controlar este motor requiere una posición por encima de la moralidad
convencional.
Esta
perspectiva justificará, a lo largo de los siglos, todas las formas de maquiavelismo
espiritual: la creencia de que los fines trascendentes (salvación
cósmica, evolución espiritual, nuevo orden mundial) justifican medios
que serían inaceptables en contextos ordinarios. La corriente subterránea
heredará esta lógica, pero la llevará más lejos: no se trata solo de que el fin
justifique los medios, sino de que los medios aparentemente
"malos" pueden ser instrumentos necesarios en la realización del
"bien" cósmico final.
LA INFLUENCIA
ZOROASTRIANA EN LA ESCATOLOGÍA JUDÍA, CRISTIANA E ISLÁMICA — con sus batallas
finales, juicios cósmicos y renovaciones del mundo — demuestra cómo esta
estructura dualista puede ser injertada en tradiciones aparentemente
diferentes. La corriente subterránea perfeccionará esta técnica de injerto
conceptual: tomar estructuras de pensamiento de una tradición e
implantarlas en otra, creando formas híbridas que preservan la apariencia
externa de la tradición receptora mientras transforman su núcleo interno.
Zoroastro,
en última instancia, proporciona el marco dramático dentro del
cual la corriente subterránea opera: el universo como gran teatro de
conflicto cósmico, la historia como drama con actos y desenlace,
la humanidad como actores reclutados en una guerra que no comenzaron,
pero deben pelear. Pero los verdaderos iniciados no son actores en este
drama; son los dramaturgos, directores y productores — los que
escriben el guion, dirigen a los actores, y diseñan el desenlace, todo mientras
permanecen entre bastidores, invisibles para el público que cree que el drama
surge espontáneamente de las pasiones humanas.
Esta
posición — detrás del drama, no en él — será la aspiración
constante de la corriente subterránea: no gobernar visiblemente, sino diseñar
los sistemas dentro de los cuales los gobernantes visibles operan; no
luchar en las batallas, sino planear las guerras que otros pelearán;
no predicar la moral para las masas, sino comprender las leyes cósmicas
que hacen necesaria cierta apariencia de moralidad para el funcionamiento del
sistema.
La
dualidad zoroastriana, así transformada, se convierte en la lógica
operativa del poder oculto: crear conflictos aparentes para dirigir
energías sociales, mantener tensiones controladas para evitar el estancamiento,
utilizar el "mal" aparente como herramienta para producir un
"bien" mayor según un diseño conocido solo por los arquitectos del
sistema. El universo no es armonioso; es dialéctico — y quien
domina la dialéctica domina el universo.
Este
análisis ha desentrañado los orígenes más profundos de la
corriente subterránea, remontándonos a las fuentes babilónicas del
siglo VI a.C. donde se forjó el núcleo doctrinal que alimentaría
siglos de tradición oculta occidental. Lo que hemos rastreado no es una serie
de eventos desconectados, sino la formación consciente de un paradigma
espiritual diseñado para perpetuarse a través del tiempo y transformar
la realidad según un diseño específico.
LOS
HALLAZGOS FUNDAMENTALES:
1.
EL ARQUETIPO DEL DIOS MORIBUNDO NO ES FOLCLORE, ES PROGRAMA El patrón universal
identificado por Frazer —el dios que muere y resucita sincronizado con ciclos
astrales— no surgió espontáneamente en múltiples culturas. Fue codificado
sistemáticamente en Babilonia durante el exilio judío del siglo VI
a.C., donde los magos caldeos (sacerdotes heréticos del
zoroastrismo) fusionaron la magia babilónica con elementos del judaísmo para
crear el sistema operativo que la corriente subterránea
preservaría.
2.
LOS ANUNNAKI SON LOS PROTOTIPOS DE TODOS LOS ÁNGELES CAÍDOS Estos "dioses del
inframundo" babilónicos —jueces del destino, custodios de conocimiento
prohibido— establecieron el paradigma de la caída como misión:
seres celestiales que descienden voluntariamente para transmitir sabiduría
ilícita a la humanidad. No son villanos mitológicos; son los modelos
arquetípicos de todos los mediadores caídos que en la teología oculta
se convierten en héroes gnósticos que desafían al dios creador
opresor.
3.
LA TIERRA PROMETIDA ES EL PRIMER PROTOTIPO DE JUSTIFICACIÓN PARA EL
DOMINIO El
pacto de Abraham —un pueblo elegido, un territorio designado divinamente,
habitantes originales estigmatizados como obstáculos cósmicos— estableció
la plantilla maestra para todas las narrativas de
"destino manifiesto" posteriores. Esta estructura sería despojada
de su contenido específicamente judío y aplicada por cualquier grupo
que se autoproclamara los nuevos "elegidos" con derecho a gobernar
territorios (o el mundo) tras eliminar a los actuales ocupantes.
4.
LA EPOPEYA DE BAAL CODIFICA LA TEOLOGÍA DE LA USURPACIÓN COMO VIRTUD Baal, el dios joven que
derroca a los antiguos poderes, desciende al inframundo y renace triunfante,
establece el modelo divino del revolucionario espiritual. Su mito
no es sobre lluvias y cosechas; es un manual de ingeniería cósmica que
glorifica la rebelión, la transformación violenta y la creación de nuevos
órdenes sobre las ruinas de los antiguos.
5.
SATURNO ES EL DIOS DEL TIEMPO COMO HERRAMIENTA DE PODER La deidad del tiempo que
devora sus propios hijos no representa simple tiranía mitológica. Encarna
el principio de que el tiempo es una fuerza activa que puede ser
dominada — y quienes lo dominan se convierten en cronócratas,
arquitectos del destino, tejedores del gran tapiz histórico donde los eventos
aparentemente espontáneos siguen patrones diseñados.
6.
EL TEMPLO DE SALOMÓN ES ARQUITECTURA CODIFICADA Lejos de ser un simple
santuario, el Templo fue el primer gran experimento de sincretismo
estratégico: arquitectura cananea (pilares Boaz y Jachin = aseras fálicas),
construcción dirigida por un sacerdote de la diosa (Hiram), leyendas de control
demoníaco (sello de Salomón). Estableció el paradigma de usar
estructuras ortodoxas para albergar contenidos heterodoxos — una
técnica que se replicaría en catedrales góticas, logias masónicas y finalmente
en el diseño de órdenes sociales completos.
7.
LOS CALDEOS SON LOS ARQUITECTOS INTELECTUALES DEL SISTEMA: Estos
sacerdotes-astrónomos-matemáticos babilónicos no fueron simples observadores
del cielo. Crearon el primer sistema integrado de conocimiento oculto que
fusionaba observación empírica, matemática avanzada y interpretación teológica.
Su gran innovación: transformar la observación del cielo en tecnología
espiritual — un conjunto de herramientas para leer, predecir e influir
en el destino cósmico y humano.
8.
ZOROASTRO PROPORCIONA LA ESTRUCTURA DUALISTA DEL DRAMA CÓSMICO: La visión de una guerra
eterna entre Luz y Oscuridad no es solo teología persa; es el marco
dramático dentro del cual opera la corriente subterránea. Pero su
verdadera herencia no es el dualismo simple, sino su transformación por
los magos persas en la comprensión de que ambos polos son necesarios,
y que la verdadera maestría consiste en utilizar el conflicto como
motor para objetivos superiores.
A lo
largo de nuestro análisis, hemos dejado las bases de:
1.
IDENTIFICACIÓN DEL PATRÓN PRIMORDIAL (el dios moribundo, la dualidad cósmica,
el tiempo cíclico)
2.
CODIFICACIÓN EN SISTEMAS COMPLEJOS (zodíaco caldeo, geometría templaria,
ciclos temporales)
3.
FUSIÓN SINCRÉTICA CON TRADICIONES ESTABLECIDAS (judaísmo + babilonismo,
cristianismo + mitraísmo)
4.
TRANSMISIÓN A TRAVÉS DE ÉLITES INICIÁTICAS (magos, cabalistas,
templarios, masones)
Este
análisis babilónico no existe en un vacío. Se conecta directamente con todo lo
que hemos estudiado anteriormente:
- Los magos caldeos son los precursores
directos de los magos persas que influyeron en el
hermetismo.
- La Cábala
babilónico-judía del exilio evolucionará en la Cábala
medieval que estudiaremos en análisis posteriores.
- El Templo de
Salomón como estructura codificada será el modelo directo para
las logias masónicas.
- La dualidad
zoroastriana alimentará el gnosticismo y todas
las herejías dualistas cristianas.
- Los ciclos
caldeos de tiempo serán la base de todas las teorías cíclicas de
la historia, desde la astrología mundana hasta Spengler y Toynbee.
BABILONIA
en el siglo VI a.C. no fue simplemente un imperio antiguo; FUE EL LABORATORIO
DONDE SE DISEÑÓ EL SISTEMA OPERATIVO ESPIRITUAL QUE LA CORRIENTE SUBTERRÁNEA HA
ESTADO EJECUTANDO DURANTE MILENIOS. Cada elemento — el dios moribundo como núcleo
teológico, la astrología como tecnología predictiva, el templo como
arquitectura codificada, la dualidad como motor dramático — fue perfeccionado
allí y luego transmitido, adaptado y reactivado en diferentes contextos
históricos.
El
"por qué" último — el objetivo trascendente que justifica este
proyecto milenario — se hace más claro: no es riqueza material ni poder
político convencional. Es la realización de un diseño cósmico donde
una élite iniciática, poseedora del conocimiento babilónico original
transformado y ampliado, orquesta la historia humana hacia una
culminación específica — la instauración de un orden mundial que sea
la manifestación terrenal del patrón celestial, con ellos como
arquitectos-sacerdotes-gobernantes de este nuevo templo global.
Habiendo
establecido los fundamentos babilónicos, nuestro próximo análisis
saltará hacia adelante en el tiempo para rastrear cómo este sistema operativo
sobrevivió a la caída de Babilonia y se transmitió al mundo
grecorromano a través de:
1.
Los Misterios Eleusinos y órficos — la helenización del dios moribundo
2.
El hermetismo alejandrino — la fusión greco-egipcia de la sabiduría caldea
3.
El neoplatonismo — la filosofización del sistema babilónico
4.
El mitraísmo romano — la militarización del culto solar persa
Este
puente grecorromano es crucial, pues será a través de él que el legado
babilónico llegará a la Europa medieval — primero a través del
imperio bizantino, luego a través del mundo islámico durante la Edad de Oro, y
finalmente a través de las Cruzadas cuando los caballeros europeos
redescubrirán en Tierra Santa no solo lugares sagrados, sino conocimientos
sagrados que habían sido preservados y desarrollados en Oriente
mientras Europa estaba sumida en la "oscuridad" medieval.
La
próxima serie, titulada provisionalmente "EL
PUENTE HELENÍSTICO: DE BABILONIA A GRECIA", demostrará cómo la
corriente subterránea no se interrumpió con la caída de los imperios antiguos,
sino que mutó de forma, adoptando ropajes filosóficos, misterios
iniciáticos y finalmente estructuras imperiales, siempre preservando el núcleo
babilónico que ahora conocemos en su forma originaria.
Babilonia
no cayó; se dispersó — y desde esa dispersión nació la civilización occidental
como la conocemos, llevando en su código genético espiritual las semillas
plantadas junto al Éufrates hace 2.600 años.
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SHALOM A
TODOS
ATENTAMENTE
RICARDO ANDRES PARRA RUBI
MALKIYEL
BEN ABRAHAM
REFERENCIA:
[1] K. Karbiener y G. Stade. Enciclopedia de escritores británicos, 1800
hasta la actualidad, Volumen 2, (Infobase Publishing, 2009), págs. 188-190.
[2] Albert Pike. Moralidad y dogma, pág. 819.
[3] William Ramsey. Espiritismo, un engaño satánico y una señal de los
tiempos, Capítulo 2: El caso expuesto (Peace Dale, Rhode Island: HL Hastings,
1856), pág. 33.
[4] Se encuentra en Rabí Shimon bar Yochai, San Agustín, Sexto Julio
Africano y las Cartas atribuidas a San Clemente, Biblia Ortodoxa Etíope
Amárica: Henok 2:1–3 y El conflicto de Adán y Eva con Satanás.
[5] George Rawlinson. Las siete grandes monarquías del antiguo mundo
oriental. Vol. 1, págs. 347–350.
[6] James Frazer. La rama dorada. Capítulo 24: El asesinato del Rey
Divino y Capítulo 58: Los chivos expiatorios humanos en la Antigüedad clásica.
[7] Dorothy Morrison. Yule: Una celebración de luz y calidez (St. Paul,
Minnesota: Llewellyn Publications). pág. 4.
[8] Josefo. Antigüedades de los judíos, II:3.
[9] Números, 13:27-29.
[10] Michael David Coogan, ed. y traducción de Historias de la antigua
Canaán (Louisville: The Westminster Press, 1978), pág. 22
[11] HD Müller. "Mitología del Griech". Stimme, II 39 y
siguientes; KO Müller, Esquilo, Eumeniden, pág. 146 f;. Stengel,
“Die griech”, Sakralalterthimer, pág. 87; citado en Arthur Fairbanks, “The
Chthonic Gods of Greek Religion”, The American Journal of Philology, vol. 21,
núm. 3 (1900), págs. 241-259.
[12] ML West. La cara oriental del Helicón: elementos de Asia occidental
en la poesía y el mito griegos (Oxford: Claredon Press, 1997), pág. 277.
[13] “Crono”. Encyclopædia Britannica (Encyclopædia Britannica Ind, 26
de septiembre de 2018).
[14] Oeste. La cara este del Helicón, pág. 277.
[15] Libro XX, Cap. I.
[16] Oeste. La cara este del Helicón, pág. 302.
[17] Ibíd., págs. 298-99.
[18] Ibíd., pág. 490.
[19] 1 Samuel 8:4-6
[20] 1 Samuel 8:7-9
[21] “judaísmo”. Enciclopedia Británica. Recuperado de
https://www.britannica.com/topic/Judaism/The-Davidic-monarchy
[22] 1 Crónicas 22:1-10.
[23] Raphael Patai. Enciclopedia del folclore y las tradiciones judías
(Routledge 2015), pág. 39.
[24] Ibíd.
[25] Joseph Jacobs, M. Seligsohn. “Salomón”. Enciclopedia Judía.
[26] Basado en el Códice de Munich del Talmud de Babilonia (Gittin
68a-b).
[27] Corán 34: 14
[28] Ibn Kathir. Historias del Corán.
[29] Muhammad Saed Abdul-Rahman e Ibn Kathir. Tafsir Ibn Kathir
Juz' 1: Al-Fatihah 1 a Al-Baqarah 141, segunda edición. Publicación limitada de
MSA.
[30] Historias, I: 178.
[31] Bibliotheca Historica, Libro II, 28:29.
[32] Bartel van der Waerden. El despertar de la ciencia II: El
nacimiento de la astronomía, pág. 180.
[33] Cumont. Astrología y religión entre los griegos y los romanos, pág.
26
[34] “Influencia iraní en el judaísmo”. Cambridge History of
Judaism, citado en Nigosian. The Zoroastrian Faith, pág. 96
[35] Vidas de filósofos eminentes, I: 8
[36] Edwin Yamauchi. Persia y la Biblia. Grand Rapids
(Míchigan: Baker Books, 1996), pág. 468
[37] Francois Lenormant. Magia caldea: su origen y desarrollo (York
Beach, Maine: Samuel Weiser, 1999), pág. 221.
[38] Ibíd.
[39] Historia Natural, XXX: 3-6.
[40] Ibíd., 5. 14.
[41] Greater Bundahishn, 182. 2. citado en Richard Charles Zaehner.
Zurvan, un dilema zoroastrio (Oxford: Clarendon, 1955), pág. 15.
[42] Menipo 6, citado en Mary Boyce y Franz Grenet. Historia del
Zoroastrismo, vols. Dos y Tres (Leiden: EJ Brill, 1982), vol. 3, pág. 518.
[43] Bartel L. van der Waerden. El despertar de la ciencia II: El
nacimiento de la astronomía (Nueva York: Oxford University Press, 1979), pág.
194.
[44] Gran Bundahishn, 182. 2. citado de Zeahner, Zurvan, pág. 15
[45] Zaehner. Zurvan, un dilema zoroastriano, págs. 419–428.
[46] Estromas, III. 6. 48.
[47] Zaehner. Zurvan, Un dilema zoroástrico, pág. 19
[48] Jeffrey Burton Russell. El Diablo: Percepciones del mal desde la
Antigüedad hasta el Cristianismo Primitivo (Ithica, NY: Cornell University
Press, 1987), pág. 120
[49] Cumont. Los misterios de Mitra, pág. 9

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